Melitón Barba, el médico cuentista que curó con bisturí y palabras
Este 26 de octubre, Melitón Barba (1925–2001), el médico y cuentista que unió la ciencia y la literatura para aliviar el dolor humano, cumpliría 100 años. A un siglo de su nacimiento, su legado revive a través de la entrevista que concedió a Carlos Henríquez Consalvi en 1992 y la biografía actualizada de Carlos Cañas Dinarte.
En la memoria histórica de El Salvador aún resuena la voz serena y profunda con la que Melitón Barba se adentraba en los territorios del alma humana. En 1992, durante una entrevista concedida a Carlos Henríquez Consalvi para su programa radial «La Cueva de los Reflejos», el doctor y cuentista reveló la complejidad de su existencia: entre bisturís y párrafos, entre exilios y curaciones, entre el dolor físico y el de la conciencia.
Nacido en San Salvador el 26 de octubre de 1925, Melitón Barba habría cumplido este año un siglo. Y aunque su figura parece pertenecer al pasado, su legado sigue presente en cada lector que lo descubre y en cada paciente que alguna vez confió en su mirada atenta. Doctor en Medicina y Cirugía, cuentista de sólida trayectoria y ciudadano comprometido, fue un humanista en el sentido más amplio de la palabra.
Este autor nacional se formó en el Instituto Nacional «Francisco Menéndez» (Inframen), donde se despertó su vocación cívica. Poco después ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad de El Salvador, graduándose en 1954 con una tesis que aún se recuerda por su rigor científico: «Cuarenta casos de eclampsia». Su estudio y su terapéutica, elaborada a partir de observaciones clínicas en el Hospital Rosales.
Esta imagen del cuentista y doctor fue retomada de Internet y mejorada con herramietas de IA.
Su carrera médica fue un viaje constante hacia la comprensión del cuerpo humano desde múltiples perspectivas. En Italia, estudió Ortopedia y Traumatología en el prestigioso Instituto Rizzolli de Bologna; en Francia y Argentina profundizó en acupuntura, homeopatía, hipnosis y naturismo, mucho antes de que esas disciplinas fueran reconocidas en El Salvador. Era un adelantado a su tiempo: un médico que no se conformaba con los límites de la ciencia oficial, sino que buscaba una verdad más amplia, donde cuerpo y espíritu dialogaran.
Durante la entrevista con Henríquez Consalvi, Barba confesó que en cada exilio que vivió encontró una oportunidad para estudiar una nueva especialidad. Lejos de hundirse en la nostalgia o el resentimiento, aprovechó el desarraigo para ampliar su saber médico.
En total, llegó a dominar más de siete disciplinas, entre ellas la ortopedia, vertebroterapia, terapia neural, mesoterapia y la homeopatía, además de explorar el hipnotismo clínico, que utilizó con éxito para aliviar el dolor de pacientes con artritis.
De hecho, llegó a realizar operaciones bajo hipnosis. Aquella práctica, que hoy podría parecer insólita, era fruto de su afán por ayudar a sus pacientes. «Empecé a dedicarme a la hipnosis para dormir a mis pacientes, para operar a mis pacientes… Y tuve muchos problemas, incluso en el Hospital Rosales».
En esa búsqueda, la medicina se convirtió para él en un acto de fe en la vida y en el ser humano.
Libro «En un viejo motel» de Melitón Barba. Imagen mejorada con herramientas de IA. Foto: Istmo Editores
Esa misma fe se expresaba en sus libros científicos y ensayos médicos, entre ellos «El juramento hipocrático y la responsabilidad social del médico» (1963), «Enfermedades cósmicas» (1975), «Samuel Hahnemann, padre de la homeopatía» (en dos volúmenes), y «Las pasiones y las enfermedades» (2000). A través de esas obras, el doctor Barba defendió una medicina con profundidad ética y visión social, alejada de la rutina y el automatismo.
El cuentista
«Mi primer cuento nació de la impotencia», confesó Barba a Consalvi en aquella conversación de 1992. Contó entonces cómo, siendo médico rural en Ilobasco, Cabañas, presenció la muerte de una niña de 14 años por un aborto que no pudo evitar por falta de recursos. Esa experiencia, dolorosa y reveladora, se convirtió en el impulso para escribir su primer relato. Desde entonces comprendió que la literatura era también una forma de curación: una cirugía del alma.
