La austeridad del presidente

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28 mayo 2014

S Por Salvador Samayoa La austeridad

del presidente

Observador Político alvador Sánchez Cerén se ha comprometido de manera convincente a mantener en su gobierno una ?filosofía de austeridad?, y qué bien ha escogido las palabras de su proclama, porque más que expresar un compromiso en el ámbito de la ética y en el de la disciplina fiscal ?ambos de primera importancia? su lenguaje trasluce una sabiduría de buen gobierno mucho más profunda y relevante. Filosofía es sabiduría. Es más que conocimiento, aunque lo presupone. Es una manera de saber que no solo se nutre de ciencia o de instrucción, sino también de intuición, de meditación, de empatía, de sensibilidad y de corazón. En ese sentido, cuando el presidente electo pronuncia su discurso a favor de la austeridad, parece que entiende y que siente cuánto nos molesta a los ciudadanos que los gobernantes vivan como millonarios con nuestro dinero, con el dinero que ganamos con tanto esfuerzo y que bien quisiéramos emplearlo en mayores niveles de seguridad y de bienestar personal y familiar. La falta de austeridad de los gobernantes nos molesta, nos frustra y nos indigna con ardor, no solo por la ostentación que hacen a nivel personal, sino por el despilfarro a nivel nacional. De eso hemos tenido bastante en los últimos años. Mucho más de lo que quisiéramos o debiéramos tolerar. El presidente electo lo sabe. Por eso ha enviado un mensaje tal vez simbólico pero muy reconfortante cuando ha dicho que a partir del 1 de junio su lugar de residencia será la casa donde por muchos años ha vivido con toda su familia en una colonia modesta de la capital. La mayor parte de la gente, más de un 90 % seguramente, vive en la pobreza, sin empleo, sin vivienda digna , sin seguridad social, sobreviviendo como puede, con hambre, con frío, con enfermedades, o bien forma parte de unas capas medias que deben enfrentar con ingresos muy limitados los gastos cotidianos propios de su condición social. Desde el punto de vista de los más pobres la falta de austeridad de los gobernantes debiera sentirse y calificarse como un escándalo, y desde el punto de vista de los menos pobres, que pagan impuestos, a veces con grandes privaciones, resulta absurdo, además de indignante, que encima de no recibir a cambio servicios decentes de seguridad, transporte, educación y salud, como ocurre en otros países, los gobernantes se apropien de una buena parte de los impuestos para sufragar su patética ostentación de riqueza y de poder. Eso también lo sabe el presidente electo. Y lo sabe con sensibilidad social, con lúcida conciencia política y consecuente repudio moral. Por eso ha hablado en la última entrada de su blog (26 de mayo) de ?eliminar todas las absurdas distancias que suelen existir entre los servidores públicos y los ciudadanos?, y también ha dicho que su posición sigue siendo firme en el sentido de gobernar ?desde los territorios y no desde los escritorios?. Pero además sabe que es líder de una fuerza política que hace décadas llamó al pueblo a luchar y a enfrentar indescriptibles sufrimientos para cambiar la estructura y la forma de ejercicio del poder en el país. Quizá por eso ha hablado de ?combate permanente contra los corruptos?, pero, a diferencia del presidente saliente, además de una larga vida de irreprochable austeridad personal, ha ganado mucha credibilidad al hacer referencia especial a su propio gobierno, dejando claro que quienes sean parte de su equipo de trabajo ?deben saber que el servicio público demanda honestidad y lealtad?. La corrupción de la política a partir de la presidencia es un cáncer que puede hacer metástasis en todos los órganos del Estado y corroer todo el tejido social. En ese sentido, el mayor daño no es lo que roban los presidentes, aunque puede ser mucho, como se ha visto en los últimos tiempos. El mayor daño se produce en el empeño de posibilitar, consumar y encubrir su enriquecimiento. Para ese fin nombran funcionarios deshonestos e incompetentes al frente de muchos ministerios e instituciones autónomas, compran diputados, jueces, fiscales y medios de prensa, mienten de manera compulsiva, tuercen las leyes, afectan la calidad de las obras públicas y arrasan con cualquier sentido de verdad, decencia y responsabilidad en el gobierno. Por eso tiene tanta importancia que el presidente no quiera aprovecharse del poder político para enriquecerse. Por eso puede volverse tan promisoria y esperanzadora la presidencia de Salvador Sánchez Cerén, porque cualquiera podrá dudar con derecho y hasta con cierta razón de la calidad de su gabinete de gobierno, pero no de la honestidad personal del presidente. Sería en verdad muy extraño que a sus 70 años y después de tan esmerada y consecuente trayectoria le entrara la locura de andar en yates o en naves de escuderías italianas, o la locura de comprar mansiones, de tener relojes de decenas de miles de dólares, o trajes de diseñador. Todo es posible, pero francamente no lo imaginamos en esas poses. En ese orden ?o desorden? de cosas, seguro vamos a estar mejor que como hemos estado. La nueva consigna de honestidad y austeridad quedará clara desde el primer momento, sobre todo si el nuevo presidente logra deshacer los feudos, romper con algunas prácticas y sacar del tablero a unos cuantos caballos y peones de sus predecesores. En el ?post? del 19 de mayo de su blog, el presidente electo escribió: ?estoy convencido de la importancia que conlleva ser un gobierno democrático, sometido al control ciudadano?. Es interesante que después del término ?democrático? hiciera referencia a este aspecto esencial de la democracia, el del sometimiento al control ciudadano, que tanto incomoda a los gobernantes cuando tienen algo que ocultar en el manejo de los fondos públicos. Buenos augurios. Buenas razones para la esperanza por la honestidad y la austeridad de la presidencia que comienza el 1 de junio. Falta ver si también hay esperanza por los resultados y por la eficacia del gobierno.