El odio de clases y las maras

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Por Manuel Hinds

25 February 2018

La semana pasada escribí una nota que condenaba las inyecciones de odio que han destrozado al país (El cambio en el corazón, EDH, viernes 23 de febrero de 2018). El artículo resumía su argumento al final en estos dos párrafos, hablando de los crímenes de la guerra civil y de las maras:

“Ningún argumento filosófico puede negar que en el fondo de ambas violencias hay un principio común: la idea de que hay personas que merecen ser asesinadas por pertenecer a ciertos grupos, clases sociales o maras. Lo único que varía entre los crímenes cometidos por el odio de clases y los cometidos por el odio entre maras, o por el desprecio a los que no son de ninguna mara, es el motivo que supuestamente legitima el crimen. Esto va contra el cristianismo, contra el desarrollo social, económico político, y contra todo lo que es civilizado.

Esto es lo que hay que abandonar, lo que hay que reconocer que fue un error y revertir con toda la energía que la sociedad pueda reunir. Los que llaman al odio pueden predicar lo que quieran, pero el pueblo debe dejarlos hablar solos. Ya han hecho demasiado daño.”

Algunas personas de la izquierda me comentaron que la nota pecaba de superficial si no se mencionaba que la derecha, no solo la izquierda, había realizado actos de odio, que los mareros no actúan motivados por odio de clase y que la contrapartida del odio (en uno y otro caso) es la “exclusión”. En realidad, aunque el odio de clases es un concepto marxista (que conste que no de toda la izquierda), yo nunca mencioné que solo la izquierda marxista ha actuado con odio en el país, ni siquiera que solo los marxistas han sembrado odio; tampoco dije o impliqué que los mareros actúan motivados por odio de clases.

Es obvio, sin embargo, que actúan motivados por odios, y que, como digo en los párrafos citados arriba, justifican sus crímenes con la misma idea que los que cometen crímenes y los justifican con la guerra de clases: que hay personas que merecen la muerte porque pertenecen a un grupo que ellos odian. El odio es un instrumento del mal, y no importa por qué motivo se inyecta en la sociedad, toma vida propia y puede ser ocupado por grupos diferentes con objetivos distintos de los que motivaron a los que lo inyectaron inicialmente. Si el odio se justifica como motivo de acciones, puede usarse para justificar que musulmanes maten a cristianos, para que nazis maten a judíos y otras razas que ellos consideran inferiores (obviamente incluyéndonos a nosotros), para que comunistas maten a capitalistas, para que no-comunistas maten a comunistas, para que un adolescente resentido mate a 17 de sus compañeros, para que las maras que viven en un barrio maten a los del barrio vecino. Todos pueden usar el mismo argumento para justificarse: “eran mis enemigos (de clase o de barrio o de raza) y los odiaba”.

La idea que defiendo es que el odio es una emoción negativa, que lleva a crímenes injustificables, que no sirve para resolver problemas sociales, políticos o económicos, que en realidad los vuelve peores, que los que lo inyectan con un propósito se vuelven responsables de que se use para otros propósitos, y que debe erradicarse de la sociedad.

Hablar de la “exclusión” es muy elegante pero justificar los odios y los crímenes de las maras como una respuesta a ella no sólo va en contra de los principios de la civilización sino también es un concepto vacío porque va en contra de lo que se observa en la realidad. Para ver esto basta recordar que los que están llenos de odio dirigen sus crímenes hacia las personas que odian. Así, durante la guerra y antes de ella, los grupos llamados “revolucionarios” secuestraron y asesinaron a personas que ellos odiaban por pensar que eran sus “enemigos de clase”. Pero, ¿alguien podría decir que las personas que los mareros matan (otros mareros, alumnos de secundaria y de la universidad, personas que se niegan a pagarles renta, vecinos de áreas dominadas por otras maras) son personas que los excluyen a ellos o que han creado una sociedad excluyente?

Como lo escribí en mi artículo anterior, las inyecciones de odio se hacen con el pretexto implícito de que llevará al bien, que eliminará la “exclusión”, que generará mayor desarrollo, con la promesa de que los crímenes que se cometan en su nombre van a resultar en un mundo mejor. Con esa idea se ha llegado, como también lo escribí en el articulo anterior, a tratar de convertir el cristianismo, la religión del amor, en una religión del odio.

Como escribió el poeta entonces soviético Naum Korzhavin contemplando los veinte millones de víctimas que el comunismo y su guerra de clases habían asesinado en su país: “!El mal en el nombre del bien! / ¿Quién pudo inventar tal sinsentido? / Aún en el día más oscuro, / aun en la lucha más sangrienta / si el mal se fomenta / él triunfa en la tierra— / no en el nombre de algo / sino en el suyo propio”.

En este poema, solo sustituya el odio por el mal, dos palabras que van siempre muy asociadas, y entenderá el mensaje que quiero traspasar al decir que el pueblo no debe ya aceptar ningún mensaje de odio.

Con esto, por supuesto, no quiero decir que no haya problemas sociales, políticos y económicos en el país. Los hay, y muchos. Lo que digo es que sembrar el odio basado en esos problemas no solo no los resuelve sino que los complica enormemente, causando tragedias espantosas y retrocesos en todos los aspectos de la civilización. La sociedad debe resolver estos problemas, no llenarse de odios que van a volver imposible resolverlos.