La Virgen y el Niño Jesús a lo largo de dos milenios

El Hijo de Dios nació en un pesebre porque en el corazón de la humanidad no había un lugar para Él. Ese es el mensaje de fondo en cada representación del Nacimiento con los personajes clave.

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06 December 2018

Toda Europa y gran parte de América atesoran los cuadros —telas, lienzos, pinturas— de la Virgen y el Niño, la clásica composición venerada en incontables altares, museos, tesoros de catedrales, monasterios, colecciones privadas, galerías. Cada obra es única aunque el tema sea el mismo. Y es única porque, pese a ser un tema y una devoción, los artistas tuvieron sus concepciones propias, sus particulares maneras de exponer los sentimientos que les movían, su visión de la vida y de la Divinidad.

Las representaciones de la Virgen y el Niño cubren casi dos milenios, aunque tristemente las más antiguas desaparecieron, fueron destruidas o se olvidaron. Pero desde que la madre de Constantino, Santa Elena, se dio a la tarea de rescatar los Lugares Santos, entre ellos el Gólgota donde se erige el templo del Santo Sepulcro, en Jerusalem, se intensificó el culto a la Virgen.

Santa Elena, dice la tradición, mandó a edificar la primera basílica de Belén, edificio que luego fue arrasado pero mucho después reconstruido en su planta original.

La Basílica de la Natividad es uno de los lugares más hermosos que existen, evocador de las dulces historias del Nacimiento de Jesús en un pesebre, de cómo recibió calor del buey y la mula, de la adoración de los pastores y la de los Reyes Magos que, según se afirma, fueron guiados hasta el lugar por el cometa Halley… esos temas se repiten en el arte de Occidente hasta hoy.

El Hijo de Dios nació en un pesebre porque en el corazón de la humanidad no había un lugar para Él. Ese es el mensaje de fondo en cada representación del Nacimiento con los personajes clave: un Bebé divino, sus pobres Padres, los desvelados pastores y los generosos Magos de Oriente, cada quien desempeñando un papel en esa noche luminosa y única.

Durante mil años, las representaciones de la Virgen y los santos, como las de Jesús, se ceñían a muy estrictas reglas: el manto de la Virgen, usualmente, era de color azul con un borde dorado: ella tenía la cabeza cubierta con un velo, un escote discreto, sandalias en casos especiales. Más tarde, a partir del Año Mil, hay representaciones de Santa Madre mientras amamanta al niño y, al irse debilitando la influencia bizantina, que representaba a la Virgen, al Niño y a los santos frontalmente, las figuras cobran movimiento y los mantos se ajustan al cuerpo, mostrando los volúmenes de las piernas y los torsos.

Pero las reglas siguieron en pie, casi hasta finales de Siglo XVIII cuando la Revolución Francesa ordenó la separación de la Iglesia y el Estado, sin duda lo que más ha contribuido a asentar las sociedades contemporáneas.

Cada artista crea su

propio mundo de belleza

Hubo precisas reglas para representar a la Virgen y al Niño, como a los santos que suelen aparecer a su lado y los devotos que pagaron a los artistas, esas figuras hincadas, con rostros muy terrenales y casi siempre de tamaño pequeño, que están en las esquinas de las composiciones. “Si yo estoy orando a la Virgen en un altar, de seguro que me he ganado un lugar en el paraíso…”.

Al menos se ganaron una referencia en la inmensa historia de la creatividad artística.

La mayor parte de nosotros piensa en los grandes maestros del Renacimiento como la suprema representación de la Virgen y el Niño: Rafael, Leonardo, Bellini, pero hay muchísimos otros, cada uno con su particular manera de tratar, con originalidad y fuerza, el tema de siempre.

Mientras existan madres y existan niños habrá ternura y devoción por el milagro de la vida, como habrá artistas que plasmen en un dibujo o una pintura ese esplendor.