Lejos de su tierra, pero con el corazón anclado en El Salvador, tres mujeres salvadoreñas —Juana Celia, Deydamia y Lucy — han dejado una huella profunda con la comunidad migrante de Italia.
En distintos momentos, tres mujeres salvadoreñas cruzaron el océano en busca de un nuevo comienzo.
Llegaron a Italia con esperanza, fe y la firme decisión de salir adelante. En su andar, se convirtieron en faros de guía para muchos compatriotas que, como ellas, enfrentaron el reto de adaptarse a una nueva tierra sin renunciar a sus raíces.
Juana Celia Landaverde Ortiz, Deydamia Morán y Lucy Quintanilla representan tres generaciones de mujeres migrantes que, con trabajo, fe y servicio, levantaron comunidad y sembraron esperanza.
Juana Celia, una pionera de la solidaridad
Conocida cariñosamente como «Celia», fue una de las primeras salvadoreñas en establecerse en Italia, mucho antes de que la migración latinoamericana fuera un fenómeno visible.
Llegó a Milán en 1969, en una época en que las redes de apoyo eran escasas y el idioma y la cultura suponían grandes desafíos.
Como muchas mujeres migrantes de su generación, comenzó trabajando en el servicio doméstico, pero pronto su casa se transformó en un punto de encuentro para quienes buscaban orientación, consuelo o una mano amiga.
Fue cofundadora de la Asociación Donna Internazionale, dedicada al empoderamiento de mujeres migrantes, y colaboró en la creación del Centro Solidarietà Integrazione Lavoro (CESIL) y de ANOLF (Associazione Nazionale Oltre le Frontiere), entidades dedicadas a la asesoría legal, laboral y social de extranjeros en Italia.
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A lo largo de su vida, ha organizado organizó talleres, celebraciones culturales y encuentros entre italianos y migrantes, convencida de que la convivencia nace del conocimiento mutuo.
Deydamia, la fe que unió a una comunidad
A finales de los años setenta, Deydamia llegó a Milán con una maleta cargada de esperanza y la convicción de que, con trabajo y fe, podía salir adelante.
Sin conocer el idioma ni tener apoyo familiar, comenzó de cero. «Cuando llegué no tenía nada, pero tampoco tenía miedo. Aprendí el idioma, trabajé duro y me di cuenta de que con constancia y oración se puede salir adelante», recuerda.
Su vida dio un giro cuando conoció al padre Ferdinando, un sacerdote milanés comprometido con los migrantes. Juntos fundaron la Asociación Monseñor Óscar Arnulfo Romero, un espacio de encuentro y fe que pronto se convirtió en el corazón espiritual y cultural de la comunidad salvadoreña en Italia.
Allí se celebran cada año las fiestas del Divino Salvador del Mundo y del 15 de septiembre, Día de la Independencia, en colaboración con el consulado salvadoreño. Estos eventos han servido para mantener viva la identidad y la fe de cientos de salvadoreños.
Con el tiempo, Deydamia también emprendió su propio negocio de servicios y limpieza, que brindó empleo a decenas de migrantes. Su empresa, más que una fuente de ingresos, se convirtió en un símbolo de dignidad laboral y solidaridad.
Hoy, tras casi cinco décadas en Italia, Deydamia es considerada una pionera de la comunidad salvadoreña en Milán. Su historia es la de una mujer que no solo buscó prosperar, sino también construir comunidad, mantener la fe viva y ofrecer oportunidades a quienes llegaron después.
Lucy, servir con amor y esperanza
Más de tres décadas después, otra salvadoreña llegaría a Italia siguiendo los pasos del coraje y la fe de las pioneras. Lucy, originaria de San Miguel, nació en 1989 y creció en un hogar donde la fe, la humildad y el amor al prójimo fueron pilares fundamentales.
Tras años de trabajo en El Salvador, la violencia y la inseguridad la obligaron a emigrar. «Hace diez años decidí dejar mi país. No fue fácil, pero lo hice pensando en el futuro de mis hijas», relata. Los primeros meses en Italia fueron difíciles, la distancia y la incertidumbre marcaron sus días. Pero su fortaleza y su fe la sostuvieron.
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Seis meses después logró reencontrarse con sus hijas gracias al apoyo de las autoridades de la Questura de Novara, un gesto que nunca olvidó. Con el tiempo, se formó como enfermera y comenzó a trabajar en el Hospital Mayor de Novara, donde su vocación de servicio floreció durante la pandemia.
«Venimos a servir, no a ser servidos», repite Lucy como un credo personal. Hoy preside la Asociación de Salvadoreños en Trecate, desde donde promueve la integración, el orgullo cultural y el apoyo a mujeres y jóvenes migrantes.
Lucy sueña con fundar una ONG para madres solteras y víctimas de violencia, y cada año regresa a El Salvador para ayudar a familias necesitadas.
Su liderazgo ha sido reconocido por las autoridades locales italianas, que destacan el papel positivo de la comunidad salvadoreña en la integración social.
Aunque separadas por el tiempo, las historias de Celia, Deydamia y Lucy se entrelazan en un mismo hilo, el de la fe, la resiliencia y el amor por su gente.
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