La inversión y el sector privado

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Por Manuel Hinds

04 April 2018

El sector privado, representado por las gremiales como la ANEP, la Cámara de Comercio e Industria y la ASI, se ha manifestado siempre preocupado por mejorar el ambiente para la inversión en el país, que, correctamente, ve como un requisito indispensable para generar las tasas de crecimiento que son necesarias para desarrollar al país y convertirlo en una sociedad de clase media. Para eso, también correctamente, estas gremiales han enfatizado la necesidad de que la idea de eliminar la propiedad privada en el país pierda toda relevancia, sea porque el FMLN la abandona o porque el mismo FMLN se vuelva irrelevante por no abandonarla. También se preocupa porque el volumen y la complejidad de los trámites burocráticos del país se han salido de las manos, subiendo enormemente los costos en dinero y en tiempo que son necesarios para realizar las inversiones. También se han pronunciado en contra de subir los salarios mínimos mientras la productividad de los trabajadores no suba. Todo esto es correcto económicamente porque facilita las condiciones para la inversión de capital físico, que es esencial para lograr el desarrollo.

Pero el establecimiento de las condiciones para que sea atractivo invertir en capital físico es solo parte de lo que se necesita para que dicha inversión se dé y para que sea fructífera. En realidad, como he venido insistiendo en estas columnas, el capital físico es solo una parte de lo que se necesita para que el país se desarrolle, y es la menos importante en la nueva Economía del Conocimiento del Siglo XXI. Ahora lo más importante es el capital humano. Cuando este se tiene, es bien fácil conseguir el físico. Y, en el sentido contrario, cuando no se tiene, se vuelve bien difícil conseguir la inversión física, aunque el gobierno proporcione todas las facilidades para conseguirlo.

Conforme el tiempo vaya pasando, el valor agregado (lo que conforma el Producto Interno Bruto, PIB, que incluye los recursos disponibles para pagar salarios, utilidades y los intereses sobre préstamos) va a ir dependiendo cada vez más del conocimiento contenido en la producción, de tal modo que las actividades (las fábricas, las fincas, las tiendas) que no aumenten esa productividad que da el conocimiento de dueños, gerentes y trabajadores, van a ver reducidos sus salarios, sus utilidades y el dinero disponible para pagar los intereses de sus deudas. Con el tiempo, sus negocios van a desaparecer, cómo está pasando con muchas industrias, incluyendo la textil de bajo valor agregado, que está ya siendo sustituida por empresas trabajando con robots. Igualmente, la demanda por locales en centros comerciales está disminuyendo seriamente como resultado de las ventas por internet—un fenómeno que se va a extender muy rápidamente por los países en desarrollo. No es que esas actividades vayan a desaparecer, sino que entre ellas solo van a sobrevivir las empresas que sepan integrar el conocimiento en sus operaciones.

Pero eso no se puede lograr en un país en el que la educación es muy escasa, y en el que la salud de la población es frágil, y en la que la seguridad ciudadana no existe. De esta forma, las empresas no solo tienen que interesarse en tener tasas de interés bajas y plazos largos de financiamiento (que ya la dolarización los da), y en que haya menos burocracia, y en que el salario mínimo no se aumente por encima de la productividad de los trabajadores, sino también, y más todavía si quieren que sus empresas sobrevivan en el Siglo XXI, deben preocuparse de que la educación se mejore drásticamente, con grandes inversiones en maestros e instalaciones, y de que la salud también se mejore enormemente, y de que se invierta en superar el problema de seguridad ciudadana que sufre el país.

Así, el argumento de que subir los salarios no es conveniente si la productividad de los trabajadores no aumenta hay que llevarlo hasta su lógica conclusión—lo que se necesita entonces es aumentar la productividad de los trabajadores a través de invertir en su educación, su salud y su seguridad. Ciertamente que eso es caro, pero más caro es no invertir en eso y perder la capacidad de sobrevivir en el nuevo mundo del Siglo XXI.

Hay varias empresas que hacen contribuciones muy significativas a la educación y otros aspectos de la inversión en capital humano, con instituciones como la ESEN, Supérate, FEPADE, y similares. Pero hay muchas otras que parecen no haber visto lo que ya está escrito en la pared con respecto a las empresas y países que se quedan estancadas en su capital humano. Así como protestan contra la burocracia y el salario mínimo, las gremiales del sector privado deberían de presionar por que se haga inversión en capital humano, y debería, como lo hacen ya varias empresas, involucrarse ellas mismas en dicha inversión. La educación del pueblo es la inversión más rentable que se puede hacer en el país.

Es mejor entender esto ya que esperar a que la realidad demuestre lo trágicamente equivocado que es quedarse sin una fuerza educada de trabajo en una nueva economía que tiene la educación como base de la riqueza.