La velada intervención de Nayib Bukele en el fútbol lo encamina al precipicio.
La velada intervención de Nayib Bukele en el fútbol lo encamina al precipicio.
Mientras la FIFA se compromete al respeto a los derechos humanos, a la lucha contra la corrupción, y a la neutralidad política, el poder de facto empuja al futbol salvadoreño en la dirección opuesta. De la crisis crónica al abismo.
Por supuesto que este progreso de FIFA no es gratuito: viene de enfrentarse a sus propios demonios. La famosa ley RICO -con sus siglas en inglés (“Ley de Chantaje Civil, Influencia y Organizaciones Corruptas”)- fue aplicada por el gobierno del presidente Barack Obama, hace 10 años, contra los altos dirigentes de FIFA. El Departamento de Justicia los acusó de solicitar y recibir sobornos y comisiones ilegales con ejecutivos y empresas de la comercialización de los torneos de FIFA. Al existir circuitos financieros de estos delitos en EE. UU., de nada sirvió el arraigo de FIFA a la legislación de Suiza. El jerarca Joseph Blatter no tuvo más remedio que renunciar.
No hubo medias tintas. Jeffrey Webb, titular de CONCACAF (que aglutina a El Salvador), fue declarado culpable de asociación ilícita, tres cargos de conspiración para cometer fraude, y tres cargos de conspiración para lavado de dinero. Webb fue forzado a devolver US $ 7 millones. Entre los procesados, apareció un salvadoreño prácticamente desconocido: Reynaldo Vásquez.
La más reciente versión de los “Estatutos de la FIFA” es de mayo de 2024. El numeral 3 determina que FIFA “tiene el firme compromiso de respetar los derechos humanos reconocidos por la comunidad internacional, y se esforzará por garantizar el respeto de estos derechos”.
Mientras, el numeral 4 establece que: “Está prohibida la discriminación de cualquier país, persona o grupo de personas por cuestiones de raza, color de piel, origen étnico, nacional o social, género, discapacidad, lengua, religión, posicionamiento político o de cualquier otra índole, poder adquisitivo, lugar de nacimiento o procedencia, orientación sexual, o por cualquier otra razón, y será sancionable con suspensión o expulsión”. Igualmente, FIFA “se declara neutral en materia de política y religión”. De allí, los principios de transparencia y de independencia que deben obedecer jugadores, árbitros, entrenadores, dirigentes, y demás actores del fútbol.
Finalmente, el numeral 8 comprende las figuras extraordinarias como la que FIFA impone desde el 2022 a El Salvador: “En circunstancias excepcionales, podrá retirar de su función a los órganos ejecutivos de federaciones miembro y reemplazarlos por un comité de regularización durante un periodo determinado”. Es decir, son el último recurso para evitar la suspensión o expulsión de un país.
Otros combates, FIFA los fortalece dentro del sistema jurídico internacional. En septiembre del 2020, acordó con la Oficina de la ONU contra la droga y el delito (ONUDD) -que lidera la lucha global anticorrupción- un convenio para enfrentar las amenazas de la corrupción en el futbol y a través del futbol. El relevo de Blatter como titular de la FIFA, Gianni Fantino, dijo durante la suscripción del Memorándum de Entendimiento: “La firma representa un hito en nuestra organización y subraya el compromiso absoluto que mantenemos la nueva FIFA y yo mismo con la política de tolerancia cero con la corrupción en el fútbol: ¡nunca más!”.
La velada intervención de Nayib Bukele en el fútbol lo encamina al precipicio. Es imposible, contradictorio, el discurso de un “proceso”, coherente con los estatutos de FIFA y el Derecho Deportivo, si el objetivo es expandir su régimen sobre el fútbol. El primer comité de regularización fue dictado por FIFA en agosto del 2022 y encargado al abogado salvadoreño Sáenz Marinero, ante la demencial acción del régimen de imponerle su propio comité de regularización a FIFA.
Faltaba más: la contratación -bajo el segundo comité de regularización- de un entrenador suramericano genuflexo al régimen que evidenció su nula neutralidad política. Tras la derrota en el Cuscatlán ante Guatemala, replicó el técnico el libreto que hemos oído los últimos años de desmantelamiento democrático y constitucional: que él encarna el “proceso”, los responsables del desastre son otros, que no dejará el cargo a pesar en este caso del dolor colectivo por la derrota de nuestra selección en sus tres partidos de local, nunca ocurrida en la historia de las eliminatorias, y sin enfrentar a México, EE. UU. y Canadá. Paradójicamente, el colombiano fue despedido luego de 21 partidos, entre los años 2006 y 2008, como entrenador de Guatemala con 11 derrotas, 5 empates y sólo 5 triunfos. Su magia de llevar a Colombia, Ecuador y Panamá, a un Mundial, se le esfumó hace mucho.
Tras dos comités de regularización y una multa por insultos racistas contra los seleccionados de Surinam, ejecutada una instigación al odio -sin precedentes- contra rivales y árbitros en el Cuscatlán y en redes sociales, no veo lejano que FIFA suspenda a El Salvador. ¡Cuánta nostalgia por aquella dignidad en 1993 desde las gradas populares del Cuscatlán: “Al Mundial no vamos, pero a México le ganamos”! ¡Y ganamos!
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