El choque cultural, las barreras del idioma y la distancia familiar son los desafío que a los que esta salvadoreña debió adaptarse para poder alcanzar sus metas. Desde hace siete años vive en Rusia.
El choque cultural, las barreras del idioma y la distancia familiar son los desafío que a los que esta salvadoreña debió adaptarse para poder alcanzar sus metas. Desde hace siete años vive en Rusia.
A los 17 años, Adriana Judith González emprendió un camino que transformaría su vida, viajó a Moscú, capital de Rusia, gracias a una beca que le permitió iniciar sus estudios en la Universidad de Economía Plejanov, una de las más prestigiosas del país europeo.
Allí se graduó en Administración y Marketing, y actualmente cursa una maestría en Dirección de Proyectos en la misma institución.
Su trayectoria académica ha ido de la mano con un proceso de adaptación cultural y personal que describe como retador, especialmente en los primeros años, cuando el idioma y la lejanía de su familia representaron sus mayores obstáculos. Sin embargo, la resiliencia y el compromiso con sus metas la motivaron a concluir sus estudios y construir una vida independiente en Rusia.
Hoy, combina su formación universitaria con su trabajo como docente de español e inglés, además de desempeñarse en el sector de bienes raíces.
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Su desarrollo profesional le ha permitido establecerse en Moscú con plena autonomía, rodeada de un entorno multicultural que, según afirma, la inspira a seguir creciendo.
«En Rusia tenemos libertad. En Moscú hay facilidad de transportarse, las ciudades son baratas, las ciudades son lindas. Lo básico para la vida como casa, transporte, alimentaciones es asequible», destaca.
Para Adriana, quien ya tiene 7 años fuera de su país natal, su corazón está dividido entre Moscú y San Salvador, aunque considera difícil una comparación porque son contextos muy distintos: «Moscú es una megápolis, un país mucho más rico y tecnológico, con mayores ventajas en calidad de vida», explica.
Resalta que en Rusia la gente puede vivir bien con poco y tener acceso a actividades recreativas gratuitas.
En contraste, opina que en El Salvador aún no se ha alcanzado un punto en el que la estructura económica y laboral brinde a las personas lo suficiente para vivir plenamente.
También señala que en Moscú la vida está pensada para que la gente sea feliz en la ciudad, mientras que en El Salvador prevalece un estilo de vida más “americanizado”, donde no se disfruta tanto lo social ni lo cotidiano.
«Tenemos diferencias en esas visiones, que poco a poco creo que se están desarrollando en la actualidad», añade.
A su llegada a esta ciudad, otra de las cosas que le causó alguna dificultad fue la forma de relacionarse entre las personas. Explica que sentía que tenía “mucho que decir y no podía” por no dominar el ruso, lo que fue su mayor reto. También notó que en Rusia predomina la etiqueta y la formalidad, mientras que en El Salvador la interacción es más espontánea y cercana.
Para superar esas barreras, recurrió a la resiliencia y a la firme decisión de concluir sus estudios. Fue así que asumió que las dificultades eran parte de la elección de vivir en otro país y que debía “terminar lo que había comenzado”.
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Con el tiempo, aprendió a adaptarse al clima, al idioma y a las costumbres, sin dejar que las emociones temporales la desviaran de sus metas académicas y personales.
«La vida ha cambiado totalmente para mí. Pienso que (venir a Rusia) fue la decisión correcta», apunta.
Para la entrevistada, dejar a su familia ha sido uno de los aspectos más duros de su experiencia en Rusia. Relata que al llegar, siendo muy joven, la distancia no le pesaba tanto y vivía tranquila con la idea de poder regresar en cualquier momento. Sin embargo, con el paso de los años comenzó a sentir un “peso enorme” por estar lejos de sus padres y hermanos. Ahora reconoce que extraña profundamente a su familia y que uno de sus mayores anhelos es volver a El Salvador para convivir más de cerca con ellos o poder llevar a Rusia a sus padres con más frecuencia.
Por otra parte, describe que vivir en Rusia durante el conflicto ha sido, sobre todo, un reto psicológico. Aclara que no ha enfrentado una amenaza física directa, pero sí siente el peso de las sanciones internacionales: dificultades para viajar, limitaciones financieras (como no poder mover dinero libremente) y un aumento en los costos de vida.
Señala que estas restricciones han cambiado la rutina de las personas, afectando actividades que antes eran normales y asequibles. Pese a ello, asegura que en Moscú han estado seguros, y que lo más difícil ha sido adaptarse a las limitaciones cotidianas y al ambiente de incertidumbre que genera la guerra
Entre sus aspiraciones figuran continuar preparándose académicamente, apoyar más a sus padres y, en un futuro, formar una familia. Aunque asegura estar establecida en Rusia, no descarta regresar a El Salvador para reencontrarse con sus raíces y aportar al desarrollo de su país.
Consciente de las dificultades que implica emigrar, aconseja a los jóvenes que sueñan con estudiar en el extranjero a prepararse para los sacrificios iniciales: “quien esté listo para sufrir los primeros años, que lo haga; pero si no se tiene la determinación de terminar lo que se empieza, es mejor no dar el paso”, enfatiza.
Su historia refleja el esfuerzo y la perseverancia de una generación de salvadoreños que, desde distintos lugares del mundo, trabajan por alcanzar sus metas académicas y profesionales, sin dejar de lado el anhelo de regresar algún día a casa.
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