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Amos y señores de nuestra basura

El problema de la basura en El Salvador no es nuevo, pero sí urgente.

Descendió de su recién adquirida camioneta de tres asientos, color brillantemente negro, la cual conducía; para, casi al mismo tiempo, lanzar contra el asfalto, un pedazo de papel estrujadamente hecho una bola. Se rió al mismo tiempo. Sus hijos lo observaban desde las ventanas del vehículo.

    • ¡René! ¿¡Por qué tiras el papel en la calle?!- casi le gritó su cuñada mientras también salía del vehículo -¿Qué no ves que ensucias el vecindario?

    • ¡A mi qué me importa! -…..- ¡Yo hago lo que me da la gana!¡Mi basura es mía!

    • ¡Le estás dando mal ejemplo a tus hijos! – gritó la cuñada mientras se acercaba a recoger el papel pues René caminaba con gestos corporales de satisfacción para entrar a su casa.

Ella lo siguió dentro del hogar:

    • ¡Mirá René! A vos se te olvida que estás en Fort Lauderdale, ya no estás en El Salvador. Ojalá venga la policía y te lleve a chirona para que aprendás a ser civilizado! – sentenció en voz alta, mientras sus sobrinos ingresaban también a la casa con una sonrisa imitadora a la del padre – ¡Como ya tenés tu gran camioneta ya te sentís todopoderoso para venir a este país a hacer lo que te da la gana pero estás equivocado!

Multas por tirar basura: ¿Injusticia social o justicia ambiental?

El problema de la basura en El Salvador no es nuevo, pero sí urgente. Alcantarillas tapadas, calles inundadas con las recientes tormentas y ríos convertidos en basureros improvisados son parte de la cotidianidad. Frente a esto, las autoridades municipales y nacionales han recurrido a multas como una herramienta para frenar la mala práctica de arrojar desechos en la vía pública. Sin embargo, estas sanciones no se implementan pero generan debate: 

¿Se trata de una política necesaria o de una forma más de castigar a todos los sectores pues no solo los populares lo practican?

La crítica desde la izquierda

Diversos grupos sociales, sobre todo desde sectores de izquierda, han criticado por décadas que multar por tirar basura es “castigar la pobreza”. Su argumento parte de la realidad de que muchas comunidades no cuentan con un sistema de recolección eficiente o carecen de contenedores accesibles. Para estos críticos, sancionar al que bota la basura en la calle es responsabilizar al más débil ya que el Estado no garantiza un servicio público equitativo.

A esto se suma un componente cultural: en los barrios y colonias menos lujosas, la basura no se percibe como un problema personal sino colectivo. “Si todos lo hacen, ¿por qué yo no?”, se preguntan muchos. La norma informal pesa más que la norma legal.

Pero, ¿a quién afecta más la basura?

Aunque las multas, aparentemente, recaerían sobre los sectores populares, los principales afectados por la acumulación de basura son esos mismos sectores. Son los barrios menos lujosos los que se inundan porque las alcantarillas están obstruidas, los que conviven con zancudos transmisores de dengue, chikungunya y zika, y los que enfrentan enfermedades gastrointestinales por la contaminación cercana. Los más lujosos, en cambio, suelen vivir en residenciales privadas con recolección domiciliaria eficiente.

Desde esta perspectiva, sancionar no es “criminalizar la pobreza”, sino defender el derecho de los más vulnerables a un ambiente limpio.

La mirada de la neurociencia y la psicología

La neurociencia aporta una explicación poderosa: el cerebro humano se guía por la recompensa inmediata. Tirar la basura al suelo produce una gratificación instantánea: quitarnos de encima un objeto molesto sin mayor esfuerzo. Este acto libera dopamina, el neurotransmisor asociado al placer. La gratificación es rápida, mientras que las consecuencias (inundaciones, enfermedades, contaminación) son lejanas y abstractas.

Así, el hábito se refuerza. La psicología conductual lo explica como refuerzo positivo sin castigo visible: si la acción no recibe consecuencias negativas inmediatas, se repite y se convierte en cultura. Las multas, en este marco, funcionan como refuerzo negativo, recordando al cerebro que no todo acto placentero es inocuo.

En países donde las sanciones son claras y visibles, el hábito se modifica. Las personas aprenden a asociar la gratificación de botar basura con una consecuencia costosa (la multa, la sanción social), y poco a poco el hábito se transforma.

Sociología del desorden

La sociología urbana ofrece otro lente: la teoría de las ventanas rotas. Donde hay suciedad y desorden, se normaliza el incumplimiento de reglas. Una calle con basura invita a botar más basura. Una ciudad limpia, en cambio, comunica orden y pertenencia. La limpieza no es solo estética: es una señal de respeto al espacio compartido.

Estados Unidos, Japón y países europeos han aplicado esta lógica con éxito. En Nueva York, por ejemplo, las campañas contra las “ventanas rotas” en los años 90 no solo redujeron la criminalidad, sino también la basura en las calles. El orden genera más orden.

El contraste con Estados Unidos

El contraste entre las ciudades salvadoreñas y muchas urbes de Estados Unidos es evidente. Calles limpias, alcantarillas despejadas y parques sin basura son la norma en gran parte del país. ¿Cómo lo logran?

    1. Educación desde la infancia: en las escuelas estadounidenses, las reglas sobre cómo disponer la basura son claras y se refuerzan con ejemplos prácticos.

    2. Infraestructura adecuada: hay basureros en cada esquina y sistemas de recolección programados y cumplidos.

    3. Multas efectivas: las sanciones económicas son altas y se aplican con regularidad. Nadie puede decir que “no sabía”.

    4. Cultura de la corresponsabilidad: la limpieza se asocia con prestigio comunitario y orgullo cívico.

Claro está, no todas las ciudades son iguales. Hay zonas, como Hialeah en Florida (ciudad de hispanos), donde la acumulación de basura es más visible, muchas veces vinculada a densidad poblacional, migración reciente y falta de integración en normas urbanas.

¿Y la democracia?

El debate sobre la basura no es menor ni superficial. Una ciudadanía que se acostumbra al desorden y al incumplimiento de normas es también una ciudadanía más frágil frente a la corrupción, la impunidad y el autoritarismo. La democracia, al fin y al cabo, se sostiene en el respeto a reglas compartidas.

Educación, infraestructura y sanción

Las multas por tirar basura no deberían verse como un mecanismo de represión, sino como una herramienta pedagógica y protectora. El verdadero reto está en aplicarlas de manera justa: garantizando al mismo tiempo servicios de recolección accesibles, campañas educativas efectivas y sanciones proporcionales.

En última instancia, el debate no es “multas sí o no”, sino cómo generar una cultura de corresponsabilidad ciudadana. Porque mientras sigamos arrojando basura a las calles, los más perjudicados no serán quienes pagan la multa, sino quienes conviven día a día con sus consecuencias: los sectores populares que cargan con los desastres. ¡Hasta el siguiente!

Médica, Nutrióloga y Abogada

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