Muchos asesores legislativos que nadie sabe qué asesoran

Si el objetivo del nuevo gobierno es el crecimiento económico, como lo ha venido afirmando, una de sus principales tareas es bajar costos reduciendo drásticamente la burocracia

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21 abril 2014

No publicar todos los nombres de los asesores legislativos es prácticamente una confesión de que muy poco asesoran, de que son nombramientos para sostener personajes con escasa capacidad para sostenerse a sí mismos.

Y los salarios que se les pagan, que promedian los dos mil quinientos dólares mensuales, los sufragan los salvadoreños vía desmejorados servicios públicos, carencias de todo orden, mayor costo de la vida, desempleo… son cargas que, una a una, parecen imperceptibles pero que sumadas son importantes, pues hay que agregar esos montos a otros despilfarros.

Hay un ejemplo práctico de cómo pequeñas cantidades, al irse sumando, se convierten en cargas grandes, cuando se va a un supermercado el carrito se llena con compras de poca monta: unos tomates, un ramo de perejil, jabón para lavar trastos, azúcar, una bandeja de muslos de pollo y así sucesivamente, pero que al llegar donde el cajero suman sesenta, cien o ciento cincuenta dólares.

Los asesores, las corbatas para Navidad, "las obras de arte", los almuerzos gourmet destinados a quienes tienen salario para comer… todo se agrega al hoyo de cien millones de El Chaparral, el abandono del aeropuerto, a la falta de pericia en asignar recursos en Salud, a los suntuosos viajes presidenciales al exterior, a los veinte mil nuevos puestos en la administración pública, a las amigatelas...

Si se busca crecimiento y empleo, hay que reducir la burocracia

Las plazas en la administración pública son para llenar funciones específicas, para brindar servicios a la gente, para cumplir con tareas esenciales o deseables, pero no para sostener a gente que no tiene otros méritos que ser correligionaria de un partido o pariente de un diputado.

Y esto contrasta con lo que es práctica y norma en los negocios del mundo real: las empresas no se llenan con parientes o amigos que aportan poco o nada, sino que cada puesto corresponde a una determinada labor y se asigna a quienes tienen o parecen tener las habilidades para desempeñarlo. La señora de las tortillas tiene a sus dos hijas trabajando, no holgazaneando. Y la que no trabaja ni contribuye es sustituida.

De allí que en las empresas de tamaño medio o grande lo usual es que la parentela cercana tenga que trabajar por su cuenta y adquirir experiencia, antes de ser considerada para desempeñar funciones en las actividades de la familia. Y, cuando no es así, lo probable es que esos negocios desaparezcan.

Y como lo describió hace poco nuestro colaborador Luis Salazar Retana, de los grandes negocios y almacenes de antaño son contados con los dedos de una mano los que siguen vivos y activos, en parte porque los herederos de esas compañías no pudieron mantenerlas a flote o reinventarlas.

Dejada a su aire, sin control, la burocracia se multiplica hasta llenar los últimos espacios de un presupuesto, como sucede con el Seguro Social y las redes de parientes, o se ha visto en el servicio exterior, transformado en una entidad donde van a parar parientes o funcionarios cesados en sus previas funciones. Y lo primero fue despedir sin contemplaciones al personal experimentado y con años de experiencia que allí laboraba, como sucedió con los despidos de la Corte de Cuentas.

Si el objetivo del nuevo gobierno es el crecimiento económico, como lo ha venido afirmando, una de sus principales tareas es bajar costos reduciendo drásticamente la burocracia.