¿Hay algo que podamos hacer los ciudadanos?

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Por Joaquín Samayoa

15 February 2018

Conforme se acerca el día de las elecciones para alcaldes y diputados, el ruido político ha ido subiendo volumen en las redes sociales. Pero ese nivel de interés y preocupación puede ser un espejismo. La actividad en redes sociales es intensa, pero se concentra en un segmento sociodemográfico relativamente pequeño. El grueso de la gente no está poniendo mucha atención o no se manifiesta. En otras palabras, poca gente haciendo mucha bulla.

Históricamente las elecciones municipales y legislativas suscitan poco interés y bajos niveles de votación. ¿Por qué? Una explicación obvia es el desconocimiento que el ciudadano común tiene del funcionamiento de las instituciones públicas y, por consiguiente, de su impacto real en la calidad de vida de la población.

Pero no creo que eso sea todo. Cualquiera sea la idea del bien y del mal que la gente tenga en lo concerniente a la realidad política, económica y social, el manejo de realidades complejas no se les da muy bien a la mayoría de personas, a no ser que tengan sus mentes bien formadas. Es mucho más fácil simplificar las cosas, atribuyendo todas las culpas, méritos y responsabilidades a una sola persona o a un partido político. Por eso las elecciones presidenciales suelen suscitar mayor interés y niveles más altos de votación. Por eso mismo tienen tanto pegue los líderes populistas en un contexto de desencanto con los partidos y el sistema político.

En su interior, la Asamblea Legislativa es un poder difuso, repartido entre varios partidos y muchas personas; cambiante según las coyunturas y los intereses personales y sectarios. Eso también resulta difícil de comprender para la mayoría de ciudadanos, quienes suelen liberarse de su responsabilidad y del esfuerzo que debieran hacer para estar bien informados, apegándose a juicios sintéticos erróneos. Prefieren pensar que todos los diputados son la misma mica con distinta cola. Todos ignorantes, todos corruptos, todos perezosos, todos charlatanes, todos bien alineados a las cúpulas de sus respectivos partidos. Da igual, nada va a cambiar, no vale la pena votar.

Por si esos condicionamientos mentales no fueran suficientes para alimentar la apatía, la gente se da cuenta de que el desempeño de la mayoría de diputados ha dejado mucho que desear. La Asamblea Legislativa tiene bastante merecido el enorme descrédito que se detecta en todas las encuestas de opinión. En la encuesta más reciente de la UCA, 6 de cada 10 entrevistados opinan que los diputados de ARENA y el FMLN (preguntas separadas) trabajan para sus respectivos partidos, más que para solucionar los grandes problemas de nuestra sociedad.

Todo eso abona al escepticismo de los ciudadanos de cara a las elecciones del 4 de marzo, sobre todo porque, elección tras elección, la selección de candidatos que hacen los partidos no ofrece muchos asideros a la esperanza de un verdadero cambio. Nos la ponen realmente difícil. Aun teniendo la opción de voto por rostro y voto cruzado, nos cuesta encontrar cartas a las que podamos apostar con alguna convicción y entusiasmo.

En lo que concierne a ideas, la oferta electoral legislativa también es paupérrima. Solo frases propagandísticas vacías y promesas extremadamente vagas, que no marcan diferencias entre los partidos ni entre los candidatos de un mismo partido. Algo parecido puede decirse sobre el discurso de los candidatos a alcalde, con algunas pocas excepciones, como el caso de Antiguo Cuscatlán, donde ha surgido un candidato joven de oposición que probablemente logre desafiar, por fin, el reinado casi teocrático de doña Milagro Navas.

Así estamos, a solo poco más de dos semanas del evento electoral. Las perspectivas son aún más sombrías si introducimos en la ecuación el sinfín de dudas sobre la capacidad del TSE para superar los muchos y graves errores que plagaron el último proceso electoral.

Como se puede apreciar en los párrafos anteriores, la apatía tiene explicaciones. Pero de ahí a sacar la conclusión de que no merece la pena votar hay un gran trecho. Eso pareciera ser la conclusión más lógica. También la conclusión más conveniente para los que se cansan rápido o se frustran por perder algunas batallas, sin terminar de entender que la construcción de la democracia es un proceso lento, trabajoso y lleno de tropiezos.

En buena medida, las cosas son como ahora son porque los ciudadanos lo hemos permitido cada vez que nos abstenemos de participar; cada vez que no les exigimos a los políticos y a los funcionarios; cada vez que nos amparamos en una lealtad irracional a ideologías y nos dejamos manipular por la propaganda; cada vez que decimos que todos son iguales y, de esa forma, justificamos quedarnos al margen de la historia.

En las próximas elecciones se juega mucho para el futuro de nuestro país y de nuestras familias. No da igual que unos u otros terminen controlando el poder legislativo. Muchas cosas seguirán sin resolverse en cualquier escenario de correlación de fuerzas, pero las más fundamentales para que sobreviva el régimen democrático dependen de pequeñas diferencias en la cantidad de diputados que logre cada partido. Y esas pequeñas cantidades dependen de unos pocos cientos o miles de votos, el tuyo entre ellos.