Presidente electo: Salvador Sánchez Cerén

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26 marzo 2014

Presidente electo:

Salvador Sánchez Cerén

Observador Político T uve la oportunidad de felicitarlo personalmente dos o tres días después de los comicios correspondientes a la segunda vuelta. Ahora ya puedo hacerlo de manera pública, habiendo declarado firmes los resultados el Tribunal Supremo Electoral. Queda pendiente aún la resolución de varios recursos interpuestos ante la Sala de lo Constitucional de la CSJ. Lo que se resuelva en esta instancia será, por supuesto, respetable e importante para el futuro de la democracia en El Salvador, tanto por los principios constitucionales que se invoquen como por los hechos que se consideren y por las implicaciones de las sentencias que se pronuncien, pero es muy improbable que pueda cambiar el resultado que ya declaró firme la autoridad electoral. Para decirlo pronto, tengo la convicción de que el TSE se comportó con inocultable parcialidad ante situaciones de considerable gravedad en varias facetas del proceso electoral. Lástima grande porque algunos magistrados mancharon una trayectoria sobresaliente y dañaron, por primera vez de manera considerable, la imagen de la autoridad electoral emanada del Acuerdo de Paz. Pero dicho lo anterior, también tengo la convicción de que no hubo fraude en las urnas o en el cómputo de los resultados electorales. Al contrario, a los magistrados salientes debe reconocérseles una organización con pocas irregularidades y un procesamiento de actas realizado con ejemplar transparencia y prontitud. Así las cosas, Salvador Sánchez Cerén será el presidente de El Salvador a partir del próximo 1° de junio. A tal fin, el pasado martes recibió la credencial correspondiente y en el mismo acto reiteró declaraciones muy promisorias acerca de la orientación y el estilo que imprimirá a su presidencia. En el ejercicio del poder son importantes ambas dimensiones: la personalidad del mandatario y la sustancia política de su gestión. En el primer apartado, Sánchez Cerén tiene cualidades positivas que pueden destacarse. Seguramente no será un presidente del tipo ?intelectual?, experto en hacer, proponer, defender - y retorcer- argumentos. Tampoco será una figura mediática del tipo vanidoso y superficial que tanto hemos visto en la política nacional en los últimos tiempos. A cambio de ese perfil más trillado, puede ofrecer un liderazgo tranquilo, maduro, reflexivo, reposado, sensato, respetuoso y amable a un país harto de políticos impulsivos, agresivos, arrogantes, intransigentes, malcriados, vengativos e impacientes. Puede ofrecer también una personalidad sencilla y discreta a un país harto de ?líderes? agrandados, egocéntricos, pretenciosos, narcisistas y vanidosos. Si se decide a enfrentar a los que en su entorno procedan de manera incorrecta, puede ofrecer algo -ojalá mucho- de decencia a un sistema político erosionado, distorsionado y agotado por una corrupción sin precedentes. En este ámbito, su credibilidad estará en enfrentar a los que en su propio campo procedan o hayan procedido incorrectamente. Así sabremos que la lucha contra la corrupción es genuina y no mera cortina de humo o arma política arrojadiza para intimidar a los opositores y a los críticos. En el mismo orden de asuntos relativos a la personalidad del gobernante y al estilo de gobierno, podemos esperar que no responda con animadversión a la prensa independiente y a la crítica de los ciudadanos. En tal sentido, podemos esperar que se recupere la confianza en la libertad de expresión, tan deteriorada en el último quinquenio por un ejercicio intolerante y vengativo del poder, que utilizó con mucha agresividad la calumnia, la amenaza y otros recursos antidemocráticos para acallar a los opositores. El presidente electo, por el contrario, ha expresado en el acto entrega de credenciales, que ?la oposición es necesaria para la pluralidad política y para construir la democracia en el país? En cuanto a la orientación sustantiva del próximo gobierno hay dos lineamientos fundamentales que parecen estar claros en las declaraciones del presidente electo. Son, a la vez, compromisos y expresiones de pensamiento político y comprensión lúcida de la realidad. Su desarrollo puede hacer realidad el slogan del ?gobierno del cambio?, hasta ahora puramente publicitario. La primera idea-fuerza es la apuesta por el crecimiento y su consecuencia lógica: la alianza con los sectores productivos. Esta es una evolución en el pensamiento del Frente. Si a eso se dedica el gobierno en vez de hostilizar, insultar, agredir, descalificar y espantar a los empresarios, todos estaremos mejor. Cada punto de crecimiento del PIB significará más confianza, más optimismo, más empleo, más bienestar y más recursos para el Estado. Así de simple. Ni las tesis ?neoliberales? del rebalse, que nunca rebalsa de manera suficiente, ni las ideas estatistas de confiscaciones y programas clientelares populistas pueden dar resultados reales de desarrollo y superación de la pobreza. La fórmula es crecimiento, empleo y políticas sociales efectivas. El segundo vector es la seguridad de los ciudadanos. Es evidente que el primer gabinete de seguridad del FMLN no tuvo ideas claras, ni planes eficaces, ni conducción responsable del presidente. Y así le fue. A medio quinquenio se produjo un relevo general de funcionarios. Al final, otro. Todos con escasos resultados. Ahora tiene el FMLN una nueva oportunidad, pero es imperativo un cambio de estrategia, un buen plan y un buen equipo de trabajo. Casi a la par de la desconfianza, la inseguridad ha sido el mayor freno del crecimiento. Es hora de corregir esa situación, y parece que el presidente electo lo tiene claro. A base de perseverancia y consistencia, a base de reiterar una y otra vez los mismos compromisos, lineamientos y principios, en público y en privado, ante propios y ante extraños, Salvador Sánchez Cerén está comenzando a lograr que hasta los adversarios más escépticos comiencen a creer en la buena fe que alienta sus discursos. Solo van quedando dos sombras de duda muy relevantes. Las otras parecen menores. La primera es la identificación de su partido con el régimen de Venezuela, que ha hundido en una miseria sin precedentes a un país con inmensos recursos, ha suprimido todas las libertades políticas fundamentales y está reprimiendo de manera brutal la protesta popular. La segunda sombra es la insistencia en presentar al futuro gobierno como continuación del actual. Esa retórica le resta credibilidad, simplemente porque es contradictorio tender puentes a empresarios y a opositores y a la vez postular su presidencia como continuación de un ejercicio de intolerancia y de constantes agresiones a esos mismos sectores. Si supera esas inconsistencias, Salvador Sánchez Cerén puede ser un gran presidente. Ojalá que así sea. Por Salvador Samayoa