Defendiendo lo indefendible

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03 junio 2013

Defendiendo lo indefendible l gobierno actual ha sido, sin la más mínima duda, el peor de nuestra historia.

Con mucho.

No sólo es que en cuatro años no ha logrado el más mínimo progreso en el desarrollo del país.

Es que ha llevado al país hacia atrás económica, administrativa, social y políticamente.

Es muy difícil encontrar líneas de defensa para cubrir este desastre.

Hay dos que emergieron en las evaluaciones que llenaron los medios en las últimas semanas.

La primera, que es la que ha adoptado el Presidente Funes durante todo su período, es pretender que todo está bien, que los fracasos han sido triunfos, que el país está de maravilla.

La otra, más retorcida, consiste en separar artificialmente los resultados de las supuestas intenciones, y decir que si bien todo ha ido mal, las intenciones no sólo han sido buenas, sino mejores que las de cualquier gobierno anterior porque estaban dirigidas a ayudar a los pobres.

No hay una dimensión en la cual el país no esté retrocediendo.

Del final de la guerra hasta mediados de la década de los 2000 el ingreso por habitante de El Salvador había crecido de 63 por ciento a 83 por ciento del promedio de América Latina-es decir, habíamos crecido bastante más rápido que el resto de la región.

Ahora estamos otra vez en el 63 por ciento, como estábamos al final de la guerra.

Administrativamente, el gobierno se refleja en los hoyos en las calles, en las medicinas que no hay en los hospitales, en los pacientes tirados en el suelo, en las escuelas cada vez más pobres y desvencijadas, en el escalamiento de la deuda del país, en la falta de pago de las cuentas del gobierno, en el boato de los funcionarios públicos que gastan los fondos públicos en proveerse de lujos que no son legítimos mientras los servicios públicos colapsan por falta de fondos.

Socialmente, la pobreza ha aumentado de tal forma que estamos a niveles cercanos al 50 por ciento de la población, cuando antes de la subida del gobierno de Funes estábamos en 30 por ciento.

Políticamente, el gobierno ha trabajado con mucho ahínco (en realidad, quizás es lo único que ha hecho con ahínco además de comprar carros de lujo) para revertir los logros de los Acuerdos de Paz, que se enfocaron en introducir armonía y tolerancia en la resolución de los conflictos políticos de la sociedad salvadoreña.

Ningún gobierno había inyectado tanto odio como lo ha hecho éste, tratando de empeorar el ambiente político en vez de mejorarlo, como es la tarea de todo gobierno responsable.

Ninguno, tampoco, había presumido de su arbitrariedad, mostrándola no como la fuente de vergüenza que sería en cualquier país civilizado sino como la prueba de ?que yo mando?.

¿Y puede decirse que todo esto tiene un lado bueno porque los funcionarios tenían buenas intenciones cuando hicieron campaña para ganar el gobierno, cuando prometieron mejorar todo en el país?

Imagine usted que una persona consigue un empleo como piloto de avión y en su primer vuelo usted descubre que había mentido al decir que podía pilotar aviones y destroza el que le confiaron y mata a todos los pasajeros.

¿Usted lo defendería diciendo que aunque destrozó el avión lo bueno era que tenía buenas intenciones?

Piense en el caso de una persona que lo convence de operar a un pariente suyo y después, al morir el paciente, usted descubre que jamás había visto una facultad de medicina.

¿Lo malo es que mató al paciente y lo bueno que tenía buenas intenciones?

Por estos casos es que hay un refrán que dice que el camino al infierno está empedrado con buenas intenciones.

Pero, más fundamentalmente, ¿Y de donde sacamos la idea de que las intenciones eran buenas?

Lo que usted ha visto ha sido una total incompetencia en el servicio al pueblo.

Pero note también que los nuevos funcionarios han exhibido mucha competencia para servirse a ellos mismos-de allí todos esos lujos, todas esas bien organizadas procesiones de Toyotas Prado, todos esos banquetes con las viandas más caras, todas esas redes de clientelismo, toda esa carísima publicidad muy bien diseñada y coordinada.

No tardaron mucho en comprar todas las cosas que necesitaban para servirse bien.

El contraste entre esos dos mundos-la incompetencia en el servicio al pueblo y la profesionalización de los servicios a ellos mismos-es evidencia de que los suspiros por el pueblo, las magníficas intenciones de mejorarlo eran más bien vehículos para conseguir el poder que objetivos a lograr una vez que lo consiguieran.

Por supuesto, ellos no se han inventado el uso de las declaraciones de buenas intenciones como instrumento para ganar el poder.

No hay ningún tirano, ni uno en la historia de la humanidad, que no haya dicho que lo que quería era el bien del pueblo.

Así lo decía Hitler, Stalin, Lenin, Atila, Trujillo, Nerón?Ellos pueden decir lo que quieran.

Pero la historia demuestra que hay que juzgar a la gente por lo que hace, no por lo que dice que hace.

¿Usted diría que para juzgar a Somoza hay que contraponer a sus malos actos sus declaraciones de intenciones, que eran ayudar al pueblo y especialmente a los pobres?

Así se puede defender hasta lo peor.

Es claro que hay dos lados en el gobierno actual, y que es necesario ver los dos para juzgarlo-son incompetentes para manejar un gobierno, pero muy competentes para gozar de las mieles del poder.

Los dos lados son malos, se complementan, no se contradicen.

Eso, incompetencia para los demás, competencia para ellos mismos, es lo que querían, y eso es lo que han conseguido.

Si hubieran querido otra cosa, se hubiera notado.

E Por Manuel Hinds Observador Político