Light
Dark

Accidentes de Tránsito y Salud Pública

Como sociedad, no la tenemos nada fácil. Donde sea que miremos, el tráfico se ha convertido en un problema serio, y lo que ocurre en las calles no es más que el reflejo de un país con taras profundamente arraigadas: machismo, violencia, prepotencia, mala educación y falta de respeto a la ley.

Una epidemia golpea a El Salvador: el alarmante aumento de los accidentes de tránsito. Debemos decirlo con claridad: esta epidemia puede convertirse en un problema de seguridad nacional. Todo ocurre en el contexto de un país pobre, donde el siniestro en sí mismo ya representa una carga enorme: personas lesionadas, daños materiales, costos para el propietario del vehículo y, sobre todo, los gastos que un Estado con recursos limitados debe asumir en la atención médica. Y eso sin hablar de las lesiones graves y crónicas, como cuadriplejía, hemiplejía, amputaciones y otras secuelas que requieren cuidados prolongados.

Asimismo, está el impacto económico y emocional en las familias de las víctimas, que en muchos casos caen en una auténtica catástrofe financiera. Y hay más: los atascos —las famosas «trabazones»— que debemos soportar por minutos o por horas, los desperfectos mecánicos que causa el tiempo detenido en el tráfico y, qué decir de las cefaleas, el estrés y el atraso que genera cada accidente. Como sociedad, no la tenemos nada fácil. Donde sea que miremos, el tráfico se ha convertido en un problema serio, y lo que ocurre en las calles no es más que el reflejo de un país con taras profundamente arraigadas: machismo, violencia, prepotencia, mala educación y falta de respeto a la ley. A la menor oportunidad creemos que, porque nuestro vehículo es más grande o potente, podemos hacer lo que queramos.

A esto se suma el serio problema del uso de motocicletas, tanto como medio de transporte como para servicios de entrega a domicilio, taxis y todo tipo de aplicaciones de comida rápida. ¿Está tan mal la salud mental del salvadoreño? Por supuesto que sí. Conducir a altas velocidades no demuestra la calidad del vehículo, sino lo deteriorado de nuestra salud mental y, en muchos casos, carencias de educación y de cortesía de quienes tienen el privilegio de manejar.

Basta salir a carretera abierta para ver la infinidad de motociclistas que circulan frente a las autoridades sobre la línea central o por donde quieren. Ya no hay temor; parece que se ha normalizado.

Cuando hablo de un problema de seguridad nacional es porque las autoridades deben tomarlo con la seriedad que amerita. No hay día sin un accidente de tránsito. Donde no hay muertos, hay varios heridos que requieren atención, la mayoría en centros de salud pública, para luego ser referidos a hospitales de tercer nivel donde los costos y tiempos de recuperación son altísimos. Y si una persona sobrevive con lesiones discapacitantes, es el Estado quien debe cuidarla durante un tiempo, hasta que ese gasto infinito recae sobre una familia —casi siempre— de escasos recursos.

Estos siniestros, ya sea en automóvil, motocicleta o transporte público, son el pan de cada día. Pero no se trata de castigos divinos. Detengámonos por un momento a evaluar la salud mental del salvadoreño. Definitivamente algo anda muy mal. La velocidad parece estar en nuestro ADN, así como ciertas conductas que persisten aunque veamos a diario imágenes de vehículos convertidos en chatarra, con todos sus ocupantes fallecidos. Nada nos sacude. Debemos entender que, aunque no llevemos un arma en la cintura, sí conducimos un arma que mata, que destruye, que rompe familias y que lastima a una sociedad ya herida. Esa arma es el vehículo.

Y pensemos también en la salud mental de quienes deben esperar horas en un tráfico interminable. ¿Cómo llegan a sus casas? ¿Cómo tratan a sus hijos? ¿Cómo rinden en el trabajo, la escuela o la universidad?

Aclaro: este problema no es exclusivo de la capital. Afecta a la mayoría de cabeceras departamentales y ciudades importantes.

El problema del transporte y la movilidad está transformando nuestras costumbres. En lo personal, tuve que ir a dar un pésame a una misa de fin de novenario en una iglesia a las 6:00 pm. Salí a las 4:30 pm y llegué a las 6:15 pm. La misa duró 45 minutos y el regreso me tomó una hora y media. Para un compromiso de 45 minutos, invertí 2 horas con 45 minutos en tráfico. Días después, hice la misma ruta a las 11:00 pm como ejercicio: tardé 28 minutos con reloj en mano.

Hay medidas que pueden funcionar. Pero, sin duda alguna, entre los accidentes de tránsito, los problemas de movilidad, el comportamiento social y los cambios de costumbres, hay un problema que debe resolverse.

¡Pregúntese usted!

Médico.

Suscríbete a El Diario de Hoy
Patrocinado por Taboola