El actual himno nacional fue compuesto en 1879 por Juan Aberle; su introducción tiene un sospechoso parecido con la de la obertura “Guillermo Tell” de Gioachino Rossini, compuesta en 1829.
El actual himno nacional fue compuesto en 1879 por Juan Aberle; su introducción tiene un sospechoso parecido con la de la obertura “Guillermo Tell” de Gioachino Rossini, compuesta en 1829.
Estamos en el mes cívico, celebramos la independencia. Como ha sido norma, tendremos una conmemoración predecible y aburrida: el desfile militar robándose el escenario. Discursos desabridos que hablarán de seguridad y de que “por primera vez tenemos democracia” y cosas así. Me olvidaba, seguramente habrá un remozamiento del civismo estudiantil, impuesto con amenazas de “deméritos”. Para algunos habrá sido gratificante ver a la ministra de educación trotando uniformada junto a los estudiantes para llevar la “antorcha de la libertad”.
Lugar especial ocuparán los símbolos patrios, que algunos sacralizan, olvidando que son artefactos culturales inventados con los que se pretende individualizar a la nación salvadoreña; es decir, distinguirla de otras muchas que abundan en el mundo, con la única diferencia que algunas hacen disfrutable la vida de sus ciudadanos, mientras que, en otras, apenas sobreviven. “No hay nada más internacional que las identidades nacionales”; así inicia el libro de Anne Marie Thiesse, “La création des identités nationales. Europe XVIII-XX siècle”. Thiesse demuestra que la identidad nacional se inventa a partir de una serie de elementos que se repiten una y otra vez: historia, héroes, literatura, efemérides, estatuaria, fiestas, símbolos, etc. Todos acompañados del adjetivo nacional. Hay casos excepcionalmente interesantes, pero en general predomina la monótona repetición de un patrón preestablecido.
El Salvador no escapa a esa tendencia. Nuestra identidad nacional se inventó tardíamente, en el último cuarto del siglo XIX, como subproducto de las reformas liberales. En un contexto de fortalecimiento del Estado y de crecimiento de la economía, las élites dirigentes creyeron en la viabilidad del país y se fueron apartando del unionismo, el cual, hay que decirlo, se debía en parte a la pequeñez y debilidad del país que no tenía salida al atlántico.
Nuestros primeros símbolos patrios fueron federales, su huella se conserva en los nacionales que cada Estado inventó para sí, al fracasar la utopía federal. Así, en 1865, bajo el gobierno de Francisco Dueñas se dio una bandera que era una copia de la estadounidense; solo difería en el número de barras y estrellas. Fue sustituida hacia 1911 por una que retoma el modelo federal. Para entonces ya había inquietudes antiimperialistas en ciertos sectores sociales; el presidente Manuel Enrique Araujo era unionista, pero también tenía ideas antiimperialistas. El cambio se oficializó el 27 de mayo de 1912.
Algo parecido pasó con el himno nacional. El actual fue compuesto en 1879 por Juan Aberle; su introducción tiene un sospechoso parecido con la de la obertura “Guillermo Tell” de Gioachino Rossini, compuesta en 1829. Si no lo cree, escuche las piezas. La letra fue escrita por Juan José Cañas. Poéticamente, no es nada extraordinario, pero esa letra revela mucho de lo que era El Salvador para entonces. El coro transita por temas comunes asociados a la patria. Trata de incentivar el orgullo de ser parte de esta “comunidad política imaginada”, como diría Benedict Anderson. Incita a dedicar la vida al bien de la patria. A menudo, nuestros políticos invierten los términos y ponen a la patria a trabajar para ellos.
Más realista resulta el primer bloque de versos de la primera estrofa. Gastamos buena parte del siglo XIX en estériles luchas fratricidas, ya fuera con los vecinos o entre nosotros mismos. Guerras federales, entre Estados, con los filibusteros de William Walker, disputas de facciones políticas, y levantamientos de comunidades indígenas y ladinas; así vivíamos. Era lógico que la paz fuera “la dicha suprema” tan difícil de alcanzar. El segundo bloque refleja una idea recurrente en la época: el progreso, que independientemente de cómo se asumiera debía materializarse en algo; por ejemplo, el ferrocarril, cuyo primer tramo se inauguró en 1882. El ferrocarril se construyó en función de los cafetaleros, por eso fue al occidente, llegando a Santa Ana en 1894. Progreso se consideraba también la infraestructura pública en las ciudades principales, por ejemplo, palacio nacional (1870), teatro nacional (1879) o los palacios municipales.
