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San Avilés y el derecho de narrar distinto

«Mi obsesión con San Avilés me ha llevado a entender su vida más allá de la superficie. Me encuentro en una posición privilegiada para hablar con propiedad de él, pero también en una posición susceptible a las críticas».

"San Avilés" está montada en el Museo de Arte de El Salvador (Marte).

Por: Juan Santiago Martínez / curador independiente y escritor.

El 8 de septiembre de 2025 será el último día que veremos la exhibición «San Avilés», pero no será el último día que veremos a San Avilés engalanando los muros de nuestras instituciones artísticas.

Actualmente, «San Avilés» está montada en el Museo de Arte de El Salvador (Marte) y tuve la oportunidad de curarla, cumpliendo así uno de mis grandes cometidos: rendirle un tributo merecido a quien fuera el hermano de mi abuela paterna. A Ernesto Avilés Cordón no lo conocí personalmente, pues falleció en 1991, en París, víctima del VIH/SIDA. Lo conocí a través de las historias que mi familia narraba en la sobremesa.

No lo conocí, pero sí conocí la narración de su vida. Esa historia se convirtió en la base de mi vocación: dedicarme profesionalmente a las artes. Su obra me cautivó a tal punto que se transformó en el prisma de mis consideraciones estéticas, convenciéndome de que la excelencia y la disciplina son el camino correcto para la creatividad —idea que, por cierto, muchos rechazan y lo dejan más que claro.

Aún así, lo que fue inenarrable, fue el pasado 6 de marzo cuando, desde la Sala 2, miré hacia el vestíbulo y vi una marabunta de gente con la intención de entrar al Museo y conocer —para muchos, «por fin»— la obra de Ernesto «San» Avilés. Y digo que fue inenarrable porque me sigue costando recordar, en aquel mar de cabezas, dónde estaba mi propia familia. Fue inenarrable porque, a mi juicio, aquella noche El Salvador se volcó hacia el arte. Y todos le dieron la razón a San Avilés: la belleza academicista sigue siendo relevante. Y que lo bien hecho es lo verdaderamente disruptivo, por mucho que se quiera afirmar lo contrario.

Cientos de salvadoreños se han visto atraídos por esta exhibición.
Cientos de salvadoreños se han visto atraídos por esta exhibición. Foto: EDH / Miguel Lemus

«Ver todas las obras juntas es un espectáculo», me repetían quienes, luchando por acercarse a alguna pieza, se fascinaban al ver reunida —con bombos y platillos— la obra de San Avilés. Esa fue, desde el inicio, mi intención: fascinar a los espectadores con la narración de su vida profesional, su trayectoria artística y sus conclusiones estéticas.

Mi obsesión con San Avilés me ha llevado a entender su vida más allá de la superficie. Me encuentro en una posición privilegiada para hablar con propiedad de él, pero también en una posición susceptible a las críticas. Sin embargo, me mantuve firme: mi objetivo era devolver el brillo a la obra de mi tío Neto y mostrarle a la gente lo excelente que fue, en términos estéticos.

Por esa razón, sabíamos que era urgente actuar. Desde 2010 no se había realizado una exhibición retrospectiva de Avilés y el artista parecía encaminarse hacia el olvido. En ese sentido, el Museo de Arte fue perspicaz al ayudarme a corregir ese rumbo. De nuestra sinergia y gracias a una circunstancia que debería ser extraordinaria (pero el olvido es una enfermedad en el panorama artístico salvadoreño) surgió esta exhibición.

Cuando tomé el reto y Marte aceptó hacerlo realidad, empezó la aventura. Primero tuve que definir el concepto. Como siempre, entendí que el camino más simple era el más efectivo: ofrecer al espectador salvadoreño la obra impoluta, de manera didáctica, digerible y dinámica.

Básicamente, narrar la historia de San Avilés como artista de la forma más directa posible. Sin embellecer en exceso, sin ningunear, sin condescender: mostrar la cruda realidad estética del artista. Una tarea compleja, porque me obligaba a considerar también los aspectos personales, punto que muchos consideraron débil en mi trabajo.

Ahora bien, debemos tener claro que la interpretación es el gancho del artista. En el caso de San Avilés deja pistas que, incluso a los más expertos, provocan dudas. Moscas, cascos, conchas, manzanas, gotas, telas… toda una fantasía de erudición simbólica que invita a repensar cada elemento. A mí, la interpretación nunca me ha preocupado, pues me rijo por las leyes de lo contrastable. Si lo dijo el artista, lo digo yo: no suelo aventurarme con demasiada facilidad.

Es más, creo que es normal que la interpretación personal que cualquier visitante puede construir, inevitablemente, provoque disidencias con mi forma directa y pragmática de abordar las exhibiciones. Y en consecuencia, debo dilucidar que no se podía abarcar todos los temas, ni tampoco desviarme de mis consideraciones ni de mis objetivos. Mi propósito se cumplió, y la exhibición también cumplió con los suyos, incluso si estas disidencias quedaran inconclusas.

Pero, debo dejar claro que las lecturas que subyazcan de la estética de San Avilés no son mi responsabilidad y mucho menos abordarlas. Esa tarea le pertenecen a la comunidad. Estas exposiciones deben generar debate e interés y con la misma fuerza que defendemos nuestros argumentos, también debemos construir una narrativa.

La exhibición deja un legado por seguir descubriendo y abre la posibilidad de agregar nuevas narrativas a la figura de un artista de tal calibre. Esta muestra es parte de ese proceso fundamental de la construcción de la Historia. Pero una golondrina no hace verano: a quien le interesa San Avilés que trabaje por su legado.

Quiero concluir resaltando la importancia de narrar distinto. El arte se abre a infinitas posibilidades y formas de abordarlo. Desperdiciar nuestro intelecto en luchas infecundas solo conduce al desgaste. Todos tenemos derecho a narrar nuestra historia y, sin pecar de vanidoso, puedo decir que San Avilés forma parte, más que de la de nadie, de mi propia historia.

Agradezco a Marte y a todos los coleccionistas por hacer posible esta historia. Y si en algún momento esta muestra opacó otras miradas, fue únicamente porque la fuerza de San Avilés se impuso con la inevitable naturalidad de aquello que no puede ignorarse.

Este texto refleja únicamente la perspectiva de su autor. El Museo de Arte de El Salvador, como institución, no se adscribe necesariamente a los puntos de vista aquí expuestos.