Entre pusilanimidad

descripción de la imagen

Por

21 febrero 2013

Entre pusilanimidad y realismo ?No estamos en el proceso como parte esencial del mismo, ni tampoco como mediadores. Nosotros estamos como toda la sociedad, esperando que las cosas

caminen bien?, dijo el Arzobispo de San Salvador sobre el diálogo entre las pandillas, y la sociedad civil, según La Página. Quisiera otorgar a monseñor el beneficio de la duda... bueno, la duda prudente a este periódico digital. Sin embargo, me temo que bien pudo haber dicho esto el arzobispo. ?Esperando que las cosas caminen bien? - pero no involucrarse, no comprometerse, no arriesgarse. Es la actitud pusilánime de muchos sectores frente a los riesgos y las oportunidades que ha abierto la tregua. La tregua plantea un reto a la sociedad - y muchos se corren o se esconden: los partidos, los ministros, las cúpulas de las gremiales empresariales, la mayoría de los

obispos, muchos intelectuales... El presidente de la República da espacio y respaldo político a su ministro de seguridad para que siga facilitando el proceso que se abrió con la tregua entre pandillas y que está desembocando en un proceso de paz en las comunidades y los municipios -- pero no se atreve a apostar su capital político a esta oportunidad. No define sus prioridades, no decide focalizar todo el enorme gasto social del estado en áreas que hacen sostenible e irreversible el proceso de paz. Por suerte aparecen cada día más actores nuevos, que sí apuestan a esta oportunidad histórica y le ponen el pecho a los riesgos, los obstáculos, las resistencias y las obstrucciones. Algunos apuestan su buen nombre, su prestigio acumulado, pero también su tiempo, como monseñor Fabio Colindres y don Toni Cabrales; otros se juegan hasta su vida, como Raul Mijango y sus colaboradores - y también muchos líderes pandilleros y comunitarios. Otros apuestan valientemente su futuro político, como el general David Munguía Payés, quien al asumir el ministerio de Seguridad hace lo contrario de lo que todos esperaban; pero igualmente los alcaldes quienes asumen liderazgo y negocian pactos comunales de paz con los dirigentes locales de la pandillas, de las iglesias y de la empresa privada. Y otros apuestan incluso su capital real: empresarios que invierten en empresas y proyectos para facilitar la reinserción productiva de los pandilleros y sus familias. Son pocos todos ellos, pero ya están cambiando la realidad del país - y poquito por poquito también la percepción que la gente tiene de esta realidad, o sea la opinión pública. De repente, y muy a pesar de que los grandes ?liderazgos? del país siguen pasivos y escépticos, ?esperando que las cosas caminen bien? (como dijo el arzobispo), el proceso se consolida por otros lados, proyecta liderazgos nuevos, y se institucionaliza - no en las instancias gubernamentales o partidarias, sino en el terreno, en los municipios. Y se perfila, de manera tácita, un pacto político sobre el tema de la tregua y del proceso de reducción de violencia. No un pacto de apoyo unitario al proceso - para esto no alcanza ni la visión ni el coraje de los liderazgos partidarios, sino un pacto de no agresión (otra tregua, pero entre los partidos): ?Aunque no nos atrevemos a apoyar abierta y decididamente al proceso de paz, tampoco lo vamos a torpedear, por lo menos no públicamente.? El carácter pusilánime (o prudente...) de este pacto nace de la situación muy volátil de la opinión pública sobre este punto tan delicado. En este momento todavía son mayoritarias las dudas, los miedos, las resistencias a este proceso de paz, a la mera idea de un entendimiento y una reconciliación con los pandilleros. Sobre todo en la opinión pública publicada: en los medios, en la clase política, en los sectores influyentes de clase media y alta... Hay que decirlo con toda franqueza: Son los sectores que menos han sido afectados por la violencia - y que ahora igualmente son menos afectados por la sensible reducción de la violencia. No vivieron el miedo antes, y no viven la esperanza ahora... Pero muchos otros sectores sí la viven. Son los que empiezan a sentir el cambio en su diario vivir. Comienzan a sentirse menos amenazados. Comienzan a ver con otros ojos la tregua y la idea de la reinserción de los pandilleros y su entorno comunitario. Los liderazgos partidarios no quieren arriesgarse a apoyar un proceso que todavía no ha encontrado apoyo y comprensión mayoritaria. Pero tampoco quieren arriesgarse a oponerse abiertamente, porque esto puede cambiar dentro del año que faltan para las elecciones presidenciales. Si la tregua y los pactos municipales se sostienen un año más, ¿quién en su sano criterio va a apoyar en el 2014 a un candidato presidencial que amenaza con abortar este proceso? A la altura de las elecciones la tregua, y la subsiguiente baja sensible de homicidios tendrá casi dos años de duración, y se habrán salvado unas 6 mil vidas. Los pactos municipales de paz tendrán un año de vida y aunque sus resultados no serán absolutos, algo habrán aportado a la convivencia pacífica de sus habitantes. Claro, piensan nuestros líderes pusilánimes (¿o serán prudentes?), también existe el riesgo que en este siguiente año el tal proceso de paz y que de todos modos no entendemos no dé los resultados esperados. Por tanto, no me conviene ponerme a la cabeza de este proceso, ni identificarme con él. Así que voy a tomar la ruta de ni chicha ni limonada. No me voy a poner en contra, pero tampoco a favor... Es triste que así sea el liderazgo de este país: incapaz de ver una oportunidad histórica cuando se da; demasiado vacilantes y pusilánimes para apostar a un proceso mientras no haya garantía que al fin sea exitoso y popular. Pero por otra parte, en el año que este proceso dura y está poniendo a prueba a los hombres y las mujeres que se involucran (y también a los que no se involucran), ya se ve que este vacío de visión y coraje está abriendo espacio para liderazgos nuevos. Incluso donde nadie lo esperaba y donde todavía nos cuesta reconocer que puedan existir liderazgo, visión del país y capacidad política: entre los pandilleros, en los penales y en las comunidades. Cuesta digerirlo, pero me atrevo a decir: En estos meses de luchar para hacer funcionar y sostenible la tregua, he perdido el respeto a buena parte de nuestra clase política, y al mismo tiempo conocido en la cárceles y en las comunidades hombres y mujeres que han actuado totalmente diferente que todos pensábamos: con principios y con visión del país. Esto me hace repensar muchas verdades que durante años parecían incuestionables. Quisiera tener la capacidad de transmitir esta experiencia. Paolo Lüers