La barbarie pretende que Francia deje de ser francesa

Una nación que comience a entregar sus libertades, a abrir las puertas a fanatismos y a lo que es la negación de lo racional, de la lógica y la sensatez, puede encontrarse atrapada en la barbarie, sometida por fanáticos

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29 junio 2014

Después de muchas vicisitudes, la sudanesa Meriam Yahia Ibrahim pudo refugiarse en la embajada de Estados Unidos en Jartum y escapar de la condena a muerte por la horca a la que fue sentenciada por ser cristiana.

En Francia, una nación cuyas luchas, ideas, historia y sacrificios contribuyeron a forjar la civilización occidental, hay movimientos encabezados principalmente por musulmanes y grupos étnicos provenientes de África y Medio Oriente que se proponen imponer una cultura cosmopolita que rechace el cristianismo y fomente una especie de integración étnica y cultural a lo que está fuera de sus fronteras.

De acuerdo con las pretensiones, al mismo tiempo que se exige silenciar los campanarios de las iglesias, quieren que las jóvenes musulmanas porten el velo en escuelas y lugares de trabajo, además de incorporar el árabe y lenguas africanas a los programas escolares.

Lo que proponen conduciría al establecimiento de guetos mentalmente cerrados en medio de las ciudades francesas, lo que de hecho ya sucede en varios lugares de Europa, en particular, en Alemania: hay barriadas en las que los residentes se comunican entre sí en árabe, turco o marroquí, pero hablan mal el alemán y no lo escriben ni lo leen.

La incompatibilidad entre la cultura y lo esencial de lo que es Francia y las formas de ser y de pensar de musulmanes y norafricanos, empero, no es una cuestión de matices, de idiomas, de vestimenta.

Lo que separa a lo francés, lo europeo, de lo norafricano y lo islámico es la diferenciación entre una sociedad asentada sobre la libertad y la razón y grupos humanos que se rigen en forma autoritaria y en los que se rechazan las libertades individuales.

Hay radicales diferencias

entre la libertad y la regimentación

En Francia, como en Corea del Sur o Paraguay, naciones unidas por el espíritu occidental, a la par de la libertad religiosa, la libertad de profesar una fe y las otras libertades ---aunque se debe hablar de la libertad en sí---, la persona está limitada por un pequeño número de mandamientos morales pero queda libre para vivir y actuar según sus impulsos, sus intereses y sus ideas.

No se puede matar ni robar sin exponerse a ser castigado, pero nadie va a forzarle a seguir una religión, a cumplir con regulaciones sobre su vestimenta y sus hábitos, a someterse a los dictados de un imán o de una ley, como la Sharia, que lo regula todo y lo supervisa todo.

Los franceses no pueden aceptar ser medio libres, estar regimentados en estas costumbres y no en otras, a que la presión del clan o la tribu les obligue a matar a sus propias hermanas porque abjuraron de una creencia y adoptaron otra.

Como bien se dice, ninguna mujer puede estar semi-embarazada; tarde o temprano se llega al término y el bebé, Dios mediante, nace.

Una nación que comience a entregar sus libertades, a abrir las puertas a fanatismos y a lo que es la negación de lo racional, de la lógica y la sensatez, puede encontrarse atrapada en la barbarie, sometida por fanáticos, envuelta en interminables carnicerías y persecuciones como las que sacuden al mundo islámico.

El fruto de la libertad se manifiesta en el esplendor de los logros culturales y humanos de Francia, como en las vibrantes ciudades japonesas, en Singapur, en la nueva China.