A partir de esa primera historia, Melitón Barba fue tejiendo una narrativa breve, intensa y profundamente humana. Su libro «Cuenta la leyenda que…» (1985) recibió menciones de honor en certámenes literarios en Centroamérica y Argentina, y su colección «La casa 625», firmada bajo el seudónimo «Ford de cuatro», obtuvo el máximo galardón en los Juegos Florales de San Salvador en 1998.
Su nombre se consolidó entre los grandes cuentistas salvadoreños con obras como «Todo tiro a Jon» (1984), «Olor a muerto» (1986) y «Puta vieja» (1987), esta última con múltiples reediciones hasta 2004. En títulos posteriores —»Cartas marcadas» (1989), «Hermosa cosa maravillosa» (1991), «La sombra del ahorcado» (1994) y «Alquimia para hacer el amor» (1997)— Barba afinó una prosa concisa, llena de ironía y compasión, que miraba con lucidez las tensiones sociales y morales de su tiempo.
Portada del libro «Puta vieja» de Melitón Barba, mejorada con herramientas de IA. Foto: Istmo Editores
Su narrativa se caracteriza por una economía verbal que no ahorra emoción, y por personajes que parecen vivir entre la fragilidad y la resistencia. En ellos se refleja la sensibilidad de un médico que aprendió a escuchar, y la mirada de un escritor que sabía leer el sufrimiento. «Fue un narrador que auscultó el alma salvadoreña», escribiría Carlos Cañas Dinarte, quien lo definió como «sanador de cuerpos y narrador de almas».
A cien años de su nacimiento, la cuentística de Melitón Barba sigue viva en las antologías más importantes de la región, como «Antología 3 x 15 mundos. Cuentos salvadoreños 1962–1992» y «Pequeñas resistencias 2. Antología del cuento centroamericano contemporáneo». Su obra revela una lección esencial: que la literatura, al igual que la medicina, es una manera de acompañar al otro en su fragilidad.
Política: herida y destino
Aunque la política no define toda su biografía, fue una presencia inevitable. Hijo de un español republicano, Melitón creció escuchando ideas de justicia y libertad. A los cinco años presenció el fusilamiento de Farabundo Martí, Luna y Zapata en 1932, un recuerdo que lo marcaría para siempre.
En 1944, siendo estudiante del Instituto Nacional, participó en la huelga de brazos caídos contra la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez, su primera acción cívica consciente.
Décadas después, cofundó el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) junto a Rodrigo Antonio Velásquez Gamero y Marco Antonio Vásquez. También integró el Partido Radical Democrático y llegó a ser candidato a alcalde de San Salvador.
Su activismo le valió detenciones y exilios en Honduras, México, Costa Rica y Nicaragua. Pero más allá del compromiso político, lo que lo distinguió fue su coherencia moral. No era un ideólogo, sino un hombre convencido de que la justicia social debía practicarse en la vida cotidiana, no solo proclamarse.
Portada del libro «Olor a muerto» de Melitón Barba, mejorada con herramientas de IA. Foto: UCA Editores
Melitón Barba falleció el 29 de junio de 2001, dejando obras médicas, literarias y un puñado de textos inéditos. Entre ellos, una novela corta titulada «Médico de barco», inspirada en la vida del ingeniero Arturo Araujo, así como numerosos artículos periodísticos dispersos.
Fue miembro del Círculo de Médicos Escritores «Alberto Rivas Bonilla» y del Ateneo de El Salvador, espacios donde confluyeron su vocación científica y su curiosidad intelectual. A lo largo de su vida, fue descrito por pacientes y colegas como un médico que hacía «milagros», aunque él siempre prefirió hablar de disciplina y empatía.
A cien años de su nacimiento, su legado invita a mirar la salud y la literatura desde un mismo punto de vista: el del ser humano. Su bisturí y su pluma compartían una misma intención: restaurar lo que la vida había fracturado.
Melitón Barba pertenece a esa rara estirpe de hombres que unieron ciencia, arte y conciencia social. Su voz, conservada en las ondas de «La Cueva de los Reflejos», sigue recordándonos que curar y narrar son, al fin y al cabo, dos modos de hacer país.