El tercer bloque de la primera estrofa debe leerse en clave disputas de poder. En nuestra historia política abunda la deslealtad. Un ejemplo, el mariscal Santiago González fue un jefe militar importante, también empresario y político. Ocupó altos puestos militares con el liberal Gerardo Barrios, pero lo traicionó en el momento crítico de la invasión guatemalteca. Por un tiempo, fue hombre de confianza de Francisco Dueñas, pero terminó derrocándolo en 1871. Ejemplos de ese tipo abundan incluso hoy día. El pasado no es la mejor carta de presentación para un político; de ahí, la insistencia de algunos en borrarlo.
Cañas era un poeta prolífico. Puso al himno tres estrofas de tres bloques cada una. En cierto momento se decidió que en los actos públicos solo se cante el coro y la primera estrofa. Hay un detalle interesante: durante el gobierno de Carlos Ezeta se descontinuó el himno de 1879 y se impuso otro, titulado “El Salvador libre”, de tono muy marcial, con letra y música de Cesare Giorgio Velez, pero dejó de usarse cuando los Ezeta fueron derrocados.
La oración a la bandera es posterior y responde a un momento diferente. Escrita en 1916 por David Joaquín Guzmán, uno de los más destacados intelectuales liberales. Para entonces, El Salvador vivía un periodo halagüeño. La expansión del café había cubierto prácticamente todas las tierras aptas desde el occidente hasta el oriente. Los pueblos de la sierra de Tecapa en Usulután florecían. San Salvador, Santa Tecla y Santa Ana había crecido y exhibían edificios de estilo europeo que reflejaban la riqueza que algunos habían acumulado. Parecía que se había alcanzado el progreso anhelado en el himno de 1879.
Había una preocupación por fortalecer la identidad nacional. En 1916 se instituyó la “semana cívica”, dedicada exclusivamente a trabajos y actividades vinculadas al civismo. La oración a la bandera de Guzmán comenzó a recitarse en esos actos cívicos. Guzmán era un liberal radical que había participado en el agresivo proceso de secularización impulsado desde la década de 1870. En cierto momento fue anticlerical, pero no ateo. No extraña entonces que iniciara su obra invocando a dios para que protegiera a la patria. Era una manera de hacer las paces con la Iglesia Católica por los conflictos anteriores, como se advierte en el último verso de la primera estrofa.
La oración a la bandera fue escrita para los niños; es por eso que en los primeros versos se habla de la familia, la libertad y la religión. Desde un primer momento se estableció que fuera recitada por un niño, más tarde se incluyó a las niñas. En un estilo bucólico que anunciaba a Alfredo Espino, Guzmán alaba el paisaje nacional: campiña, ríos, lagos, volcanes, etc. Alude a un territorio que aún no sufría el embate de la deforestación y la contaminación. Progresista como era, se solaza en un idealizado mundo del trabajo; de ahí las alusiones al yunque y los motores, sin demeritar cierto cultivo de las artes.
El resto de la oración padece de un patriotismo romantizado, llegando al extremo de ver la historia nacional como retablo de héroes y mártires virtuosos esmerados en heredar a las nuevas generaciones justicia y libertad. Terminaba en una alegoría de coronación de laureles a la patria, que evoca el monumento a los próceres inaugurado en 1911, con ocasión del centenario de los hechos de noviembre de 1811, que se dio en llamar “Primer grito de independencia”. Tanto la efeméride como el monumento están muy influenciados por la invención de tradiciones del México de finales del porfiriato. La originalidad no es el distintivo de lo nacional.
Carlos Gregorio López Bernal /Historiador, Universidad de El Salvador
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