¿El país más violento?

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03 noviembre 2011

¿El país más violento?

No podemos aceptar sin saber y sin discutir a qué exactamente se refiere el calificativo que se nos impone, simplemente no se corresponde con la realidad El terrible galardón de ser el país más violento del mundo fue otorgado a El Salvador en el reporte ?Carga Global de la Violencia Armada 2011?, publicado por el PNUD en Ginebra el pasado 27 de octubre. El reporte, elaborado por prestigiosos académicos, sirvió como documento base en las discusiones de la Segunda Conferencia Ministerial convocada para revisar la implementación de la Declaración de Ginebra sobre Violencia Armada y Desarrollo, adoptada por 42 Estados en junio de 2006 y respaldada en la actualidad por más de 100 países de todos los continentes. Para decirlo pronto y sin rodeos, la calificación nos pareció errónea, irresponsable e injusta. No por el pobre argumento de falta de actualidad en los datos, que esgrimió defensivamente el presidente Funes, como si el reporte fuera un ataque a su gestión presidencial, sino por el sesgo de lo que se ha incluido y lo que se ha dejado por fuera en el análisis que condujo a considerar a El Salvador como el país más violento. No nos gustaba antes cuando los detractores del gobierno, con el periodista Mauricio Funes entre los más destacados, utilizaban similares calificaciones para fustigar al presidente de turno. Y no nos gusta tampoco ahora la utilización que algunos han hecho del reporte internacional para comentar, con velado regocijo, la pésima calificación de nuestro país en clave de crítica al gobierno de Funes. El denominador común de los que antes, igual que ahora, se han llenado la boca aceptando y proclamando a los cuatro vientos el calificativo de ?país más violento del mundo? ha sido el oportunismo político, la falta de dignidad nacional y la pobreza o la pereza intelectual. Hablamos de pobreza o pereza intelectual porque se ha tomado una frase, una gráfica o una apreciación sintética contenida en un documento, sin hacer el esfuerzo de analizar, y a veces sin leer siquiera, lo que dice el documento. En este sentido, el reporte que ahora nos ocupa es un estudio serio, muy claro en la definición de su enfoque y, por tanto, en la aceptación de sus limitaciones. Lo único malo ha sido, precisamente, que habiendo establecido con mucho rigor la parcela de violencia que ha tomado en cuenta, al final haya cometido el error de formular conclusiones de un nivel de generalidad que no podía sustentarse en los datos del informe. En efecto, el calificativo del informe solo se refiere a violencia con armas (primer sesgo que excluye de entrada una gran cantidad de formas de la violencia), que haya sido letal (segundo sesgo que excluye la inmensa cantidad de datos de personas lesionadas en actos violentos), que haya quedado registrada (tercer sesgo, en cuanto los registros dependen de patrones culturales y de la fortaleza y confiabilidad de las instituciones en cada país), que sean homicidios intencionales o muertes directamente resultantes de conflictos armados (cuarto sesgo, que excluye homicidios culposos y homicidios que eufemísticamente se atribuyen a ?intervenciones legales?, pero que pueden encubrir patrones de violencia política o de represión severa). ¿Qué se quiere decir, entonces, cuando se califica a El Salvador como el país más violento? Según el mismo informe no somos ni de lejos el país con más violencia por narcoactividad (evidentemente ciudades como Chihuahua o Ciudad Juárez tienen tasas de homicidios superiores a cualquier ciudad salvadoreña o a El Salvador en su conjunto), no somos el país con más violencia de conflictos armados (como en la década de los 80, o como en Libia, Afganistán o Irak en el período del informe), no somos el país con más violencia intrafamiliar o de género, no somos el país -ni de lejos- con más violencia letal por ?intervenciones legales?, sinónimo de acciones represivas de las fuerzas de seguridad pública o condenas del sistema de justicia penal. De hecho hay decenas de países con índices mayores de violencia en todas estas categorías. El Salvador tiene, sin duda, un nivel altísimo en la categoría de violencia letal con armas de fuego. Eso es intolerable y sería igualmente intolerable si el primer lugar lo tuviera Honduras y el segundo El Salvador, como sugiere la débil defensa y el triste consuelo del presidente. Pero el caso es que aún en este tipo de violencia, atribuible de manera muy predominante a las pandillas, habría que ver con bastantes reservas el ?ranking?, ya que El Salvador, a diferencia de muchos otros países, tiene una extensión muy pequeña, con mucha presencia de instituciones en todo el territorio, con organizaciones no gubernamentales y con medios de prensa independientes, características todas ellas que configuran niveles relativamente altos de registro de homicidios. En cambio, en otras latitudes hay conurbaciones gigantescas, de más de 20 millones de habitantes, como Yakarta en Indonesia, Dhaka en Bangladesh, Karachi en Paquistán, Shangai en China y Bombay en India, con extensas e impenetrables zonas de miseria, droga, criminalidad y otras formas de violencia que seguramente no aparece denunciada o registrada, en detrimento de la validez de cualquier esfuerzo de comparación internacional. En este tema no debemos hacer nunca el argumento del ?mal de muchos??, porque ya conocemos la segunda parte del refrán, pero tampoco debemos aceptar sin discutir y sin saber a qué exactamente se refiere el calificativo que se nos impone como país más violento del mundo, simplemente porque no se corresponde con la realidad cuando ésta se analiza en toda su complejidad.

Salvador Samayoa