Ampliar la matrícula, aunque se sacrifique la calidad, puede ser entendible en básica y media, pero no en educación superior.
Ampliar la matrícula, aunque se sacrifique la calidad, puede ser entendible en básica y media, pero no en educación superior.
Hay una tendencia general a la baja en la matrícula universitaria. El Salvador no escapa a esa tendencia que tiene que ver con la disminución de las tasas de natalidad, pero también con cambios en las expectativas de vida de los jóvenes. El fenómeno pareciera afectar más fuerte a la Universidad de El Salvador, tema que amerita algunas consideraciones. En primer lugar, esta es la única universidad pública del país, e históricamente la que tiene más demanda de ingreso. Pero, los aspirantes deben superar un examen de admisión. Este ha tenido que ajustarse a los bajos niveles que presentan los estudiantes de bachillerato, aún así sigue siendo un requisito que deja fuera a quienes no aprueban, muchos de los cuales terminan estudiando en universidades privadas.
En la UES existe otro mecanismo que incide en el ingreso: la segunda opción. Esta les permite a los estudiantes que no tienen resultados suficientes para entrar a la carrera de su preferencia, optar a otra. En algunos casos la escogencia es cierta; en otros, es una estrategia de ingreso. A posteriori, aplican a cambio de carrera en busca de ingresar a la que realmente les interesa. En todo caso, supone pasar por lo menos un año en la segunda opción. Al final, hay algunos que se entusiasman con la segunda opción y permanecen.
La Dirección Nacional de Integración, dirigida por Alejandro Guttman, ha lanzado un plan de becas, “Continuidad académica y técnica”, que pretende dar acceso a la educación superior a todos los bachilleres graduados, para lo cual ha suscrito convenios con muchas universidades privadas. Últimamente también la UES participa del programa. En principio el programa pretende combinar el rigor académico con un proceso de formación cívica y social. Exige una nota mínima de siete como promedio en el bachillerato. La opción de beca depende de que los aspirantes cumplan con una serie actividades obligatorias y opcionales que incluyen: un refuerzo académico en asignaturas básicas (40 horas por cada una), un voluntariado comunitario y capacitaciones varias. Pareciera que quienes completen seis actividades acceden a una beca para carrera universitaria de cinco o más años; con cuatro o cinco pueden optar por una carrera técnica, diplomados y certificaciones, con dos actividades a un curso vocacional. El principal beneficio del programa es que cubre matrícula y colegiatura. Puede decirse que la oferta del programa es variada, pero es plausible pensar que la mayor demanda estaría en las carreras universitarias. Para agosto de este año, 19356 jóvenes se habían inscrito y debían realizar el llamado “proceso formativo”.
El programa parte de muy buenas intenciones. Es bien sabido que en El Salvador el paso del bachillerato a la universidad es el cuello de botella que cierra oportunidades a muchos jóvenes que no tienen las facilidades económicas para continuar sus estudios. Hacia 2019, solo el 11.89% de jóvenes en edad universitaria, habían accedido a educación superior. Desde esa perspectiva el programa es encomiable. Sin embargo, tiene ciertos dejos populistas, como mucho de lo que hace este gobierno. Ejemplo de ello fue el lanzamiento del programa de becas en un estadio o las participaciones de los becarios en actividades públicas.
Ahora bien, ¿cuáles son las escogencias de los estudiantes becarios? El sitio web de la Dirección de integración es extremadamente parco en información, gusta más de los audiovisuales que de los números. Pero algo puede entenderse a partir de la concepción misma del programa. Como ya se dijo, el principal beneficio es el pago de matrícula y colegiatura. Cada institución participante ofrece un listado de carreras, entre ellas la UES. Pero la escogencia no depende únicamente de las carreras ofrecidas. La Universidad de El Salvador requiere aprobar el examen de admisión, requisito que no existe en la mayoría, cuando no todas las privadas. Esto hace que la mayor parte de becarios no opten por la UES. Además, desde hace unos años, la UES no cobra matrícula ni cuotas, con lo cual un estudiante de la UES una vez que logre su ingreso, no tendría ningún incentivo para aplicar a las becas de la Dirección de integración.
