Rosa Elena Colato, salvadoreña radicada en Los Ángeles desde hace 36 años, ha dedicado su vida a trabajar por la comunidad migrante, la niñez y los adultos mayores.
Conocida con afecto como “Rosie Salamanca”, la migueleña Rosa Elena Colato, ha sido nominada entre los 100 líderes latinoamericanos más influyentes en Estados Unidos, un reconocimiento a su trayectoria de servicio y compromiso social.
Su historia comenzó hace más de tres décadas, cuando debió salir de El Salvador a causa del conflicto armado. En tierra extranjera, lejos de su familia, mantuvo vivo el propósito que aprendió en casa: ayudar a los demás. Desde entonces, ha convertido su vocación solidaria en una misión de vida a través de la Fundación Elena, que en el último año ha beneficiado no solo a salvadoreños, sino también a niños, adultos mayores y familias vulnerables de origen mexicano, guatemalteco y ecuatoriano. En esta entrevista, Rosie Salamanca comparte más sobre su trabajo con la comunidad salvadoreña.
Para mí es un gran orgullo y una enorme emoción. Jamás imaginé recibir una nominación así. Cómo salvadoreña me siento honrada, porque no solo es un reconocimiento personal, sino también para mi tierra, San Miguel.
Estar entre los 100 líderes latinos más influyentes ya es un privilegio que me impulsa a seguir ayudando.
Me tomó por sorpresa. No conocía a las personas que organizan este reconocimiento y cuando me contactaron, pensé: “¿Cómo ha llegado tan lejos mi nombre?”.
Me explicaron que se trata de una organización internacional con presencia en medios. Saber que mi labor se conocerá en todo el mundo me llena de emoción.
Es como ganar una corona de Miss Universo, pero en el liderazgo social trabajando con diferentes sectores.
Llegué a Estados Unidos con una maleta llena de sueños y sin nada más. En mis primeros años recibí apoyo de mis patrones que me ayudaron a estudiar y salir adelante. Desde entonces me dije: “Si a mí me ayudaron, ahora me toca devolver un poco de lo que recibí”.
Así empecé a orientar a otros migrantes a encontrar trabajo, estudiar inglés y mejorar sus oportunidades.
En 2016 recibí en Los Ángeles el premio Actitud como “Modelo de mujer a seguir” y el mismo año el Estado de California me reconoció como Mujer del Año. Fue algo que me comprometió aún más con la comunidad.
Queremos que los salvadoreños en Estados Unidos sean reconocidos por sus aportes positivos. Nos enfocamos en apoyar a los migrantes para que se legalicen, participen en elecciones, se involucren en actividades comunitarias, encuentren oportunidades de trabajo.
Algunos de los programas son dirigidos directamente con la niñez, adultos mayores o repatriación de cuerpos.
Hace poco el Senado de California entregó reconocimientos a quince voluntarios de Fundación Elena, ocho de ellos son salvadoreños, ecuatorianos y guatemaltecos, que fueron reconocidos por su labor altruista, eso me llena de orgullo.
Creo que lo que más me define es no decir “no” cuando alguien necesita ayuda. A veces apoyó casos que nadie ve: envío medicinas, recojo donaciones de ropa y utensilios en mi casa para quienes no tienen nada.
No lo publico ni lo hago por reconocimiento. Lo importante es aliviar un poco el sufrimiento de los demás. Un líder, para mí, no busca brillar por sí mismo, sino ser una luz que ilumine a otros.
Nos hace falta unirnos más. Hay muchos empresarios que podrían colaborar un poco con eso se lograrían grandes cambios.
En El Salvador hay jóvenes que no tienen uniforme para practicar deportes, estudiantes que no pueden seguir en la escuela o adultos mayores que necesitan atención.
No es necesario donar millones, con poco se puede hacer mucho. También hace falta transparencia en las organizaciones, porque eso genera confianza.
En Fundación Elena hemos demostrado que cada ayuda llega a su destino.
Seguir creciendo. Ahora no solo ayudamos a salvadoreños, también a ecuatorianos, guatemaltecos y mexicanos. Hace dos años apoyamos a niños en Ecuador y recientemente a comunidades en Cabo San Lucas, México.
Quiero que Fundación Elena continúe siendo un ejemplo de entrega y transparencia. También quiero formar a nuevos líderes que continúen este legado.
Mi papá fue mi mayor inspiración. Él vivía en el cantón Planes Terceros, en Chinameca, San Miguel, cuando alguien moría, él era quien buscaba el ataúd, llevaba el pan para el velorio o trasladaba enfermos al hospital sin cobrar nada.
Mi mamá siempre decía que él daba hasta su camisa. Crecí viendo eso, y cuando llegué a Estados Unidos lo recordé.
Empecé regalando ropa, utensilios, juguetes y poco a poco se fueron sumando mis hermanos. En 2018, con el apoyo de otros salvadoreños, logramos legalizar la Fundación Elena en Estados Unidos y El Salvador.
Perder a mi hermano fue un golpe muy duro. Él siempre me ayudaba en los eventos de la fundación. Recuerdo que le decía a mi mamá: “Déjela, a ella le gusta ayudar. Prefiero que reconozcan a mi hermana por su gran corazón”.
Desde su partida trabajó también en su memoria. Él me enseñó que vale más dar un plato de comida que guardarlo para uno mismo.
Es complicada. Hay muchas deportaciones, sobre todo de quienes ingresaron recientemente. Pero también hay más oportunidades para quienes demuestran que están contribuyendo al país.
En California, los reconocimientos y certificaciones de organizaciones legales como la nuestra son muy valiosos porque ayudan a los migrantes a comprobar su buena conducta y su compromiso comunitario.
A veces uno no es profeta en su tierra, en San Miguel casi nadie me conoce, pero en Ecuador, México y Guatemala sí. Me alegra ver cómo personas de otros países se acercan para ofrecer su ayuda o participar en nuestros proyectos.
Eso demuestra que cuando se trabaja con amor las fronteras desaparecen.
Quiero que cuando ya no esté, digan: “Ella fue una mujer que nunca se cansó de ayudar, que buscaba comida para los que no tenían nada”.
No nací en cuna de oro, pero sí con un corazón dispuesto a servir. Esa es mi mayor satisfacción, dejar un legado de amor y solidaridad.
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