El sueño roto de la ingeniería «me abrió las puertas al del crochet»
Óscar Osmin Palacios López, de 28 años, no aprendió a caminar con los pies; pero sí con el deseo de vencer cualquier obstáculo para convertirse en un ejemplo para su familia y vecinos, en su natal Ahuachapán. Se dedica al crochet aunque de pequeño deseó asistir a la universidad; la dificultad para movilizarse le impidió cumplir ese sueño. Conozca su historia:
De niño, soñaba con ir a la universidad y estudiar ingeniería en sistemas. Sin embargo, la realidad de la movilidad y los costos de transporte a ciudades como Santa Ana o San Salvador, donde en aquel entonces no existían opciones como Uber, hicieron que ese sueño se volviera inalcanzable.
Hoy en día, ya no aspiro a una carrera universitaria. Las mismas limitaciones de movilidad que enfrenté en el pasado persisten.
En la universidad de mi departamento no hay muchas carreras para elegir; y las que hay, tienen mucha demanda.
Viajar a otras ciudades implicaría gastos y la necesidad de que mi madre (María Elena López) me acompañe, ya que, como digo, “andar conmigo es como andar como con un bebé”.
Óscar Palacios no logró asistir a la universidad, como lo soñó en algún momento; sin embargo, estableció un emprendimiento que, además, le sirve para ser un ejemplo en su natal Ahuachapán. Foto EDH/Cristian Díaz
Desde que nací, mi vida ha estado marcada por el mielomeningocele, una condición que me impide caminar. Es una lesión en la espalda baja, resultado de una fractura del tubo neural durante la gestación.
Nací con una “pelota de carne” en la espalda que, al ser extraída, rompió el tubo neural y me dejó lesionado.
Desde pequeño me adapté a mi condición, aunque siempre he sido consciente de sus desventajas.
Me incomodaba que cuando iba a la escuela me preguntaban de porqué estaba así, que si no quería caminar
“Desde pequeño entendí que no todos los caminos se recorren de pie, pero todos se pueden andar con el alma firme. El crochet llegó a mi vida como un refugio, una forma de transformar los días en algo bello. Cada puntada me enseña que los comienzos no deben dar miedo, que incluso cuando hay que deshacer lo tejido, siempre se puede volver a empezar con más fuerza, más calma y más amor”
Retomado de su cuenta de Facebook
Estudié hasta octavo grado. Mi madre, que es mamá soltera, hizo todo lo que pudo por mí y mi hermana, pero la economía siempre fue un factor limitante.
Aunque en mi escuela había rampas, el transporte siempre fue un problema y un gasto considerable, ya que teníamos que pagar mototaxis o Uber.
Los niños, en general, son bien soñadores. Yo soñaba con estudiar ingeniería en sistemas.
Mi vida cotidiana, desde que salí de octavo grado en el 2011, era de pasar pensando sobre qué iba a hacer con mi vida porque si las oportunidades para las personas sin ninguna discapacidad son diminutas, para nosotros son el doble de difíciles.
Yo me la pasaba pensando sobre qué iba a hacer con mi vida, de qué iba a trabajar, qué iba a hacer.
Hasta hace cuatro años comencé a estructurar qué iba a pasar conmigo y pensé en el crochet, que dedicándome a eso puedo llegar a tener una estabilidad económica en el futuro porque ahorita la estoy construyendo.
La curiosidad me llevó a desarrollar la habilidad aunque una tía tejía; pero, en realidad, nunca tuve un acercamiento antes con este oficio.
El crochet lo aprendí de un día para otro, viendo videos de Youtube. Aprendí cómo hacer los puntos y después uno se va manejando.
Comencé a hacer colas para el cabello; las elaboraba de girasol, de tulipanes, de cerezas. Ahora hago amigurumi de motocicletas, muñecos, todo lo que me piden.
Para un llavero uno se tarda dos días; para figuras de 15 centímetros se lleva 10, 12 días.
Mi mamá y hermana me dicen que siga adelante, que soy un ejemplo para ellas y muchas otras personas.
Ahora ya no aspiro a tener una carrera universitaria, sino a ser un ejemplo para los demás porque lo mismo que me afectó antes, afecta ahora: el poder movilizarme.
Además, las carreras de la universidad de mi departamento ya tienen mucha demanda; estudiar en Santa Ana o San Salvador implica gastos porque le toca a mi mamá andar conmigo.
A veces a uno lo cohibe la misma discapacidad; es a lo que llamo que a veces no se estudia por miedo.
Pero la mayoría de personas de mi edad son hijos de padres separados y la mamá no puede con todo; por eso mismo uno dice que mejor no se estudia.
El joven ahuachapaneco instala su emprendimiento, cada viernes, en el parque La Concordia, de Ahuachapán. Foto EDH/Cristian Díaz
Fue lo que pasó conmigo: decía pobrecita mi mamá.
Uno, como persona con discapacidad, no tiene mucha atención del gobierno o de las entidades departamentales para seguir estudiando y cumplir las metas.
Ahora tengo mi emprendimiento que se llama Entre Lanas, lo pueden encontrar en Facebook.
Los viernes también me instalo en el parque La Concordia en Ahuachapán, y en el mercado municipal número uno, donde llego tres veces por semana por lo mismo del transporte.
Mi consejo, a las personas en general, es que si uno le echa ganas, como quiera sale adelante.