Descubre por qué Dorita de Ayala es la guardiana del teatro en El Salvador
A más de 50 años de una trayectoria impecable, la primera actriz salvadoreña Dorita López de Ayala regresa a la luz pública como invitada especial del programa «Un café con Elmer Martínez», en el que revivió el día que resultó herida por una bala de salva, entre otras anécdotas.
Es definitivo. Dorita López de Ayala ha sido la guardiana de las tablas salvadoreñas. Incluso, en los momentos más oscuros de la historia del país, inmersa en los años de la guerra civil de El Salvador.
En el dinámico y a menudo efímero mundo del arte, hay figuras que trascienden el tiempo y se convierten en pilares de la memoria colectiva. En El Salvador, una de estas figuras es, sin duda, De Ayala.
Con una carrera que abarca más de medio siglo, la primera actriz y directora no solo conquistó los escenarios, sino que también se dedicó a formar a generaciones de artistas, convirtiéndose en una «memoria viva del teatro salvadoreño», como la define el investigador cultural y catedrático de la UCA, David J. Rocha Cortez.
Recientemente, la artista aceptó ser la invitada especial del programa «Un café con Elmer Martínez» y la Revista La Gaceta de Suchitoto, un reencuentro que enalteció su legado y su profunda conexión con la cultura.
Dorita de Ayala junto a Elmer Martínez, en un episodio especial del programa «Un café con Élmer Martínez». Foto: EDH / Jorge Reyes
La actriz directora sonríe durante el programa de Elmer Martínez; ella afirmó que lo más importante para ella es el respeto que se le debe al público y al teatro. Foto: EDH / Jorge Reyes
Arriba de Dorita López de Ayala, Brenda Blandón (i) y Mauricio Rodríguez. Arriba de Elmer Martínez (sentado) Julio Ávalos (i) y Romeo Calderón, posando tras finalizado el programa de Martínez. Foto: EDH / Jorge Reyes
Nacida en Mejicanos en 1946, el camino de Dorita hacia las tablas no fue fortuito, sino una manifestación de su destino. Desde sus años escolares, su talento para la actuación, la dirección y la organización se hizo evidente. Ella misma se sorprende al recordar cómo sus compañeros la seguían y se dejaban dirigir por ella en los números estudiantiles.
Este liderazgo innato la llevó, a sus 18 años, a matricularse en la escuela de teatro que funcionaba en el Teatro Nacional de San Salvador, un paso formal que sellaría su vida profesional.
Sin embargo, su audición fue atípica. Tal y como lo relató en la entrevista con Elmer Martínez, la maestra Margarita de Nieva le pidió quedarse inmediatamente, saltándose el riguroso proceso de admisión. Este gesto no solo validó su talento natural, sino que también la convirtió en una de las últimas herederas directas del legado de Bellas Artes, una tradición que ahora ella y Nelson Portillón se encargan de preservar, según Rocha Cortez.
55 puestas en escena
La hoja de vida de Dorita es impecable. Más de 55 puestas en escena la respaldan, tanto en roles de actriz como de directora. Su Grupo Vivencias, que fundó en el corazón del otrora Ministerio del Interior, se convirtió en una luz en la oscuridad de la guerra civil.
Las actrices Dorita de Ayala (d) y Mercy Flores en la obra de teatro “Rosa de dos aromas”, que se presentó en el Teatro Luis Poma, a inicios de 2004. Foto: EDH / Archivo
Mientras muchos artistas se exiliaban, Dorita persistió, manteniendo vivo el teatro salvadoreño en la escena urbana. Este «teatro de la persistencia», como lo llama David Rocha, demostró que el arte podía ser un acto de resistencia y dignidad, incluso sin estar directamente alineado con el teatro político.
Obras como «Las prostitutas os precederán en el reino de los cielos», se convirtieron en símbolos de esta tenacidad. Esta última se presentó por décadas en El Salvador, un testimonio del compromiso de Dorita con su arte y su público.
Su labor ha sido, en palabras del cineasta David Calderón -destacadas por Elmer Martínez en la entrevista-, un «binomio de actuación y dirección, demostrando que se puede llevar a la reflexión y a reír, sin descender a lo vulgar, sino más bien su labor ha sido hacer teatro con dignidad, clase y altura».
