Las fichas deshumanizaron la siembra y cosecha del café y mantuvieron a raya a los campesinos.
Las fichas deshumanizaron la siembra y cosecha del café y mantuvieron a raya a los campesinos.
Las fichas de las fincas de café fueron comunes en El Salvador hasta bien entrado el Siglo XX. Ostensiblemente, la razón principal de las fichas se debía a que no había suficiente plata (metal) para acuñar monedas de poco valor. Tampoco existía una entidad que centralizara y regulara toda la actividad económica en El Salvador. Una tercera razón era que el uso de dinero en el área rural era «complicado» y la emisión de fichas «permitía» que los peones compraran en la «tienda de raya», es decir la tienda de la hacienda.
Como se imaginarán, las finanzas nacionales eran caóticas, pues existía la fragmentación monetaria. Cada banco (había cuatro, de los cuales sólo uno existe con su nombre original) emitía sus propios billetes. Esto hacía que la gente desconfiara de su valor. Los cafetaleros, exportadores, etc. recibían su pago en moneda extranjera, y usualmente mantenían una, la mayor parte, en instituciones financieras fuera del país, destinaban un porcentaje a maquinaria e insumos, y cuando necesitaban comprar algo en el país transferían a bancos autorizados a operar internacionalmente. Los bancos salvadoreños eran, de facto, casas de cambio glorificadas. El exportador recibía contra su nota de cambio o depósito a cuenta colones, pesos, lo que fuera. Estos no se utilizaban para pagarle a los «peones», mayoritariamente indígenas que habían sido despojados de sus ejidos a mediados del siglo XIX. Se les pagaba en «fichas de finca»: monedas metálicas de zinc, aluminio o bronce o, incluso, vales de cartón prensado, que se entregaban como pago. Cada ficha tenía el nombre de la finca o el dueño y se podía usar solamente en la «tienda de raya» de la finca.
Las fichas crearon un sistema económico que sólo se puede describir como feudalismo. Si Rosario quería comprar azúcar, se la compraba al patrón. Este usualmente (porque hubo excepciones) compraba el azúcar en sacos, pero se la vendía a Rosario a un precio mayor para generar aún más ganancia. Esto ocurría con todo: semillas, telas, insumos, incluso medicinas. Los salarios ínfimos -en fichas- hacían que los trabajadores le debieran siempre al patrón, y el no poder usar las fichas fuera de la finca, limitaba la movilidad. El patrón, a su vez, controlaba tanto los sueldos como las ventas. Es decir, todo dependía de él, su control era absoluto. Había hombres y mujeres que nacían en una finca, trabajaban en la finca, y morían sin jamás haber visto una moneda verdadera más que la ficha de la finca.
Las fichas deshumanizaron la siembra y cosecha del café y mantuvieron a raya a los campesinos, hasta que las deudas, el hambre, y la frustración explotaron con la Insurrección de 1932, conocida como «La Matanza». En pocos días después del 22 de enero de 1932, entre 10,000 y 30,000 personas fueron asesinadas. Todo lo que pertenecía a la cultura náhuatl-idioma, vestido, identidad-fue silenciado, pues podía significar perder la vida y creó, además, una estigmatización hacia el indígena.
La creación del Banco Central de Reserva hizo del colón salvadoreño la única moneda legal. Las monedas privadas perdieron valor, pero nunca se prohibieron las fichas, las cuales se seguían usando ya bien entrados los 1950. Finalmente, el transporte, la urbanización de áreas que una vez habían sido fincas de café (como la ahora Colonia Escalón), y la presión social, acabaron con ellas. Sin embargo, en 1970, aún con «reformas», el salario de un recolector de café rondaba entre ¢1.00 y ¢2.50 colones ($0.11 a $0.28 USD de hoy) por jornada de diez o doce horas. Con nulo conocimiento financiero de los trabajadores y la mayoritariamente nula voluntad de los dueños de mejorar los sueldos y las condiciones de trabajo, el círculo de endeudamiento, precariedad y explotación siguió hasta que resultó en la Guerra Civil y la Reforma Agraria, que, al final, no logró mucho.
En El Salvador se habla, con nostalgia, del siglo dorado del café. Sí, es cierto, el café le dio a El Salvador un boom económico por casi un siglo. Sin embargo, esa riqueza nunca fue disfrutada por aquellos que cosechaban el oro salvadoreño. Junto con la roya y la fluctuación de mercados, las fichas fueron parte de lo que llevó al sector cafetalero a su crisis actual, al desatarse una guerra cuyas consecuencias se siguen sufriendo casi cincuenta años después.
Carmen Marón
Educadora
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