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Cuando las democracias mueren

Los politólogos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt han señalado que las democracias no solo mueren por golpes de Estado.

La socióloga franco-israelí Eva Illouz publicó en 2023 el libro “La vida emocional del populismo. Cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia”; un texto fundamental para comprender e interpretar el acelerado deterioro de las democracias bajo el nuevo modelo de “ejecutivo unitario autoritario y fascista”. 

El profesor de historia y comunicador Claudio Álvarez Terán publicó un material muy ilustrativo sobre la obra de Illouz, que comparto y parafraseo en este artículo, ya que hay elementos sustantivos para leer nuestro caso político.

En 1967, el filósofo alemán Theodor Adorno afirmó que, aunque oficialmente el fascismo había colapsado, las condiciones para el surgimiento de movimientos fascistas seguían activas en la sociedad. El argumento principal era que la concentración de riqueza generaba un deterioro de las condiciones económicas de sectores que se percibían a sí mismos como clase media y que buscaban mantener su estatus social. Adorno retomaba la idea tradicional de que el fascismo surge “del miedo a la movilidad social descendente”: la misma clase privilegiada apoyará al fascismo cuando sienta amenazados sus privilegios.

Estos sectores, al descender en la escala social, desarrollan un odio hacia el socialismo. En lugar de responsabilizar al aparato económico que los empobrece, dirigen su ira hacia quienes adoptan una postura crítica frente al sistema. Esto obedece a un fenómeno cognitivo característico del protofascismo: la incapacidad de comprender la cadena causal que provoca la situación social. Así, el fascismo opera dentro de sociedades democráticas cuando los perjudicados por políticas económicas no logran identificar sus verdaderas causas. Para Adorno, el fascismo no es un accidente histórico, sino que habita dentro del sistema democrático, como un virus o bacteria que lo descompone.

Los politólogos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt han señalado que las democracias no solo mueren por golpes de Estado, sino también lentamente, y que el populismo es uno de sus agentes corrosivos. Eva Illouz aclara que el populismo no es fascismo, pero sí una tendencia hacia él.

El británico Raymond Williams acuñó el concepto “estructuras de sentimiento” para describir una forma compartida de pensar y sentir que influye y se deja influir por la cultura de un grupo. Son sentimientos depositados en discursos, símbolos, celebraciones o políticas de Estado, y también pueden ser fabricados por el marketing. Estas emociones responden a condiciones sociales y se articulan en narrativas colectivas que conectan causas y efectos, asignan culpas y ofrecen soluciones, sin necesidad de ser verdaderas: basta con que se sientan verdaderas.

Por esta razón, durante 5 años realizamos estudios sobre “humor social y político de los salvadoreños (as)” incluyendo preguntas atípicas relacionadas con factores emocionales.

El populismo recodifica el malestar social y, aunque puede ser de izquierda o derecha, Illouz se concentra en su vertiente derechista por su predominio global. Ejemplos son Duterte, Bolsonaro, Meloni, Trump, Putin, Modi, Netanyahu, Bukele u Orbán: líderes que atacan instituciones democráticas, fomentan teorías conspirativas, identifican enemigos internos, enfrentan a grupos sociales y se presentan como defensores del pueblo frente a las élites. A pesar de aplicar políticas neoliberales que aumentan la desigualdad, logran el apoyo de sectores perjudicados.

Para Illouz, el populismo es sobre todo una política de identidad que combina neoliberalismo económico, autoritarismo político y nacionalismo conservador, unidos por un estilo emocional centrado en cuatro emociones: miedo, asco, resentimiento y amor.

Miedo: Maquiavelo aconsejaba al príncipe gobernar con amor y miedo, prefiriendo este último para mantener el orden. Hobbes también lo consideraba clave, pues el miedo lleva a renunciar a las libertades en favor de un Estado fuerte. Esta emoción, que no distingue entre peligros reales e imaginarios, simplifica el mundo en amigos y enemigos, y justifica la suspensión de derechos. Un miedo imaginado puede persistir incluso sin amenazas objetivas, inclinando a la población hacia la derecha política y habilitando lo que Carl Schmitt llamó “estado de excepción”: la facultad de gobernar al margen del derecho en nombre de la seguridad.

Asco: Si el miedo es la emoción de los tiranos, el asco lo es de los racistas. Hitler comparó a los judíos con gusanos, movilizando sentidos como el tacto, olfato y vista para generar repulsión. Culturalmente, el asco se utiliza para marcar distancias infranqueables entre “puros” e “impuros” y se convierte en valoración moral cuando se dirige hacia personas por ser lo que son. El populismo de derecha explota esta emoción para demonizar a inmigrantes, minorías sexuales o religiosas. A diferencia de la ira, el asco tiende a derivar en violencia.

Resentimiento: Aristóteles, Nietzsche y Max Scheler lo estudiaron como una emoción nacida de la sensación de inferioridad y del deseo de venganza no realizado. El resentimiento se alimenta de recuerdos fijos de agravios pasados y, en manos populistas, se transforma en un discurso victimista que canaliza la frustración contra conciudadanos, no contra las verdaderas estructuras de opresión. Así, líderes como Trump capitalizan el malestar de sectores blancos empobrecidos por la globalización para movilizar un “victimismo de privilegio perdido”.

Amor: Max Weber definió la nación como una comunidad de sentimientos, y el nacionalismo como una forma de apego profundo a símbolos, valores e historia compartidos. Este amor patriótico puede ser inclusivo o excluyente, y en el populismo suele reforzar la identidad del grupo mayoritario frente a “los otros”. Estudios muestran que las actitudes xenófobas disminuyen con la educación, lo que provoca que las élites cosmopolitas tengan menor apego nacional que las clases trabajadoras territorialmente enraizadas.

El miedo crea enemigos inmutables y perpetúa la vigilancia; el asco mantiene distancias y purezas imaginadas; el resentimiento convierte heridas pasadas en identidades políticas; y el amor, cuando es excluyente, cimenta fronteras afectivas. Estas emociones conforman una coraza impermeable a la realidad y alimentan conflictos internos. El populismo no siempre busca destruir la democracia, sino transformarla en una versión iliberal que, bajo un discurso de rebelión, ha logrado atraer a sectores antes identificados con la izquierda, desplazando la protesta social hacia la derecha.

Disclaimer: Somos responsables de lo que escribimos, no de lo que el lector puede interpretar. A través de este material no apoyamos pandillas, criminales, políticos, grupos terroristas, yihadistas, partidos políticos, sectas ni equipos de fútbol… Las ideas vertidas en este material son de carácter académico o periodístico y no forman parte de un movimiento opositor. Nos disculpamos por las posibles e involuntarias erratas cometidas, sean estas relacionadas con lo educativo, lo científico o lo editorial. A los nuevos críticos: Paren de sufrir.  

Director Editorial / oscar.picardo@altamiranomedia.com

Óscar Picardo Joao
Óscar Picardo Joao