Sin embargo, más allá de sus logros como actriz y directora, el mayor legado de Dorita es su rol como educadora. Su compromiso con la formación de nuevos talentos escénicos es un tema recurrente en los testimonios de quienes trabajaron con ella. Carlos Valiente, actor y abogado -en un saludo incluido en el Facebook Live de «Un café con Elmer Martínez»-, la describió como una maestra dedicada a pulir y a «tallar» a cada uno de sus estudiantes, incluso en plena guerra civil.
Con su Grupo Vivencias, Dorita de Ayala mantuvo activo el teatro salvadoreño en los años del conflicto armado. Esta imagen es una de tantas que exhibe en su casa la talentosa connacional. Foto: EDH / Jorge Reyes
Una de las características más destacadas de su labor como maestra, según el director del Teatro Hamlet, Nelson Portillo, es que Dorita no se limitaba a trabajar con actores experimentados. Ella daba oportunidad a personas de orígenes humildes: conserjes, secretarias y empleados del Ministerio del Interior.
De su mano se formaron artistas de la talla de Mercy Flores, quien también fue su amiga y compañera en obras como «Rosa de dos aromas». La disciplina y la bondad de Dorita crearon una hermandad con sus actores, protegiéndolos y motivándolos a dar lo mejor de sí, subrayó Portillo.
Reconocimientos y el cariño del público
El talento y la dedicación de Dorita no pasaron desapercibidos. En 1999, se convirtió en la primera persona en recibir el Premio Nacional de Cultura en la rama de teatro, un reconocimiento que comparte solo con Roberto Salomón, quien lo recibió en 2014. El propio Salomón, quien compartió escenario con ella en la obra «Orinocco», recordó su papel esencial en la inauguración del Teatro Luis Poma en 2003, un espacio que ella llenó con varias de sus puestas en escena.
Ana Ruth Aragón (i), Mercy Flores, Roberto Salomón y Dorita de Ayala, en el Teatro Luis Poma, en 2003. Foto EDH / Archivo
Pero más allá de galardones, el reconocimiento más grande para Dorita es el cariño del público y el impacto que ha dejado en la historia del teatro salvadoreño. Su huella fue resaltada en la edición número 100 de la revista Mujeres de El Diario de Hoy, un hito que ella guarda con orgullo en las paredes de su casa.
Su conexión con Suchitoto, la Capital de la Cultura, es otro testimonio de su profundo arraigo en la vida cultural del país. Fue en esta ciudad donde conoció a Elmer Martínez, el comunicador que años más tarde la invitaría a su programa, cuando era solo un chico a cargo de entregar flores a los invitados al Festival Internacional de Arte y Cultura.
El pasado 23 de agosto, Dorita López de Ayala se sentó a conversar con aquel pequeño en «Un café con…», un evento que se transmitió en Facebook Live y que se convirtió en un emotivo homenaje.
El encuentro fue una oportunidad para que la actriz compartiera anécdotas tras bastidores, como la vez que una bala de salva la hirió durante una obra, o su cómica búsqueda de un Cristo de tamaño real en el mercado de Dominicana que concluyó con una invitación para conocer a Jesús en una iglesia local.
Dorita de Ayala en la edición número 100 de la Revista Mujeres de El Diario de Hoy que la actriz tiene expuesta en un rincón de su casa. Foto: EDH / Jorge Reyes
El diploma del Premio Nacional de Cultura que se le entregó a Dorita en 1999, que tiene en su casa. Foto: EDH / Jorge Reyes
La transmisión se llenó de saludos y mensajes de admiración de colegas y amigos, como Regina Cañas, Fernando Umaña y Katia Romero. Este aluvión de cariño demuestra que, a pesar de estar fuera de los escenarios por varios años, su luz sigue brillando.
Para sus admiradores y colegas, Dorita de Ayala es un faro de dignidad, profesionalismo y tenacidad que ha inspirado a generaciones, y su legado continúa vivo en cada artista que ella formó.
El teatro de Dorita es una lección de vida: un arte que se hace con el corazón, con disciplina y con una ética inquebrantable.
Su trayectoria no solo enriqueció la escena cultural de El Salvador, sino que también nos recordó que, en los momentos más difíciles, la persistencia y la dignidad pueden ser las herramientas más poderosas para sostener el arte y, en última instancia, la vida misma. «Dorita ha sido una guerrera incansable…», enfatizó Nelson Portillo.
Ella considera que en la actualidad, el teatro tiene más espacios y atraviesa por un buen momento. Sin embargo, está convencida que aún falta trabajo que hacer en pro de la profesionalización de los artífices del teatro en El Salvador (artículo elaborado con asistencia de IA).