«Celebrar los 25 años de Moby Dick Teatro es reconocer la persistencia de un grupo que ha hecho del escenario un lugar de resistencia y de poesía».
«Celebrar los 25 años de Moby Dick Teatro es reconocer la persistencia de un grupo que ha hecho del escenario un lugar de resistencia y de poesía».
Hacer teatro en El Salvador es persistir contra la marea. Cada montaje es una embarcación que desafía tormentas, y cada función se asemeja al viaje incierto del capitán Ahab en busca de la ballena blanca. Si Melville escribió una epopeya de obsesión y destino, la escena salvadoreña conoce también la magnitud de esas fuerzas invisibles: precariedad económica, violencia cotidiana, carencia de políticas públicas y, sin embargo, la obstinada certeza de seguir a flote.
Pensar que una agrupación teatral cumpla 25 años de forma ininterrumpida en la escena, equivale a haber sobrevivido a las borrascas de la historia reciente a través de un repertorio que ha logrado atravesar coyunturas para convertirse en memoria viva.
En el año 2000, Santiago Nogales y Rosario Ríos, pareja fuera de las tablas, iniciaron la travesía de Moby Dick Teatro. En aquel momento era apenas un sueño compartido, en un lugarcito en el Barrio San Jacinto, un gesto de confianza en que la escena podía ser lugar de encuentro, resistencia y poesía. Con el tiempo se fueron sumando otros creadores hasta consolidar la troupe: Santiago Nogales como director y dramaturgo; Mercy Flores, Dinora Cañénguez y Rosario Ríos como actrices; Juan Carlos Berríos como músico; y Sarbelio Henríquez como diseñador teatral. Juntos construyeron una manera de hacer donde la dramaturgia, la actuación, la música y la plástica escénica se funden en una sola apuesta de grupo.
Ese modo de trabajo no se entiende sin la escritura de Nogales. Sus obras marcan la columna vertebral de Moby Dick y son, al mismo tiempo, la huella de una poética anclada en la praxis. El trabajo dramatúrgico de Nogales revela una apropiación creativa de la teoría del esperpento de Valle-Inclán. No se trata de una cita o un guiño literario, sino de un procedimiento para deformar la realidad salvadoreña y devolverla al público convertida en poesía trágica. La acumulación de imágenes bélicas, el uso de metáforas extremas y la exageración de lo cotidiano abren un espacio donde lo grotesco convive con lo lírico.
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En esta operación, Nogales se acerca a la tradición ibérica de la deformación crítica, pero la traslada a las memorias de guerra, migración y violencia urbana que atraviesan el país. El espejo cóncavo del esperpento se convierte así en un recurso para narrar El Mozote, la frontera o las colonias populares, situando a sus personajes en un territorio donde la realidad se tuerce para volverse legible. Los cuerpos de las actrices encarnan así historias que se balancean entre lo grotesco y lo lírico, entre la violencia de un país herido y la persistencia de la ternura.
A tragos lentos se construye desde la mezcla entre memoria íntima y colectiva. La obra traza un mapa de heridas inscritas en lo cotidiano, donde las mujeres sostienen el relato de la sobrevivencia. El espacio se convierte en territorio de confesiones, mientras la palabra recorre las grietas de la historia. El título sugiere que la violencia no se digiere de una sola vez: se bebe lentamente, como un veneno que permanece en el cuerpo.
En Butacas trémulas, la atención se dirige al lugar del espectador. La pieza convoca la memoria de la guerra y la inscribe en el acto mismo de asistir al teatro. Los personajes se sientan frente a un escenario que se tambalea, como si la historia misma fuese la función que no se puede abandonar. Es un recordatorio de que la expectación no es neutra: ser testigo también implica una responsabilidad.
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Con La isla de la pólvora negra, la dramaturgia alcanza una intensidad poética que conjuga múltiples guerras en un mismo espacio. Las protagonistas, Cándida, Tasia y Alesia, atraviesan recuerdos que van desde Gernika hasta El Mozote. La lluvia torrencial que nunca cesa durante la función es metáfora del tiempo estancado en la violencia. La guerra se presenta como herencia interminable, como condena histórica que atraviesa generaciones. La deformación esperpéntica aparece en la acumulación de imágenes bélicas, pero también en la manera de sostener la memoria desde la lírica, con versos que transforman el horror en un lenguaje estremecedor.
