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¿Racismo en El Salvador? Un mal imposible de erradicar

OPINIÓN. El Estadio Cuscatlán ya no intimida ni siquiera a una selección de fútbol como Surinam. Además, un reciente episodio de racismo exhibe que la afición salvadoreña ha involucionado

El Salvador Surinam Estadio Cuscatlan Eliminatoria Mundialista 2026

La afición en el Estadio Cuscatlán ha involucionado dramáticamente, así lo confirmó nada menos que la selección de fútbol de Surinam; que se paseó y floreó en el «intimidante»… «Coloso de Monserrat».

Ese recinto que según la tradición es una caldera, una olla de presión, un cráter volcánico que arrasa con la autoestima y mentalidad de los rivales…

Pues lo dicho quedó ya en leyenda, desde que se le derrotara a Panamá en las pasadas Eliminatorias Mundialistas la Selecta no volvió a ganar en dicha plaza, son varios años ya y contando.

Para ser más precisos, cuando Panamá vuelva a El Salvador por estas eliminatorias, ya habrán pasado cuatro años de la última victoria Azul y Blanco en «El Cusca».

La afición salvadoreña ya no apoya como antes, en todo momento; es doloroso reconocerlo pero esta ha involucionado, pero ¿por qué?

Bueno. Racismo, a lo que venimos.

A las selecciones visitantes ya les da lo mismo que en el Estadio Cuscatlán les silben su himno nacional y que el local se cante a todo pulmón; les da igual, eso ya no asusta ¡ni siquiera a Surinam!.

Luego, se escuchan desde las gradas algunos cánticos aislados, silbatinas, insultos individuales; ciertamente todos unos bostezos u el oír llover para los rivales quienes pisan la cancha.

Para colmos, entre esas ofensas de pura impotencia/frustración, llegan aquellas vinculadas al racismo.

Ese que a ojo de pájaro el racismo no se combate con firmeza en esta sociedad, ya bastante racista. Racista en muchísimos lugares tanto públicos como privados.

Un racismo que ya sufrieron en El Salvador entrenadores de fútbol como Alberto Agustín «Chochera» Castillo, y varios jugadores de Primera División afrodescendientes ¡y ni se diga por juegan Segunda o Tercera!.

Es muy común escuchar sarcasmos, «chistes» y toda clase de improperios, incluso, contra población morena en El Salvador que ni siquiera pertenece al colectivo racial mencionado de forma marcada.

No digamos claro está, a los miembros de este grupo quienes sufren todo tipo de ofensas en la calle y otros espacios.

En líneas generales el salvadoreño es beligerante con varias razas gracias a las lamentables crianzas en los hogares, ahí donde se supone que es la «primera escuela» de todos nosotros.

El racismo es bastante normalizado en nuestra sociedad salvadoreña. Las burlas están a la orden del día y nada se hace por combatir esta deplorable conducta, en buena parte, porque el compatriota no se reconoce racista.

Ese es el primer inconveniente, no asumir la existencia del problema.

Luego, es que el racismo primero se disfraza de humor, de una manera de ‘convivencia’ en El Salvador… «no te clavés», «son bromas», «pajas», «casaca»… y así se va naturalizando a fuerza la situación tanto para el agresor como para la víctima.

Además, aún más deplorable, gente que no es esencialmente racista, pero que colabora minimizando el trato inhumano que sufren las víctimas, callando; porque no les afecta, porque no es amigo, porque no lo conozco, porque «me voy a meter en problemas si lo defiendo»…

Un silencio que coopera eficazmente, y mucho, a la reproducción y hasta masificación de la insana actitud.

Por último, la cereza al pastel: secundar a los racistas de cepa riendo o añadiendo «más leña al fuego» por diversión o «creación de ambiente», para sacarse el estrés o las frustraciones. Verdaderamente ruin.

Pero todo tiene solución en esta vida, hasta la misma muerte.

¿Cuál sería la respuesta para acabar con el racismo en El Salvador? ¿Coacción, multas económicas, macana limpia, bartolinas?

Basta con educar. En los ancianos quizás la tarea sea complicada, en los adultos es casi una misión imposible; el terreno fértil para ello está entre los jóvenes y los niños.

Fomentar el respeto racial es una agenda bastante pendiente en materia de valores, esencialmente desde los hogares.

Pero es muy difícil, insisto, concienciar en un país a donde la gente asume, cree, que no hay problemas de racismo; o que igual, asegura «no escuchar nada» al respecto.

Si las masas sólo se dedican esencialmente a llenarse el estómago y distraerse a como dé lugar en sus tiempos libres cada día, tal vez tristemente sí funcione lo que encerré entre los últimos dos signos de interrogación en este escrito…

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