Nadie gana guerras comerciales, dijo el emperador de China

Las guerras arancelarias, las que nadie gana, siempre dañan a las dos partes en el conflicto, pues entorpece el comercio y resta competitividad a la economía mundial. Nosotros los salvadoreños ya pasamos por eso y ¡Dios nos libre!

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20 July 2018

Nadie gana una guerra comercial, dijo el emperador de facto de China cuando el presidente Trump comenzó por imponer aranceles a las importaciones de ese país, lo que en estos momentos se ha convertido en mutuas represalias, las últimas las adoptadas por el Gobierno de Canadá como respuesta a los aranceles con que Estados Unidos ha gravado sus productos.

En “los buenos viejos tiempos” una potencia enviaba sus cañoneros para abrir puertos y comercios, como hizo el Comodoro Perry para romper el aislamiento comercial y cultural del Japón o, lo que es una mancha histórica para Inglaterra, forzar a los chinos a consumir el opio que ellos, los ingleses, cultivaban en la India, lo que acabó por doscientos años con China como la gran potencia de la historia, postración que Mao extendió en el tiempo al imponer el comunismo sobre el país.

Las guerras arancelarias, las que nadie gana, siempre dañan a las dos partes en el conflicto, pues entorpece el comercio y resta competitividad a la economía mundial.

Nosotros los salvadoreños ya pasamos por eso y, ¡Dios nos libre!, estuvimos a punto de reanudar el baile con la subida de aranceles a automóviles, computadoras y otros bienes cuando el gobierno fue incrementando el saqueo fiscal, siempre usando lo “suntuario” como excusa, aunque suntuario fuera todo lo que superara los caites y la manta.

Lo que inició la actual escaramuza fue la amenaza de Trump, pues se formuló en un tuit suyo, de poner impuestos a los automóviles producidos en Europa; ahora se pasó de eso y son cientos de artículos los que van a gravarse de una y otra parte.

¿Quiénes son los grandes perdedores en estas batallas? Muy simple: los consumidores que tendrán que pagar precios más altos por lo que están acostumbrados a comprar, lo que les obliga a adquirir artículos de menor calidad, o golpear sus billeteras.

En buena medida las guerras arancelarias fueron una faceta del mercantilismo, que consistía en vender lo que se producía pero comprar poco para acumular oro, hasta que los mercados se liberaron con las políticas de “dejar hacer, dejar pasar”. Y fueron tales políticas las que abrieron las puertas a la modernidad y las prosperidad que caracteriza el capitalismo.

El factor decisivo

en la producción es

el cambiante saber

De esto hemos hablado y como se contrastaba el bienestar y la abundancia de los “explotados” en Berlín Occidental y las terribles penurias de los “liberados” al otro lado del Muro, lo que explica por qué los movimientos socialistas o comunistas siempre se bautizan con la palabra “liberación” aunque sean todo lo opuesto. Pero los pobres que caen no aprenden, como lo demuestra la elección de López Obrador, un populista extremo, como próximo Presidente de México.

Dios se apiade de los mexicanos...

La producción contemporánea se fundamenta en el conocimiento, que no tiene fronteras y que busca las condiciones propicias para asentarse y fabricar, por así decirlo. Y los donadores serán los países más eficientes en administrar y con menos restricciones al trabajo.

Los cambios en ciertos campos son tan vertiginosos que no acaba de secarse la tinta de un grupo de regulaciones cuando hay que revisar lo dispuesto, adaptarse. Lo que llevó a esta situación fue que los coreanos podían comprar el mineral y los componentes en Pittsburgh y producir a menos costo.