Araceli Sánchez Garrido, subdirectora adjunta de Cooperación y Acción Cultural para el Desarrollo de la Aecid, explica cómo la diversidad cultural y el rol de los centros culturales son esenciales para la cooperación eficaz.
Araceli Sánchez Garrido, subdirectora adjunta de Cooperación y Acción Cultural para el Desarrollo de la Aecid, explica cómo la diversidad cultural y el rol de los centros culturales son esenciales para la cooperación eficaz.

La cooperación española ha sido pionera en considerar la cultura como un elemento y un motor esencial de las políticas de desarrollo sostenible. En ese marco, la antropóloga Araceli Sánchez Garrido, subdirectora adjunta de Cooperación y Acción Cultural para el Desarrollo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid), visitó El Salvador y compartió las claves de esta visión en entrevista en el programa «Herzio Cultureta» de La Radio Tomada del Centro Cultural de España en El Salvador (CCESV).
Sánchez Garrido, licenciada en Geografía e Historia con especialidad en Antropología y con experiencia como conservadora en el Museo de América, es una de las personas responsables de acompañar la transversalización de la diversidad cultural en la cooperación de la Aecid.
La antropóloga abordó el concepto fundamental de diversidad cultural, definiéndola como «la materialidad de la diferencia, de la diferencia social». Explicó que no todas las sociedades y grupos humanos responden de la misma manera, lo que genera culturas específicas. Esta mirada es crucial para la cooperación, ya que su objetivo es la mejora de la vida de las personas.
«La gente vive mejor cuando se desarrolla de una manera espontánea, sin imposiciones», afirmó Sánchez Garrido, destacando que la cooperación no debe buscar «meter a todo el mundo en el mismo saco». La evolución de las sociedades es «multilineal, no es única y no es lo nuestro lo mejor».

La Aecid tiene una guía para transversalizar la diversidad cultural porque esta perspectiva garantiza la eficacia de los proyectos. La entrevistada ilustró su aplicación con un ejemplo de salud materno-infantil en un proyecto: las mujeres no acudían a dar a luz a los centros de salud porque no se les hablaban en su lengua, ni se respetaba su postura tradicional o su ritual de nacimiento. Al crear un paritorio adaptado a sus pautas culturales, conectado al consultorio médico, y trabajando con la partera tradicional junto a la matrona occidental, la mortalidad infantil se redujo en un 80 %.
Inversiones pequeñas
Este ejemplo subraya la visión de que las inversiones en cultura deben ser pequeñas y trabajar sobre cuestiones esenciales y pautas de comportamiento. La cultura en este contexto es mucho más que el sector de la creatividad o la producción artística; es la «manifestación y la particularidad en la que se muestran las comunidades». Trabajar en cooperación implica entender las claves de estas últimas para apoyar las necesidades que demandan y mejorar su calidad de vida.
«¿Cuál es el papel del centro cultural? Oír esos imaginarios.
Araceli Sánchez Garrido, subdirectora adjunta de Cooperación y Acción Cultural para el Desarrollo de la Aecid.
Conocer muy bien cuáles son los tabúes. Conocer, además, cómo combatir lo nocivo que hace daño».
El desconocimiento de estos factores culturales puede llevar al fracaso de proyectos multimillonarios. Sobre ello, la española narró dos casos: uno en Senegal donde la mecanización agrícola (identificada con un tabú masculino) hizo que las mujeres dejaran de ir al campo, y otro donde un almacén de pescado en un «lugar maldito» quedó inservible.
En este panorama, el papel de los centros culturales es fundamental. Son los espacios para «poner a dialogar imaginarios», conocer los tabúes y, de igual modo, saber cómo combatir las prácticas culturales nocivas como la violencia contra la mujer y la infancia. Estos espacios son una herramienta clave para la detección de problemas profundos, como se vio en el caso de un terremoto en Perú, donde un proyecto cultural con niños reveló abusos domésticos.
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La antropóloga valora el rol de los espacios físicos como refugios y lugares de conocimiento. En la conversación mencionó el ejemplo de una biblioteca con ordenadores en Centroamérica, donde las mujeres que no leían aprendieron a usarlos para pedir auxilio en casos de abuso o desapariciones. Los centros culturales están «pensados para ser espacios de ruptura, de diálogo, de conciliación cuando se necesita… son impagables».
Museos y formación
Sánchez Garrido también se refirió a la necesaria reinvención de los museos convencionales, señalando que deben replantearse su papel y buscar nuevos públicos. Si bien deben conservarse y seguir existiendo, la nueva definición de museo ya contempla un enfoque más ligado al desarrollo y la cultura. Los centros culturales, en este sentido, ofrecen espacios mucho más libres para la crítica y la subversión, como un «carnaval constante».

Finalmente, destacó el papel de la formación a través del programa Acerca -creado en 2005-, que no solo impulsa las artes y tecnologías, sino que se ha convertido en un tanque de pensamiento, un «espacio para pensar».
En un momento de inmediatez, esta pausa para la reflexión es «absolutamente necesaria para hacer política pública y para hacer gestión». Acerca es un instrumento «ágil» y «versátil» de la cooperación que contribuye a la gestión de archivos, bibliotecas y museos, y al pensamiento sobre cuestiones como los criterios de la UNESCO y la definición del patrimonio.
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