Va deslizándose el país en la irrelevancia regional

Hemos caído en el contraste entre la gente de la calle, que se comporta con decencia y cumple con sus obligaciones, y ese universo de los malos políticos que practican el engaño

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18 marzo 2014

Los últimos eventos, sucesos trepidantes, oscurecen una realidad muy triste: que El Salvador está deslizándose hacia la irrelevancia económica, política, cultural y humana en Centro-América, perdiendo presencia, músculo comercial, brillo humano.

Perdemos relevancia porque hemos ido convirtiéndonos en el país más violento del mundo, en ruta de la droga, en destacar en el abuso a la población, donde ha ido desmoronándose el orden de leyes. Poco a poco somos una especie de patología global.

Si en "León, Guanajuato, la vida no vale nada", en esta tierra con el paso del tiempo, la vida, la ley y la moral valen menos y menos, lo que siempre es uno de los resultados de gobiernos y cabezas de gobiernos y partidos en el poder, carentes de moral, de un sentido de decencia que se proyecte hacia los ciudadanos, de sinceridad en los propósitos, de sustancia en los mensajes y las posturas.

Y el síntoma más aflictivo es el vacío cultural que caracteriza a un régimen y que contrasta con los denodados esfuerzos que los empresarios privados hacen para promover la difusión del arte, de la literatura, de la música y del teatro.

No es casual que al mismo tiempo que no funcionan los entes propios de un régimen que en teoría se ocupan de la cultura, haya logros en la difusión musical (las orquestas juveniles e infantiles y el trabajo de la Fundación Azteca), el teatro (entre ellos la labor de Roberto Salomón), la pintura y las exposiciones privadas, el Museo Marte, las academias y asociaciones… estéril presencia de lo oficial, gran mérito de lo privado.

Esto trae a la memoria los festivales de música de finales de la década de los Sesenta, que estaban por convertirse en un importante encuentro regional hasta que su promotor, quien le dio sustancia y categoría, fue secuestrado y asesinado en el macabro estreno de la guerrilla.

La gente de la calle obedece las leyes, los del régimen las burlan

De la cultura y la moral bien puede alguien preguntarse, como lo hizo Hitler hablando del Vaticano: ¿Con cuántas divisiones militares cuenta? En este caso, ¿cuál es el aporte al bienestar general, a la riqueza de un país, lo puramente cultural, los esfuerzos que se hagan para difundir la comprensión de la música y las artes plásticas, o, todavía más decisivo, cuidar y fortalecer la vigencia de los principios morales tanto en la vida pública, como en los tratos entre personas y grupos.

Pero, de que pesan, pesan, y pesan muchísimo. La economía se basa en la confianza de los participantes en los mercados, la confianza de que las partes que intervienen lo hacen de buena fe, de que son pocos los que intentan engañar, de que todo se basa en reglas claras y que no necesitan demostrarse.

Y es cuando los líderes naturales de un país buscan su superación intelectual y espiritual, que el resto sigue. Y siguen el paso los productores interactuando de buena fe con quienes tratan, como los pequeños negocios y las ambulantes.

Pero aquí hemos caído en el contraste entre la gente de la calle, que se comporta con decencia y cumple con sus obligaciones, y ese universo de los malos políticos que practican el engaño, se mofan de las leyes, mueven cosas corrompiendo o amenazando, que se autodeclaran impunes como con la ley de lavado.