No se trata de excluir a las mujeres, sino de reconocer que el campo de batalla exige requisitos innegociables.
No se trata de excluir a las mujeres, sino de reconocer que el campo de batalla exige requisitos innegociables.
Recuerdo una escena en una clase de Derecho hace algunos años. Un profesor, con tono apasionado, sostenía que las mujeres de hoy podían vencer en lucha cuerpo a cuerpo a los hombres. Sus argumentos se apoyaban en el cine: mencionaba a Angelina Jolie como ejemplo de la capacidad femenina para pelear y derrotar adversarios masculinos. La mayoría de los estudiantes, jóvenes y convencidos por la retórica, asentían en silencio. Pedí la palabra para aclarar algo elemental: Jolie es una actriz, no una combatiente. Las películas son ficción: usan dobles, montajes, coreografías. No representan la realidad de la fuerza física humana.
Aquella discusión estudiantil parece hoy un eco en los debates internacionales. La noticia reciente del Secretario de Guerra de EE. UU., Pete Hegseth, ha traído a primer plano un tema sensible: los nuevos estándares de combate, que fijan requisitos físicos únicos —los más altos, basados en parámetros masculinos— para hombres y mujeres por igual. El mensaje fue claro: si las mujeres logran cumplirlos, magnífico; si no, simplemente no calificarán para ciertos roles de combate.
El discurso de Hegseth no se dio en el vacío. Se enmarca en la preocupación por el estado físico de las tropas estadounidenses. Sus palabras fueron duras: criticó a los soldados con sobrepeso y a los oficiales de alto rango «gordos» que caminan por el Pentágono. Exigió recuperar la disciplina física, con pruebas obligatorias dos veces al año y entrenamientos diarios.
Pero lo que más polémica generó fue el tema de las mujeres en combate. En décadas recientes, las fuerzas armadas de EE. UU. habían flexibilizado los estándares para permitir mayor inclusión femenina. Eso significó, en algunos casos, pruebas físicas ajustadas por sexo. Ahora, el péndulo se mueve en la dirección opuesta: igualdad de requisitos sin importar el sexo.
La fisiología respalda en gran medida esta decisión. Numerosos estudios muestran que, en promedio:
-Los hombres poseen entre 30–40% más masa muscular en la parte superior del cuerpo.
-La fuerza de brazos y tronco es 50–60% mayor en hombres que en mujeres.
-La densidad ósea y la capacidad pulmonar también son superiores en promedio en los varones.
-El nivel de testosterona, 10 veces mayor en hombres, favorece la construcción de músculo y la explosividad.
En deportes y pruebas físicas, estas diferencias se reflejan en récords: las marcas femeninas suelen estar un 10–12% por debajo de las masculinas en disciplinas de resistencia y velocidad, y hasta 30–40% en fuerza máxima.
Esto no significa que las mujeres no puedan alcanzar un alto rendimiento. Existen atletas extraordinarias y soldados que superan a muchos varones. Pero cuando se diseñan estándares para el combate —donde la exigencia no es relativa sino absoluta— las diferencias biológicas se vuelven determinantes.
El punto más polémico es si exigir los mismos estándares es un acto de justicia o de exclusión. Los defensores argumentan que la guerra no hace concesiones: un soldado debe cargar con 40 kg de equipo, arrastrar a un compañero herido y resistir marchas prolongadas. La naturaleza del combate no se ajusta al sexo.
Los críticos, en cambio, señalan que estas medidas reducirán drásticamente el número de mujeres en unidades de élite, limitando la diversidad y el acceso a oportunidades de carrera.
Sin embargo, conviene recordar la función esencial de un ejército estatal: no es un espacio diseñado para complacer gustos o ideologías políticas, ni para convertirse en un escaparate de cuotas sociales o identitarias. Su razón de ser es más simple y más grave: proteger a la población, garantizar la soberanía y repeler ataques. En ese sentido, lo determinante no es si hay más o menos diversidad en las filas, sino si cada soldado cumple los estándares que aseguran eficacia en el combate. El ejército no puede darse el lujo de privilegiar símbolos sobre capacidades; su misión es sobrevivir y hacer sobrevivir a la nación.
Volviendo a la anécdota universitaria, lo que más me sorprendió no fue la opinión del profesor, sino la facilidad con que jóvenes formados en Derecho aceptaban la ficción como verdad. La aceptación acrítica de mitos culturales —como que el cine refleja la realidad— alimenta debates poco fundamentados.
Hoy, a nivel internacional, la discusión sobre las mujeres en combate exige esa misma claridad. Reconocer diferencias fisiológicas no significa negar la igualdad en derechos, ni limitar las capacidades femeninas en ámbitos donde brillan con excelencia: inteligencia militar, logística, aviación, mando estratégico. Significa simplemente aceptar que la fuerza bruta tiene límites biológicos.
La decisión del gobierno estadounidense, al fijar estándares únicos, refleja una apuesta por el realismo militar. No se trata de excluir a las mujeres, sino de reconocer que el campo de batalla exige requisitos innegociables. Quien los cumpla, hombre o mujer, tendrá su lugar.
La ciencia respalda este enfoque: las diferencias biológicas existen y son medibles. Y aunque la cultura, la técnica y la voluntad pueden acortar brechas, no eliminan del todo los límites naturales. El desafío, entonces, no es negar esas diferencias, sino integrarlas en una visión de igualdad que reconozca fortalezas diversas en la defensa de una nación.
Médica, Nutrióloga y Abogada
La realidad en tus manos
Fundado en 1936 por Napoleón Viera Altamirano y Mercedes Madriz de Altamirano.
Facebook-f Instagram X-twitter11 Calle Oriente y Avenida Cuscatancingo No 271 San Salvador, El Salvador Tel.: (503) 2231-7777 Fax: (503) 2231-7869 (1 Cuadra al Norte de Alcaldía de San Salvador)
2025 – Todos los derechos reservados