Que ignominia señores diputados

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04 junio 2011

¡Qué ignominia, señores diputados! Han tratado de desprestigiarlos, aduciendo que son parte de una conspiración para destruir el Estado salvadoreño. Después intentaron inhabilitarlos o destituirlos, mediante una maniobra que no funcionó únicamente porque el Fiscal General no se ha prestado a ese juego sucio. Finalmente han conseguido impedirles tomar decisiones, en virtud de una reforma a la ley orgánica judicial, aprobada con dispensa de trámite y sancionada en tiempo record por el presidente de la república. Uno se pregunta quiénes son realmente los que están conspirando para socavar la institucionalidad democrática, obstruyendo hasta anular el trabajo de cuatro magistrados de la CSJ por el grave pecado de dictar sentencias de inconstitucionalidad que apuntan a corregir una serie de anomalías que han generado una creciente pérdida de legitimidad en nuestro sistema de partidos políticos. Una contundente mayoría de ciudadanos y organizaciones de la sociedad civil hemos recibido con entusiasmo y esperanza la independencia mostrada por estos magistrados a quienes les ha tocado ser garantes del respeto a los principios y normas constitucionales. La costumbre antes de ellos era que las cosas inconvenientes se archivaban o se resolvían siempre a favor de quienes detentan el poder político y económico en nuestro país. Las sentencias emanadas de la sala han suscitado controversia. Algunas personas han visto errores de interpretación jurídica en ellas; otros las han adversado sin molestarse en analizar su fundamento jurídico; a otros nos han parecido atinadas aunque no estemos de acuerdo en la totalidad de su contenido. Pero la pregunta no es si estamos o no estamos de acuerdo con ellas, si pensamos que son beneficiosas o perjudiciales para la consolidación de nuestra democracia. La pregunta es si estamos dispuestos a acatar la autoridad del único organismo al que la Constitución le confiere la atribución de resolver en materia constitucional. En las últimas horas, cuatro partidos políticos y el presidente de la república han respondido negativamente a esa pregunta fundamental para nuestro ordenamiento jurídico. PCN, PDC, ARENA y GANA aprobaron una absurda reforma que pasa por encima de los mecanismos de decisión comúnmente aceptados en toda democracia. En organismos de cinco miembros, tres constituyen mayoría simple y cuatro constituyen mayoría calificada. Ese es el caso del TSE y de la Sala de lo Constitucional de la CSJ. Requerir unanimidad para poder tomar decisiones haría sumamente difícil la operación de cualquier organismo colegiado y la vuelve virtualmente imposible en el caso presente de la sala de lo constitucional. Es curioso que a quienes sospechan de la unidad de criterio que siempre logran alcanzar los mismos cuatro magistrados no les parezca nada sospechoso que siempre haya uno, el mismo, que no firma las sentencias. Pero esa es la situación. La reforma de ley aprobada por los diputados de esos partidos y sancionada por el presidente Funes equivale a decretar, de un solo plumazo, la suspensión de los cuatro magistrados hasta que una nueva Asamblea Legislativa pueda conformar la sala de manera más conveniente a los intereses de esos partidos políticos. Es curioso que, por el temor de que cuatro magistrados resuelvan de manera equivocada, se le otorgue a uno sólo el poder de obstruir cualquier resolución. ¿Qué clase de democracia es esa, donde el poder real lo tiene una minúscula minoría? Mis respetos a la bancada del FMLN, a la que tampoco le gustan para nada las sentencias de la sala pero aún así optó por respaldar la institucionalidad. Mis respetos también a otros dos diputados solitarios, el Dr. Ávila Qüel, de ARENA, y el representante de CD, quienes debieron haber votado en contra pero al menos se negaron a votar a favor. La palabra ignominia significa afrenta pública. Eso es lo que han hecho una vez más, señores diputados. Eso es lo que usted ha respaldado, señor presidente. Luego no se quejen si, un buen día de tantos, este paciente pueblo se harta de tanta indecencia y de tanta chapucería. Joaquín Samayoa