Light
Dark

Septiembre: El Salvador será un lindo y (sin exagerar) serio país…

Más allá de los símbolos y celebraciones, el mes de la independencia debería ser un espacio de reflexión crítica sobre qué significa ser salvadoreño.

NOTA DEL DÍA

En este mes de septiembre, en el que celebramos la independencia, es válido preguntarnos: ¿Qué es la patria?, ¿qué relación tiene la independencia con la identidad?, ¿quiénes somos y para dónde vamos?

En este intento por “decodificar la cultura” podemos encontrar diversos referentes: Roque Dalton, Humberto Velázquez, Horacio Castellanos Moya (entre otros), quienes realizaron a través de la literatura diversos identikits de la salvadoreñeidad: Poema de amor, La cultura del diablo o El asco, son retratos insolentes y realistas de nuestro modo de ser y estar.

También San Oscar Romero o Jorge “El Mágico” González aparecen en el imaginario de la salvadoreñeidad; además, la “selecta” nos hace vibrar, las pupusas son nuestra marca país gastronómica y Fernando Llort nos proyectó artesanalmente a escala global.

Tenemos una “patria querida” de idealismos y nostalgias, y una “patria herida”, pautada por los desórdenes humanos del fanatismo, el egoísmo y la conspiración. Eso somos…, las creencias que tenemos de sí mismos, lo que los demás piensan de nosotros y lo que realmente somos: Optimismo, ingenuidad, pragmatismo y laboriosidad.

Según la evidencia recolectada en algunos estudios de “humor social y político” al preguntarnos ¿cómo es el salvadoreño? Las respuestas son: alegre, solidario, conservador, religioso, machista, trabajador, anárquico, “cachero”, inmediatista. Vive el presente, al margen del pasado y del futuro, y al margen de todo. Una mayoría no tiene mayor arraigo, más sí mucha nostalgia; una minoría es más crítica y exigente.

Venimos de una historia fractal y compleja; golpeados por la naturaleza, por las desigualdades económicas, por los autoritarismos y por la corrupción. Los conflictos y la violencia han dejado a miles de familias destruidas. Migración y pobreza son dos rasgos imborrables de nuestra cultura.

Alberto Masferrer en “Minimum Vital” (1929) nos describe y presenta los antagonismos socioeconómicos de los y las salvadoreños (as) a través de un ensayo donde el autor propone que todo ser humano debe tener garantizado lo mínimo indispensable para vivir con dignidad: alimentación, vivienda, salud, vestido y educación. Masferrer no lo concibe como un lujo ni como caridad, sino como un derecho natural que la sociedad y el Estado deben asegurar a cada persona para que pueda desarrollarse plenamente. Su propuesta buscaba combatir la desigualdad y la explotación, ofreciendo una visión humanista y solidaria que sigue teniendo vigencia en los debates sociales y políticos actuales. A 96 años de esta obra, el 30% de los salvadoreños no cuenta con lo mínimo para vivir plenamente con bienestar… 

Oswaldo Escobar Velado en “Patria exacta” (1978) nos definió en éstos términos: “Esta es mi Patria: un montón de hombres: millones de hombres; un panal de hombres que no saben siquiera de dónde viene el semen de sus vidas inmensamente amargas. Esta es mi Patria: un río de dolor que va en camisa y un puño de ladrones asaltando en pleno día la sangre de los pobres. Así marcha y camina la mentira entre nosotros. Así las actitudes de los irresponsables. Y así el mundo ficticio donde cantan como canarios tísicos, tres o cuatro poetas, empleados del gobierno”. Y agrega algo muy vigente en su poema: “Ayer oí decir a uno de los técnicos expertos en cuestiones económicas, que todo marcha bien; que las divisas en oro de la patria iluminan las noches de Washington; que nuestro crédito es maravilloso; que la balanza comercial es favorable; que el precio del café se mantendrá como un águila ascendiendo y que somos un pueblo feliz que vive y canta”.

Paradojas: De la independencia extranjera hacia la dependencia autoritaria

Cada septiembre, las calles de El Salvador se llenan de banderas azul y blanco, desfiles estudiantiles y discursos oficiales que recuerdan la independencia de 1821. Sin embargo, más allá de los símbolos y celebraciones, el mes de la independencia debería ser un espacio de reflexión crítica sobre qué significa ser salvadoreño y cómo se ha construido la identidad nacional en medio de los cambios históricos y políticos que nos han marcado. Hoy, hablar de identidad salvadoreña implica también hablar del deterioro de la democracia, un desafío que atraviesa el presente y condiciona nuestro futuro como nación.

La identidad salvadoreña es fruto de un proceso histórico de mestizaje y resistencia. Está hecha de las raíces indígenas que todavía sobreviven en comunidades nahuas y lencas, de la impronta colonial española que se refleja en el idioma y la religiosidad popular, y de la cultura campesina que ha moldeado la vida rural y la organización comunitaria. También se nutre de la experiencia de la diáspora: millones de salvadoreños en Estados Unidos y otras partes del mundo que, a través de las remesas y la nostalgia, mantienen vivo el vínculo con su tierra. Esta identidad se ha forjado en la adversidad, con un pueblo que ha enfrentado terremotos, guerras civiles, exclusiones sociales y desigualdades estructurales, pero que ha sabido levantarse con resiliencia y creatividad.

No obstante, la independencia que se conmemora en septiembre plantea otra pregunta incómoda: ¿somos realmente libres y soberanos en la actualidad? La independencia no solo se mide en términos de ausencia de dominación extranjera, sino también en la capacidad de un pueblo de autogobernarse con justicia, pluralidad y respeto a los derechos fundamentales. En este sentido, la democracia debería ser el principal vehículo de la independencia moderna. Sin embargo, en los últimos años El Salvador ha experimentado un deterioro democrático evidente. La concentración de poder, el debilitamiento de la separación de poderes, la reducción del espacio para la crítica y la prensa independiente, así como el debilitamiento de la institucionalidad, amenazan los ideales de libertad y ciudadanía activa que deberían sostener nuestra identidad nacional.

La identidad salvadoreña, caracterizada por la resistencia, se enfrenta hoy a una encrucijada: aceptar pasivamente la erosión de los principios democráticos o reivindicar la tradición de lucha por la justicia y la libertad que ha acompañado al país desde sus orígenes. Así como los próceres de 1821 soñaron con un país libre de la tutela colonial, las generaciones actuales tienen la responsabilidad de defender una democracia auténtica, capaz de garantizar derechos y oportunidades para todos.

Celebrar el mes de la independencia sin cuestionar el rumbo político sería vaciar de contenido los símbolos patrios. La verdadera conmemoración consiste en preguntarnos si los valores de soberanía, justicia y dignidad están presentes en nuestro día a día. La identidad salvadoreña no puede reducirse a desfiles y comidas típicas; debe ser un compromiso vivo con la libertad, la solidaridad y la democracia.

En conclusión, ser salvadoreño hoy implica reconocer el valor de nuestra historia, pero también la fragilidad del momento actual. La independencia no es un hecho consumado, sino una tarea permanente. Nuestra identidad se fortalece no solo al celebrar lo que somos, sino al defender el derecho de decidir nuestro futuro en un marco democrático. 

Pese a que “El Salvador será un lindo y (sin exagerar) serio país…”, en El Diario de Hoy decidimos celebrar editorialmente la independencia con “Poema de Amor” de Roque Dalton, quien en algún momento escribió en nuestro medio, y a través de este poema nos describe de forma irreverente, denunciado situaciones, aún hoy vigentes.

Patrocinado por Taboola