Pereza mental, oportunismo y demag

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21 julio 2011

Pereza mental, oportunismo y demagogia Las fracciones legislativas cerraron filas en una posición oportunista y demagógica para superar el veto presidencial a la ley anti-tabaco. En esta ocasión, sólo se salvan GANA y PCN. Una de las características más nefastas de nuestra cultura política es la costumbre de distorsionar irresponsablemente los argumentos de los adversarios. Generalmente es mucho más fácil quedar bien rebatiendo una caricatura que tomarse la molestia de conocer y discutir lo que el otro está diciendo. Eso es precisamente lo que hemos observado en las reacciones adversas al veto en cuestión. Ayer por la mañana, en un popular programa radial, un diputado de ARENA llegó al extremo de decir que el presidente Funes, con su veto, está mandando el mensaje de que no quiere una ley anti-tabaco. ¡Qué manera más descarada de distorsionar las cosas! Un inmerecido golpe bajo al adversario político o quizás pereza e incapacidad mental para entender lo que leen. Lo que el presidente Funes ha dicho es que esa ley, no cualquier ley, esa ley que llegó a su escritorio, aprobada por mayoría legislativa, es inconveniente, y ha dado las razones en las que fundamenta su decisión de vetarla. No ha dicho el presidente que se opone a regular el consumo de tabaco. Pero las declaraciones de ese diputado arenero no son las únicas sorprendentes. Una diputada del partido oficial también ha expuesto un razonamiento bueno para libro de texto de lógica, para ejemplificar ?razonamientos? que saltan de una premisa a una conclusión ignorando completamente los argumentos. En esencia, el razonamiento de esa señora y el de muchos otros diputados es el siguiente: el tabaco es malo, luego la ley que nosotros hicimos es buena. ¡Por favor, señores y señoras representantes de nuestro sufrido pueblo! Gánense el sueldo. Hagan bien su trabajo. Necesitamos una ley anti-tabaco, pero no ese adefesio que ustedes aprobaron y que el presidente valientemente ha vetado. En vez de irse por la fácil levantando todos sus manos para superar el veto, debieran regresar a su mesa de trabajo y corregir sus errores con inteligencia y humildad. Lo que necesitamos es una ley contra la contaminación ambiental, la que provoca el consumo de tabaco en espacios cerrados, pero también y con mucha más razón la que provoca la emisión de gases de los vehículos automotores, la del humo y los desechos de las fábricas, la de la leña a la que cada vez más gente se ve obligada por las alzas continuas en los precios de la energía eléctrica. En lo que concierne particularmente al tabaco, lo que necesitamos es una normativa que no resuelva un problema creando otros; una normativa que respete las libertades y derechos de todos; una legislación que no nos siga adentrando más allá de lo estrictamente necesario en la lógica de la intervención abusiva del Estado. La ley que vetó el presidente es claramente inconveniente no sólo por las razones que él ha expuesto, sino también porque obliga al personal del Ministerio de Salud, de por sí insuficiente para cumplir sus responsabilidades, a maniatarse en procesos engorrosos de denuncias por consumo indebido de tabaco, que cualquier ciudadano, con o sin justificación, podrá hacer contra jefes, compañeros de trabajo, clientes de establecimientos comerciales, transeúntes en la vía pública, etc. La ley que ustedes defienden, señores diputados, tiene algunas cosas positivas, pero también contiene disposiciones perniciosas para ciertos rubros de la actividad económica, y cosas realmente absurdas y discriminatorias, como la de prohibir la venta de cigarrillos sueltos al pobre que no tiene para pagar un paquete de diez o veinte, o a los que desean auto-limitarse y prefieren comprar pocos cigarrillos para no verse en la tentación de fumar mucho. Nadie está poniendo en discusión los daños que provoca el tabaco. El humo de los cigarrillos es además apestoso y molesto. La sociedad ya ha tomado nota de eso desde hace tiempo y ya ejerce bastantes formas espontáneas de autoprotección. Son muchísimos los lugares donde, sin necesidad de la intervención abusiva del Estado, ya se restringe o prohíbe el consumo de tabaco, y nadie obliga a quienes puedan sentirse amenazados a congregarse en los pocos espacios donde todavía se permite fumar. No vengan, pues, a querer presentarse como los héroes salvadores de la sociedad y como los paladines de la salud del pueblo, cuando hay muchas otras cosas que afectan gravemente la salud de las que nunca les da la gana ocuparse.

Joaquín Samayoa