El Salvador, un país de alta pluviosidad, ha sido testigo de miles de eventos de inundación en el último siglo. Desde las inundaciones de 1922 hasta el paso de Amanda en 2020, la historia confirma la vulnerabilidad del territorio nacional.
El Salvador, un país de alta pluviosidad, ha sido testigo de miles de eventos de inundación en el último siglo. Desde las inundaciones de 1922 hasta el paso de Amanda en 2020, la historia confirma la vulnerabilidad del territorio nacional.
NO, la basura no es solo el detonante. La vulnerabilidad de El Salvador a los deslaves e inundaciones es un problema multifactorial que entrelaza la geografía, el clima y las condiciones socioeconómicas.
El país se asienta en un relieve predominantemente montañoso, con el 85 % de su territorio con pendientes superiores al 15 % y suelos frágiles de origen volcánico, lo que incrementa el riesgo de deslizamientos.
A esto se suma su densa red de 360 ríos y 10 cuencas hidrográficas, caracterizados por ser de corto recorrido y alta pendiente, lo que provoca crecidas rápidas y violentas, especialmente en las zonas costeras.
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La situación se agrava por la deforestación y la degradación de suelos, que eliminan la función natural de los bosques como «esponjas» que absorben el agua de lluvia y estabilizan el terreno.
El crecimiento urbano desordenado ha llevado a que una gran parte de la población, particularmente las comunidades de escasos recursos, se asienten en zonas de alto riesgo como laderas de volcanes y orillas de ríos.
Expertos en el tema de medio ambiente, como Celia López Ruiz y Ricardo Navarro han señalado que el cambio climático intensifica la frecuencia y la fuerza de los eventos meteorológicos, superando la capacidad de absorción del suelo y los sistemas de drenaje.
Esto hace que la prevención sea un tema crucial, no solo para las autoridades, sino también para la población, que necesita estar educada y organizada para responder a estos eventos y así evitar la repetición de tragedias. Acá, un recuento de 10 tragedias desde principios del siglo XX hasta la segunda década del XXI.
Inundaciones de junio de 1922
Un fuerte temporal sobre San Salvador y Colón causó el desborde de los ríos Acelhuate y Arenal de Candelaria. El colapso del sistema de alcantarillado en barrios pobres de la capital como Candelaria, La Vega, El Calvario y San Jacinto, resultó en la destrucción de calles, puentes y edificaciones.
La cifra exacta de víctimas nunca se supo, pero se recuperaron decenas de cadáveres en las zonas de Apopa, Guazapa y Colima. En el municipio de Colón, se reportaron 24 muertes. Las pérdidas materiales se estimaron en millones, según el artículo de Carlos Cañas Dinarte, «Hace cien años, la muerte bajó entre las aguas», publicado en elsalvador.com.
En 1934, una tormenta tropical también causó ruina en el país, incluyendo un deslizamiento en donde hoy es la residencial Las Colinas de Santa Tecla, similar al provocado por el terremoto de 2001, en el que murieron cientos de personas. Pero en los años 30, la zona no estaba habitada.
30 de septiembre de 1953
Descargas inadecuadas de la presa hidroeléctrica El Guayabo durante un temporal agravaron las inundaciones en la zona del Bajo Lempa, cubriendo hasta 900 kilómetros cuadrados. Más de 6,000 campesinos perdieron sus cultivos y viviendas. En San Salvador, el río Acelhuate creció, arrastrando animales de granja («Los desastres no son naturales»).
Huracán Fifí, 20 y 21 de septiembre de 1974
Aunque causó daños en toda Centroamérica, en El Salvador afectó principalmente la zona del Bajo Lempa y la infraestructura vial. Se reportó un hundimiento de 40 metros de largo por 15 metros de profundidad en San Marcos. Hubo decenas de muertos y 5,000 personas quedaron damnificadas.
Deslave en Montebello, 19 de septiembre de 1982
Después de varios días de lluvia, un alud de lodo se deslizó desde el Picacho, destruyendo todo a su paso. La tragedia se originó tras el colapso de muros de contención en las colonias Montebello, El Triunfo, San Mauricito y San José en Mejicanos, dejando 500 personas fallecidas y 2,000 damnificadas. La «casa rosada» se convirtió en el símbolo de este desastre, al ser la única edificación que resistió el alud de 300,000 metros cúbicos de tierra.
Huracán Mitch, 31 de octubre de 1998
Catalogado como el segundo huracán más mortífero en la historia de la región, Mitch dejó más de 230 muertes y 130 desaparecidos en El Salvador. Afectó a 57,000 personas y el 75% de la producción agrícola. La zona más afectada fue Chilanguera, en el oriente del país, con 145 muertos. Más de 10,000 casas fueron destruidas y 59,000 personas quedaron sin hogar.
Huracán Stan, octubre de 2005
Este huracán llegó de forma casi simultánea con la erupción del volcán Ilamatepec de Santa Ana. Sus intensas lluvias afectaron a la mitad del territorio nacional, dejando 72 fallecidos y cerca de 70,000 damnificados. El impacto de Stan fue comparado con el del Huracán Mitch.
Tormenta Tropical Ida, noviembre de 2009
Ida dejó alrededor de 200 fallecidos y severos daños en la infraestructura de 3,400 casas. Un deslave en el volcán Chinchontepec soterró a decenas de habitantes en el municipio de Verapaz, San Vicente.
Tormenta Tropical Agatha, mayo y junio de 2010
Agatha generó 483 mm de precipitación en 24 horas, superando los registros de las tres tormentas anteriores. Ocasionó la muerte de 13 personas.
Depresión Tropical E-12, octubre de 2011
Este fenómeno afectó al 70% del territorio salvadoreño (181 municipios) y produjo más de 1,500 mm de agua. El desastre se magnificó por la falta de preparación de las autoridades. Las pérdidas humanas y materiales superaron a las de Mitch, Stan, Ida y Agatha combinadas.
Tormenta Tropical Amanda, mayo de 2020
La tormenta Amanda dejó 16 salvadoreños fallecidos, 7 desaparecidos y afectó a 24,125 familias. Zonas como la colonia Santa Lucía, el cantón Las Granadillas y la comunidad Nuevo Israel fueron afectadas por deslaves y crecidas de quebradas. La tragedia se dio en medio de la pandemia de COVID-19 (artículo elaborado con asistencia de IA).
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