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Derecha, izquierda y militares en la historia política salvadoreña

La derecha y la izquierda tradicionales sufren una crisis que no parece terminar.

Derecha, izquierda y Fuerza Armada fueron referentes clave de la política salvadoreña desde 1932. La izquierda se movilizaba en defensa de las libertades políticas y de los intereses de los sectores populares, especialmente trabajadores. La derecha hizo del orden y el anticomunismo sus principales banderas, para lo cual contó casi siempre con el apoyo de los militares. En realidad, no fue hasta las décadas de 1970 y 80 que la izquierda amenazó el sistema instituido. Entre 1931 y 48, el ejército se concentró en mantener el orden. Después de 1948, sin romper sus vínculos con el capital, con apoyo de empresarios y profesionales, los militares impulsaron proyectos de reforma que dieron un impulso importante al desarrollo del país, iniciativas que en el marco de la guerra fría y la Alianza para el Progreso tenían un sesgo contrainsurgente, sin insurgencia a la vista. 

Los acuerdos de paz de 1992 implicaron la incorporación legal de la izquierda al sistema político, y redujeron las atribuciones de la Fuerza Armada, quitándole injerencia política. Durante 27 años la disputa y ejercicio del poder político entre derecha e izquierda tuvo como protagonistas a ARENA y FMLN, pero el diseño del sistema electoral y la voluntad del votante no permitían que ninguno tuviera mayorías calificadas en el legislativa; esto obligaba a que el partido en el poder hiciera alianzas con una tercera fuerza (PCN o GANA), negociaciones rara vez correctas, dada la carencia de principios éticos e ideológicos de estos últimos y el pragmatismo de los primeros.

Desde 2019 ese sistema político ha sufrido cambios importantes. La derecha y la izquierda tradicionales sufren una crisis que no parece terminar. Políticamente se han vuelto inoperantes, sin que haya fuerzas políticas que las reemplacen. Esos cambios merecen algunas consideraciones. El actual gobierno pretende borrar las fronteras políticas y discursivamente se distancia de izquierda y derecha; en realidad, si se analiza su gestión, se distancia de la izquierda. En términos de política económica y de manejo de la seguridad es claramente afín a cierto sector de la derecha. 

La derecha económica está muy cómoda con este gobierno que resolvió el problema de seguridad y que no amenaza sus intereses. Endeuda al país a niveles peligrosos, para no tocar el problema fiscal. Además, buena parte de la deuda es interna, con lo cual ciertos sectores obtienes buenas ganancias. En tales condiciones, un partido político propio es innecesario. La miseria que hoy vive ARENA prueba que dejó de ser útil para ciertos intereses. Lejos quedaron los días en que importantes empresarios firmaban pronunciamientos como aquel “En defensa de la democracia”, de 16 de enero de 2021.

Diferente es el caso de la derecha política; una tendencia a veces difusa que da mucha importancia al liberalismo político y económico, es decir, valora mucho las libertades individuales, combinándolas con un anticomunismo, a veces visceral. Cuando desaparece la amenaza comunista y surgen populismos de diverso tipo, esta derecha volvió a anclarse en el liberalismo. Dicha tendencia tiene antecedentes interesantes, especialmente en el periodismo y el quehacer intelectual, por ejemplo, las luchas por la libertad de prensa y defensa de la constitución durante el martinato, o sus conflictos con el comunitarismo que intentó implantar Duarte y la Democracia Cristiana en la década de 1980. 

Obviamente, esta línea de pensamiento político no puede transigir con el actual gobierno por la manera como ha destruido el estado de derecho y violado la constitución. El problema es que desde los años sesenta se subordinó a partidos como PCN y ARENA; cuando estos decaen, sus ideas carecen de un vehículo político. Hoy día, las derechas económica y política están desconectadas.

Más complicado es el panorama de la izquierda. En las décadas de 1970 y 80 fue capaz de retar el binomio PCN-militares a través de las organizaciones guerrilleras y de un poderoso y combativo movimiento social, a la vez que desplegaba un intenso trabajo político-diplomático en el exterior. Detrás de este fenómeno había una amplia variedad de pensamientos políticos que se perdieron con los años, especialmente en la posguerra. Pugnas, escisiones y expulsiones fueron reduciendo y empobreciendo a la izquierda institucionalizada en el FMLN, hasta que fue dominado por la facción ortodoxa, liderada por el PCS, y acompañada por las FPL.

El mayor éxito de este agrupamiento fue lograr la presidencia en 2009 con Mauricio Funes, que cinco años antes había sido vetado por Schafik Handal. Ese primer gobierno de izquierda tuvo rasgos peculiares. La tradición contestataria del Frente y la personalidad de FUNES dificultaron que el FMLN asumiera su rol de partido de gobierno. A veces parecía actuar como oposición. Cuando las aguas se asentaron y trató de impulsar una agenda, fue bloqueado por ARENA, que pagó al Frente con la misma moneda que este había usado antes. Hay que decirlo, el FMLN respetó la constitución y el estado de derecho, por lo tanto, su capacidad de acción política fue limitada, para bien y para mal. Para bien porque se mantuvo la estabilidad del país; para mal porque no pudo impulsar los cambios que tanto había pregonado. La única mancha sería el intento de amarrar la Sala de lo Constitucional, al tratar de aplicar el votó unánime en sus resoluciones y más tarde al imponer de manera ilegal una nueva sala. Ambas tentativas fracasaron.

El FMLN vio en Funes en una figura de transición que prepararía los ánimos políticos del país para un gobierno propiamente del Frente. A las elecciones de 2014 llevó una fórmula presidencial propia, electoralmente poco atractiva, pero funcional por las inercias ideológicas. Para entonces, el Frente perdía ideas y creatividad. Había sido muy efectivo para canalizar demandas y descontentos populares frente a gobiernos de derecha, pero no fue capaz de generar alternativas a las herencias recibidas. Trataba de hacer mucho, pero mostraba poco. Sánchez Cerén era muy mal comunicador; sus errores discursivos, convertidos en chistes, trascendían más que sus ideas. Muchos advirtieron el desgaste político, excepto los dirigentes del partido. Tampoco se dieron cuenta de que, desde adentro, una quinta columna de zapadores minaba al partido y creaba condiciones para el ascenso político de un advenedizo. Cuando la crisis estalló, de manera prepotente optaron por expulsarlo, con lo cual le allanaron el camino a la presidencia.

Así las cosas, hoy día derecha e izquierda política tienen muy pocas capacidades de incidencia. Se rompe así la tradición enunciada al inicio; excepto en lo que se refiere a la Fuerza Armada. Durante la mayor parte del siglo XX, los militares tuvieron un rol de primer orden en la política nacional. Fue necesaria una reforma constitucional para limitar su campo de acción y someterlos al poder civil. Aquí hay una trampa: la fuerza armada puede tener incidencia política por acción o por omisión. En el primer caso, actúa. En el segundo, se mantiene al margen y de ese modo avala, lo cual tiene obviamente un efecto político. Hoy día, bajo una aparente apoliticidad, los militares son un pilar fundamental del gobierno. Basta ver la parafernalia castrense que rodea cualquier acto oficial o alocución presidencial. Un soldado con un fusil en la mano detrás del podio presidencial no es un decorado de fondo, es un acto político, cuyo significado varía según quién tenga el poder y cómo lo ejerza. Lo que inició con un trinomio de actores, hoy es un binomio de contornos borrosos, pero políticamente funcional.

Historiador, Universidad de El Salvador

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