Este último dato deja ver un elemento que distorsiona el programa y además pone en cuestión la manera cómo la UES se puede insertar en él. Habría que ver cuáles son las carreras que más demanda tienen entre los becarios; lo más seguro es que no sean las ingenierías ni las ciencias naturales, con lo cual se estaría reproduciendo tendencias tradicionales. Si tiene éxito elevaría el número de graduados, con lo cual, es posible que termine aumentando el acumulado de graduados en carreras con demandas laborales ya saturadas. Es bien sabido que la economía salvadoreña tiene muchas dificultades para absorber la cantidad de población en edad productiva. De ahí, que nuestro principal problema laboral no sea el desempleo, sino el subempleo. Un programa tan ambicioso como este debiera considerar estas variables.
Sería esperable que tuviera al menos ciertos incentivos para los becarios que optaran por las ingenierías o las ciencias naturales. Esas becas se pagan con impuestos y deuda. Lo mínimo que podría esperar es que dicho programa contribuyera a elevar los niveles de desarrollo del país y no solo a la formación profesional. La iniciativa es buena, pero tal y como ha sido planteada apuesta más a la cantidad que a la calidad. En la posguerra se apostó a ampliar la cobertura en educación básica y media, pero se descuidó la calidad. Hoy vemos las consecuencias.
Ampliar la matrícula, aunque se sacrifique la calidad, puede ser entendible en básica y media, pero no en educación superior. Lo que se debe hacer es abrir oportunidades para que la condición socioeconómica no sea un obstáculo para la formación de los jóvenes que tienen las condiciones y aspiraciones para una carrera universitaria. Ese fue el pensamiento subyacente en la reforma de la Universidad de El Salvador de 1963. Becas, comedor, atención en salud y residencias universitarias, eran parte del proyecto. Cuando una nota periodística afirmó que las residencias favorecerían a “estudiantes pobres”, el rector Fabio Castillo aclaró que la Universidad no hacía actos de caridad y que el programa solo pretendía «colocar en condiciones físicas e intelectuales a cualquier estudiante, tenga este muchos o pocos recursos económicos… evitando fracasos que son consecuencia de las condiciones de vida de algunos estudiantes o de la necesidad en que se encuentran estos de trabajar y estudiar al mismo tiempo» (El Universitario,01/11/1963: 2).
Las becas y la residencia universitaria eran parte de una visión de reforma orientada a ofrecer una formación de calidad a los estudiantes, pero también condiciones favorables y dignas para que pudieran entregarse de lleno al estudio y superar los altos niveles de exigencia académica que caracterizaban a la Universidad. A inicios de la década de 1970, los estudiantes organizados tomaron como bandera exigir una política de “puertas abiertas” que causó muchos conflictos al interior de la institución, llegando al punto de que la Facultad de Medicina estuvo a punto de separarse de la UES. En la segunda mitad de la década de 1980, la UES implementó ingresos masivos, más como una manera de presionar al gobierno para que le aumentara el presupuesto, y no por una apuesta de calidad académica.
Planteo estas consideraciones porque el programa de “Continuidad académica” es muy positivo, en tanto que abre la posibilidad a acceder a la educación superior a muchos jóvenes que de otro modo quedarían marginados. Al menos es mucho más pertinente que las acciones puramente cosméticas y mediáticas de la actual dirección del MINED, tales como el corte de pelo, los saludos y la prohibición del llamado lenguaje inclusivo, una decisión que solo refleja el conservadurismo e intolerancia que caracteriza al gobierno. Ya es tiempo que se aborden los problemas serios de nuestro sistema educativo, y estos no están en el lenguaje inclusivo. Y si de buenos modales e inclusión se trata, sería bueno que los salvadoreños supiéramos de una vez por todas de qué trata la reforma educativa, que se supone está en marcha desde 2022.
Historiador, Universidad de El Salvador
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