El bajo ingreso es un síntoma

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28 abril 2014

s común escuchar que el país se enfrenta a un problema fiscal insoluble porque ha resultado en una explosión de deuda imparable.

Este diagnóstico está basado en dos ideas: una, que para salir de la pobreza hay que repartir enormes cantidades de dinero para que los pobres puedan aumentar sus gastos, y, dos, que ya se han gastado demasiados recursos que han llevado al país a una deuda insostenible.

Esto no es verdad.

En varias ocasiones he argüido que no es cierto que la deuda es insostenible.

Ciertamente que es alta.

Pero el país ha tenido deudas similares en el pasado y ha logrado salir de ellas sin crisis ni desastres, con solo un poco de disciplina y juiciosas priorizaciones.

Inspirados por la otra idea, que para salir de la pobreza hay que repartir enormes cantidades para que la gente gaste, los políticos se desaforan tomando dinero prestado para luego descubrir, una y otra vez, que el gasto excesivo no ha generado ningún desarrollo y que, al contrario, lo han atrasado por el peso de las deudas.

Tomar el dinero prestado y no pagarlas es peor porque después ya nadie le da crédito al país. Pero no es necesario entrar en este círculo vicioso.

Es erróneo pensar que la pobreza y el subdesarrollo son carencias de recursos para gastar. La pobreza la causan otras carencias, y los bajos ingresos son solo uno de los síntoma de ellas.

Esto puede ilustrarse con un ejemplo. Al final de la Segunda Guerra Mundial las economías de Alemania y Japón quedaron totalmente destruidas y desarticuladas.

Sus fábricas, su infraestructura y sus ciudades estaban en ruinas.

El colapso alemán fue tal que en 1946 su Producto Interno Bruto (PIB) por habitante cayó por debajo de los niveles de los de Venezuela, Uruguay, Chile y México, que en esa época eran considerados países pobres.

El de Japón cayó por debajo de los de esos países y además de los de Perú, Colombia y Brasil, que eran considerablemente más bajos.

Francia, Austria, Italia y varios otros países europeos cayeron a niveles similarmente bajos de ingresos. Pero la verdad es que esos países seguían siendo ricos en lo que es la verdadera causa de la riqueza y la pobreza: la presencia o la ausencia del capital humano, manifestado en la actitud positiva hacia el desarrollo de la gente, sus conocimientos científicos y prácticos y su capacidad de organización y disciplina.

Como resultado de esa riqueza invisible los bajos ingresos no duraron más que unos pocos años.

Para mediados de los años cincuenta todos los países en Europa y Japón habían ya recuperado el ingreso que habían tenido antes de la guerra, y habían entrado en un proceso de crecimiento que iba a duplicar y triplicar estos ingresos en lo que restaba del siglo.

En cambio, los países latinoamericanos que por un par de años tuvieron ingresos más altos que los de Europa y Japón siguieron siendo tan pobres como siempre lo habían sido-y como lo son todavía casi setenta años después de que terminó la guerra.

El problema de Latinoamérica ha sido que no se ha dado cuenta de que la riqueza no está en la posesión de dinero para gastarlo, sino en la capacidad de generarlo.

O, si se ha dado cuenta, ha pensado que la inversión en el capital humano necesario para generarlo tarda demasiado tiempo.

Así, pensando que no hay tiempo para tareas largas, Latinoamérica ha dejado de lado lo único que podría haberla desarrollado.

La inversión en capital humano requiere dinero, pero no tanto como el que se desperdicia en el reparto de dinero para que la gente tenga qué gastar en el presente.

Y, diferente al reparto de efectivo, es lo único que puede sacar al país de la pobreza.

Esto es algo sobre lo que deben reflexionar los gobernantes.

Precisamente porque las tareas de desarrollo son tan largas, es indispensable comenzar a realizarlas lo antes posible.

Pensar que van a encontrar un atajo al desarrollo es engañarnos a nosotros mismos.

Observador Político Por Manuel Hinds El bajo ingreso es un síntoma E