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El Maneadero, la comunidad que entierra a sus seres queridos en el patio

En San Luis El Maneadero, Zacatecoluca, la costumbre de tener tumbas en las viviendas transforma los hogares en panteones íntimos. Las familias conviven a diario con la memoria, una práctica arraigada por la pobreza y el deseo de mantener a los difuntos siempre cerca.

En El Maneadero Familiares entierran a sus muertos en sus casas

En la comunidad San Luis El Maneadero, conocida por sus habitantes como El Maneadero, en el municipio de Zacatecoluca, departamento de La Paz, la línea entre la vida y la memoria se difumina. Aquí, la rutina diaria no se desarrolla a espaldas de la muerte sino junto a ella: decenas de familias han enterrado a sus seres queridos en el patio o dentro de los límites de sus propias viviendas.

Esta práctica singular, lejos de infundir temor, es una arraigada tradición que transforma los hogares en panteones íntimos, donde una tumba adornada con flores es parte del paisaje cotidiano, como si se tratara de un mueble.

En El Maneadero, el 2 de noviembre, Día de los Santos Difuntos, es solo una fecha más para honrar a los muertos. Los familiares limpian, barren y enfloran las tumbas a diario, porque sus seres queridos están, literalmente, a pocos pasos.

Concepción Domínguez, de 52 años y residente de la comunidad, mantiene impecable la tumba de su esposo, Ramón Meléndez, fallecido hace cuatro años.

«Yo lo hice porque mi esposo dijo que ahí quería quedar,» relata con serenidad. «Lo enfloramos el día que cumple años, el Día del Padre y el Día de Difuntos. Siempre se mantiene ahí florido.»

Concepción Domínguez, residente de la comunidad, mantiene impecable la tumba de su esposo Foto EDH/ Jessica Orellana

Esta cercanía es una forma de honrar el último deseo de muchos de los difuntos. Las tumbas varían, desde una cruz sencilla o un montículo de tierra, hasta lápidas elaboradas que construyen pequeños panteones familiares en los terrenos.

La costumbre de enterrar a los familiares en suelo propio se remonta a los orígenes de la comunidad, asociada por algunos lugareños a prácticas precolombinas o a los desafíos logísticos de la guerra civil salvadoreña. Sin embargo, hoy en día, la principal motivación es doble: primero, lo hacen por la lejanía de los cementerios: el camposanto público más cercano se encuentra en Zacatecoluca, lo que implicaba para las familias un generoso costo y complicado traslado.

También está la pobreza y la ausencia de recursos. En esta comunidad, el costo del entierro y el transporte hasta el cementerio era, y sigue siendo, una carga insostenible debido a que desde el cantón El Maneadero hasta Zacatecoluca son más de 5 kilómetros de trayecto.

Y es que, según sus habitantes, las calles de la comunidad nunca han sido intervenidas, por lo que movilizarse les resulta difícil, principalmente a las personas de la tercera edad.

María Santos Guzmán Cerna, quien tiene enterrados a su esposo, a su madre y a su suegra en su propiedad, narra la dura realidad al momento de las exequias: «aquí, en la familia de nosotros, ha habido mucha pobreza. Cuando ellos han muerto, hemos estado así, sin nada… Para llevar hasta allá al cementerio a una persona, una caja, se necesita de un camión, y hay que pagarle a ese camión. Nosotros no tenemos nada», relata.

María Santos Guzmán Cerna recuerda a su madre, esposo y suegra, quienes están enterrados en el terreno de la vivienda. Foto EDH/ Jessica Orellana

En casos como el de su suegra, la decisión fue tomada cuando ella estaba viva: «ya cuando murió, ella dijo que aquí quería que le enterraran». En otros, como el de su madre, la necesidad se impuso. «En vista de que tampoco teníamos nada, aquí la enterramos».

Las familias que optaron por esta práctica en sus terrenos privados, en teoría, debieron realizar un trámite en la alcaldía para obtener el permiso, aunque muchos lo hicieron simplemente por necesidad y por ser dueños del terreno. No obstante, en la comunidad existe incertidumbre sobre la situación legal actual. Pero confían en que sus seres queridos no serán removidos de donde descansan.

Rosa Mintha González, quien tiene enterrados a su padre (quien falleció hace 14 años) y a su hermano (hace 3 años), cree que el trámite sigue siendo posible, aunque tedioso: «yo creo que sí, se hace como un trámite y se pide permiso».

Rosa Míntha González limpia la tumba de su hermano, quien fue enterrado en el patio de su casa hace 3 años. Foto EDH/ Jessica Orellana

Sin embargo, Concepción Domínguez señala un cambio: hace aproximadamente cuatro años la cooperativa de El Maneadero abrió un espacio de media manzana para sepulturas en un área más accesible, aunque fuera de las viviendas. Esto ha reducido la necesidad de enterrar dentro de los hogares, pero no elimina el valor sentimental de quienes ya tienen a sus parientes en casa.

Para todos ellos, la práctica de enterrarlos en la comunidad es una forma de mantener a sus seres queridos cerca y de honrar su memoria de manera constante.

Para ellos, el amor y el recuerdo de sus parientes no tienen que ir a un cementerio lejano, sino que permanecen bajo el mismo techo.

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