Gobernando con el Frente

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02 June 2015

Por Salvador Samayoa inalizado el primer año de su gobierno, la mayor parte de encuestas, evaluaciones y declaraciones de dirigentes políticos y representantes gremiales han expresado una opinión bastante negativa de la gestión del presidente Sánchez Cerén. Las críticas se han dirigido al presidente porque es el principal responsable del desempeño del gobierno y porque en esa dirección han apuntado las ?katiushas? de los encuestadores y de los periodistas de todos los medios, pero es evidente que el desagrado de diversos sectores y el rechazo de la opinión pública se ha configurado también -y quizá en mayor medida- por el pobre desempeño de muchos altos funcionarios del Órgano Ejecutivo, incluyendo en algunos casos a superintendentes y a presidentes o directores de entidades autónomas. En su discurso ante la Asamblea Legislativa, como es habitual en estas ocasiones, el presidente hizo una recopilación de sus principales logros. La presentación fue más breve y menos pretenciosa que las de otros presidentes anteriores; más centrada en la ejecución de programas relativamente dispersos que en el análisis de la delincuencia, la perspectiva estructural del crecimiento económico y el bienestar o malestar general de la población. Quizá la mejor virtud del discurso presidencial, a diferencia de lo ocurrido en el quinquenio anterior, fue la decisión de no dedicar ni una sola línea a descalificar, insultar o amenazar a sus adversarios políticos, a las gremiales empresariales o a los medios de comunicación, a pesar de la dureza de las críticas expresadas en los últimos días. En ese sentido, el discurso exhibió virtudes de madurez, ecuanimidad y tolerancia del presidente, todas ellas importantes para un clima de verdadero respeto a las libertades democráticas. Por lo demás, nos ha quedado debiendo en áreas vitales para el bienestar de los salvadoreños, áreas en las que el pobre desempeño se ha debido muy probablemente a fallas de origen en la conformación del gabinete de gobierno. El presidente ha dicho que gobierna con la gente. Esa es una orientación que podría convertirlo en un mandatario diferente, pero hasta ahora lo más claro es que gobierna con el Frente, y que a ello se debe la parálisis burocrática en algunas oficinas, el sesgo antiempresarial en otras, el comportamiento casi feudal de ciertas instituciones, la incapacidad de muchos funcionarios y la desestructuración e ineficacia del conjunto. No porque esté mal llevar al gobierno a cuadros del partido, o porque no haya en el partido y en su base social personas inteligentes y competentes, sino porque la cúpula del partido ha tenido un peso orgánico demasiado grande en las decisiones del gobierno y porque lo ha hecho valer desde una situación de bipolaridad en la que un sector ha actuado con lógica de Estado y de país, mientras que otros han actuado en función de la reingeniería de su modelo de negocios y en función del interés de los aliados coyunturales que le han facilitado su permanencia en el poder. Probablemente a esa bipolaridad se deba también la amenaza que importantes sectores perciben en relación con el sistema democrático. Para un sector del partido de gobierno, el socialismo ha pasado de ser un modelo ideológico a ser un mero discurso para legitimar un proyecto de riqueza y de poder que ya no tiene genuina pretensión de desarrollo social. En esa lógica ya no se pretende abolir el modo de producción capitalista, sino sustituir a los propietarios de los medios de producción y ocupar el espacio de la clase dominante. El modelo de Estado autoritario que se percibe en declaraciones y acciones de varios dirigentes del Frente ya no tiene la inspiración del socialismo histórico del siglo XX, ni siquiera la del socialismo del siglo XXI, ambos fracasados por sus grotescas deformaciones. Los amagos de control antidemocrático del Estado responden más bien el modelo de Ortega en Nicaragua, que ya no tiene ni discurso socialista. Es la sustitución por cualquier medio de la ?oligarquía tradicional? por una élite emergente. Es el proyecto que el expresidente Saca intuyó, Joaquín Villalobos elevó a categoría de tesis de transformación histórica y Mauricio Funes puso en escena. Es el proyecto de enriquecimiento y de poder político de una nueva oligarquía cuya acumulación originaria está en la apropiación de los recursos y en las concesiones del Estado, y que solo puede articularse, crecer y consolidarse suprimiendo la competencia de la empresa tradicional, abriendo espacio a nuevos socios financieros internacionales, debilitando hasta la irrelevancia a la oposición política, amordazando la libertad de expresión y asumiendo el control total de las instituciones y del aparato coercitivo del Estado. Allí está el fondo político de la contradicción, la inconsistencia y la ineficiencia que hemos observado en el primer año de gobierno de Salvador Sánchez Cerén. No hay un proyecto monolítico de Estado autoritario en el FMLN o en el gobierno, como se piensa en círculos de derecha. Tampoco hay un juego de ?policía bueno, policía malo?. Lo que hay es la coexistencia de dos visiones sobre la gestión del gobierno y de dos apuestas para el fortalecimiento partidario que nunca fueron complementarias o armonizables. Por eso se dividió la formación del gabinete entre los dos pesos pesados del partido; por eso se privilegió el criterio de lealtad sobre el de idoneidad, y por eso, tal vez, no se realizaron los cambios que pedía a gritos la ciudadanía al finalizar el primer año de gestión. El FMLN tiene todavía mucho potencial y capacidad de reconducción, pero tendrá que decidir con claridad de qué quiere jugar. La lógica de Estado, de país, de desarrollo y democracia tiene adeptos convencidos; la lógica antidemocrática, la de negocios y la de socios, también. El problema no es la contradicción, sino la falta de resolución. Eso es lo que ha hecho que podamos ver a un presidente bueno, en el sentido de ciertas virtudes políticamente importantes como la bondad, la tolerancia, la honradez, el respeto y la ausencia de arrogancia, pero todavía no veamos una buena presidencia, en el sentido más básico del liderazgo y la eficiencia.

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