La migración y el desarraigo se vuelven tema central en Última calle poniente. Tres mujeres —Gurmia, Ársila y Sarpia— transitan por expedientes, testimonios y recuerdos de quienes se marcharon y nunca regresaron. El montaje mezcla documentos con ficción, voces del pasado con la precariedad del presente. La frontera, el desierto y el mar aparecen como escenarios donde la vida se pone en riesgo. Esta obra muestra que la dramaturgia de Nogales no se limita a la evocación del conflicto armado, sino que se proyecta hacia los dramas actuales del país: migrar, desaparecer, esperar noticias que nunca llegan.
Finalmente, Vecinas nos sitúa en una colonia urbana donde la violencia doméstica y la soledad atraviesan la vida de tres mujeres. La pieza retrata la fragilidad de la convivencia, el miedo que se respira en los pasillos y la imposibilidad de escapar de los ciclos de agresión. Las voces femeninas construyen un coro fragmentado en el que cada relato revela una arista del desamparo. Aquí el esperpento se encarna en la exageración de lo cotidiano: bombillos robados, discusiones mínimas, peleas vecinales que se convierten en metáforas del encierro social.
En todas estas obras late una constante: el cruce entre ética y estética. Las actrices de Moby Dick provienen de trayectorias diversas, pero las historias que encarnan se vinculan con su mirada del mundo. Hay poca separación entre la escritura y el cuerpo que la lleva a escena.
La dramaturgia surge de las ideas estructurales de Nogales, se transforman en los ensayos, en el diálogo entre intérpretes y director, en la escucha de las memorias colectivas. Es, en el sentido más profundo, una dramaturgia de grupo.
La influencia del esperpento se transforma aquí en un dispositivo para comprender El Salvador. Si Valle-Inclán proponía mirar la realidad a través de un espejo cóncavo, Moby Dick la mira desde los escombros de la historia. El resultado es un teatro que deforma para revelar, que desgarra para abrir paso a la poesía. En este tránsito, la escena se convierte en lugar de memoria y denuncia, pero también en un espacio donde la palabra se despliega como canto, susurro y grito.
Veinticinco años permiten también un ejercicio de historización. Después de Teatro Hamlet (50 años en escena), Moby Dick es el segundo grupo más longevo en activo dentro de la escena salvadoreña. Esa permanencia lo convierte en un referente obligado para comprender la evolución del teatro en el país. No se trata sólo de la continuidad en el tiempo, sino de la construcción de un repertorio que dialoga con las urgencias sociales y con la tradición teatral internacional.
Por otro lado, la figura de Santiago Nogales —artista teatral de origen español que llegó a El Salvador en 1995— se inscribe en una generación de creadores que han puesto la memoria en el centro de su escritura. Aunque proveniente de otra geografía, su obra se ha dedicado por entero al público salvadoreño, convirtiéndose en parte esencial del tejido teatral del país. Al lado de Jennifer Valiente, Jorge Ávalos y Jorgelina Cerritos, Nogales trabaja desde las luces y las sombras del pasado reciente, interrogando los ecos de la guerra y sus consecuencias en la vida cotidiana. En sus textos, la memoria no es un mero recuerdo ni una evocación nostálgica, sino una materia viva que configura la identidad del presente y que busca, en cada montaje, dialogar con las experiencias colectivas de una sociedad marcada por la violencia, el exilio y la sobrevivencia.
Celebrar los 25 años de Moby Dick Teatro es reconocer la persistencia de un grupo que ha hecho del escenario un lugar de resistencia y de poesía. Como el barco de Melville, su travesía ha sido larga y azarosa. Pero en cada función han dejado testimonio de que el teatro, en medio de todas las tormentas, puede seguir siendo un acto de vida.
Este año, además, el grupo suma un nuevo hito: el estreno de Inventario de Pérdidas, sexto espectáculo escrito por Santiago Nogales, que se presentará en el Teatro Luis Poma del 11 al 14 de septiembre. Con ello se confirma que la odisea continúa, que el viaje no se ha detenido, y que Moby Dick Teatro sigue navegando por la escena salvadoreña con la misma obstinación con que comenzó hace un cuarto de siglo.
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