¿Son tan malos nuestros partidos políticos?

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Joaquín Samayoa.

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09 January 2019

Ya van quedando pocos días para digerir mensajes, examinar motivaciones, aclarar la mente y tomar una buena decisión.

La campaña va a arreciar en las últimas tres semanas. El Frente se decidió, por fin, a dar la batalla; está haciendo su mejor esfuerzo para ganar o perder honrosamente, luchando. La coalición de partidos de derecha y sus candidatos llevan meses sin descansar un solo día para ganar o recuperar la confianza de los escépticos y de los indecisos.

Mientras tanto, el candidato respaldado por GANA sigue dormido en los laureles que le arrojan las encuestas, evitando exponerse para no decepcionar a sus entusiastas seguidores.

Entre los votantes hay de todo y para todos. ARENA y FMLN conservan su voto duro, menguado y renuente pero siempre respetable. Los votantes más ideológicos son “pro” pero también son “anti”. No son pocos los que persisten en sostener una posición rígida que les da engañosamente una autocomplaciente sensación de firmeza y superioridad moral. “Yo jamás votaré por los arenazis.” “Ni a punta de pistola votaría por los piricuacos.” Estas personas no albergan duda alguna, ni siquiera se molestan en pensar.

Lo que es nuevo en esta elección es la magnitud del segmento de los “anti” que creen tener suficientes razones para rechazar a ambos partidos tradicionales por igual. Sin mayor análisis, han llegado a la conclusión de que la política electoral de nuestro país ha alcanzado una especie de parteaguas histórico: Ni ARENA ni el FMLN merecen una nueva oportunidad. Esa creencia les deja solamente dos opciones: o se quedan en su casa, o se tragan todo el rollo de innovación, honradez y cambio que les ha vendido Bukele.

Es todavía muy incierto si esa manera de ver las cosas persistirá hasta el día de la elección y será determinante, en números significativos, en la decisión de abstenerse, anular o votar por Bukele. Lo cierto es que los dos partidos que hasta hoy han sido mayoritarios han dejado mucho que desear. Pero también es cierto que el electorado parece juzgar a esos partidos de manera bastante sesgada, con base únicamente en los casos, relativamente pocos pero muy publicitados, de corrupción en las más altas esferas del gobierno, a lo cual se suma el evidente fracaso para controlar la espiral de violencia con sus nefastas consecuencias para la economía del país.

Hay otros muchos errores, por acción u omisión, imputables a ARENA y FMLN a lo largo de las tres décadas en que se han turnado la presidencia y el control de la asamblea legislativa. Esos errores deben pesar y están pesando en la decisión de la mayoría de los votantes. Pero también debiera pesar un criterio, a mi juicio, sumamente importante.

Mal que bien, de buena o mala gana, ambos partidos han sido responsables al mantener, y en no pocos casos fortalecer, la institucionalidad del sistema de democracia representativa.

Con lamentables retrasos y con un enorme desgaste que bien pudo haberse evitado, han sido capaces de alcanzar acuerdos en los asuntos más polémicos y divisivos que han debido solventarse para allanar el camino hacia la consolidación del estado democrático de derecho. Han respetado los principios más fundamentales de nuestro sistema de gobierno: la separación e independencia de poderes, la libertad de asociación, pensamiento y expresión, la alternancia en el ejercicio del poder político. Eso se dice fácil pero no es poca cosa.

Igualmente responsables han sido, al fin de cuentas, los partidos que una vez fueron grandes, democracia cristiana y concertación nacional, y ya no lo son pero conservan un caudal de votos respetable y suficiente para influir en la política nacional. También estos partidos han incurrido en faltas graves, han estirado demasiado sus principios para formar alianzas turbias, han encubierto la corrupción, han intentado constantemente manosear las instituciones y han hecho prevalecer sus intereses partidarios sobre el interés y las necesidades de la sociedad. Pero igual han contribuido, en los momentos más críticos, a facilitar la gobernabilidad democrática.

Con las anteriores consideraciones no pretendo disculpar a nadie, pero es necesario poner en perspectiva algunas afirmaciones que me parecen demasiado gruesas y mal sustentadas. No creo que nuestro sistema de partidos esté agotado, como muchos afirman con pasmosa ligereza, sin insinuar siquiera una alternativa que pudiera ser considerablemente mejor. No creo tampoco que nuestros partidos sean peores que los de cualquier otro país, incluidas las democracias más antiguas y más desarrolladas. En todas partes se cuecen habas. En todas partes hay intrigas, corrupción y abusos de poder.

Definitivamente los ciudadanos debemos seguir exigiendo y colaborando para que nuestros partidos políticos sean mucho más éticos, más modernos, más eficaces. Lo que me resulta totalmente incongruente es pensar que un sistema de partidos que se considera muy malo pueda corregirse sustituyéndolo por un caudillo, por un macho sin dueño, por un líder populista con claras tendencias autocráticas. Eso siempre resulta muy mal. Eso siempre termina en la destrucción, desde el poder, de todos los mecanismos democráticos de control de los abusos de poder. Eso siempre termina en dictadura prolongada, con consecuencias nefastas e irreversibles. Si alguien tiene alguna duda, que pregunte a los cubanos, a los venezolanos, a los nicaragüenses.

La única buena solución a los males de los partidos políticos es el fortalecimiento de las instituciones llamadas a controlarlos y a evitar que el ciudadano esté completamente desprotegido ante los abusos de poder. Es utópico pensar que pueden desaparecer de la escena política la codicia, la vanidad, la ineptitud y la prepotencia. Las luchas por el poder y el ejercicio del poder hacen aflorar las peores miserias humanas. No es cosa de ideologías. La política no es poesía.

Los ciudadanos habremos hecho bien esta parte de nuestra tarea si elegimos al candidato que mejor pueda corregir las tendencias negativas de su propio partido, al más capacitado para dialogar y entenderse con otros sectores políticos, económicos y sociales, al más apto para fortalecer y hacer más eficaces las instituciones del Estado, al más honesto, al más competente. De eso se trata la elección que haremos en unas pocas semanas.