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Caficultura y automovilismo en Santa Ana fueron de la mano

El inicio y primeros pasos de la gran mayoría de los deportes en el país tuvo vínculos al desarrollo del cultivo del grano de oro; no fue diferente con los coches de velocidad

El doctor Carlos Emilio Álvarez muestra parte de su colección automovilística, una pasión desarrollada y mantenida por años. FOTOS EDH / Lissette Monterrosa

El Diario de Hoy entrevistó al Dr. Carlos Emilio Álvarez, médico, amante del automovilismo y miembro de una familia cafetalera vinculada al pionero de la industrialización del café: Rafael Álvarez Lalinde.

EDH: Dr. Álvarez, queremos profundizar en la relación de la caficultura y el deporte y, en este caso, el automovilismo. ¿Qué relación hay?

CEA: En realidad, no puedo encontrar una relación directa; pero indirectamente, el desarrollo de la caficultura activó el automovilismo. En los años 20 se conoce la primera carrera informal de automovilismo. Don Chepe Velasco o José Velasco, era el importador de la marca de autos Rickenbacker; y él se puso a correr en la pista de caballos de la finca Modelo. Intentó un reto de 24 horas en un gran carro y tenía otro carro más pequeño donde llevaba los tanques de gasolina y, sin parar, le echaban el combustible. Y sí, Don Chepe Velasco era un caficultor; entonces, no podía hacer todo esto si no era con los recursos que venían del café. Exactamente.

Ya luego los siguientes pasos que conocemos es a don Juan Grané, corriendo en la pista del campo de Marte, pero don Juan no era caficultor. La primera competencia formal que hubo fue la carrera del Centenario de Santa Ana, en febrero de 1955, y vino Manfredo Litman a correr en un Ferrari.

Hernández muestra un libro que recoge gran parte de la historia familiar y del café. Foto EDH/Lissette Monterrosa.
Hernández muestra un libro que recoge gran parte de la historia familiar y del café. Foto EDH/Lissette Monterrosa.

Manfredo era el productor individual más grande de café de Centroamérica, era guatemalteco; por lo tanto, no hubiera podido comprar su Ferrari si no hubiera sido por el café que tenía.

Lo mismo sucedió con los jóvenes entusiastas de esa época, Tatito Reyes, caficultor de la finca El Águila, en el volcán de Santa Ana; tenía un Oldsmobile; Samuel Álvarez, René Domínguez también era santaneco y caficultor, y Mauricio Miranda Lupone.

EDH: Hay una historia interesante de Mauricio Miranda y su famoso Jaguar D-Type

CEA: Recuerdo que le pregunté a Mauricio porque había un mito que la gente decía que había vendido una finca de café para comprar este automóvil. Entonces yo le pregunté, «Mauricio, ¿es cierto que vos vendiste una finca que había heredado tu papá para comprar?» Sí, Es cierto. Era un carro de carreras muy costoso.

Entonces, ¿qué relación tiene el automovilismo con el café? Pues, los jóvenes de esa época que tenían esos carros carísimos o sofisticados, no hubiera sido posible tenerlos sin el auge del café. Así que es de la relación que yo le encuentro.

EDH: Y en su experiencia, ¿qué significaba la caficultura en esa época para El Salvador?

CEA: Mire, en esa época la caficultura era la caficultura y punto. Estaba naciendo la industrialización del algodón, y Duarte se la acabó de un plumazo con la reforma agraria.

Cuando yo era joven, tendría unos 20 años, El Salvador estaba entre los tres principales exportadores de café del mundo, con Brasil y Colombia. Y hoy vergonzosamente somos los últimos de Centroamérica.

EDH: ¿Cuáles fueron los factores que afectaron más a la caficultura? Más allá del conflicto.

CEA: Mire, yo creo que, número uno, los propios salvadoreños, los mismos caficultores se dedicaron a gastar y a no invertir en las tierras o en la caficultura; segundo, los gobiernos que no han ayudado con sus políticas; ha sido raro el gobierno que verdaderamente se ha interesado por la caficultura. Mire usted la situación hoy en día, está totalmente acabada. Yo me acuerdo que hubo un pacto del café en Ataco, solo quedó en papel y promesas; incluso se habló de que se iban a invertir 300 millones de dólares en rescatar la caficultura y nada.

EDH: Cuénteme sobre don Rafael Álvarez Lalinde

CEA: Don Rafael Álvarez era mi bisabuelo. Él era uno de los 14 hermanos Álvarez Lalinde. El hermano mayor fue el doctor Emilio Álvarez, cirujano, de quien había una estatua enfrente del hospital de Maternidad antiguo y enfrente de la Facultad de Medicina vieja; por ahí está, lo han desarmado y dicen que lo van a armar frente a la puerta principal del nuevo hospital Rosales.

Entonces, el doctor Emilio Álvarez estudiaba medicina en Medellín, luego se tuvo que ir a Bogotá a terminar los otros 3 años de su formación, y lo enviaron a vivir con su tía, una señora que se llamaba Liberata Lalinde. Ella estaba casada con don Joaquín Pérez y tenían una hija que se llamaba Isabel Pérez Lalinde. Por alguna razón, que todavía no hemos logrado dilucidar, la familia Lalinde emigró a El Salvador en 1840. También emigraron varias familias de origen colombiano. Entonces, termina sus estudios y se viene a El Salvador detrás de la prima. Se ve enamorado de la prima de Isabel Pérez y se casa. Entonces, muere Don Joaquín Pérez, que tenía mucho dinero, y les hereda a Isabel y al doctor Emilio Álvarez las fincas y beneficios Malacara, Sinaí, Potosí, Rosa Valle, Santa Teresa, Manizales, entre otras.

La razón por la que él es pionero en la industrialización del café es porque montó el primer beneficio húmedo aquí en el país y en Centroamérica. Antes solo se secaba el café al sol en patios.

Mi abuelo en 1950 escribió sus memorias, luego las transcribimos y se las entregamos al escritor Nelson Choto, y Mauricio, mi hermano, terminó de editar el libro biográfico en el que se expone la historia de la familia, y en ella, de la caficultura salvadoreña.

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