Atrocidades en Birmania por odios entre religiones

Que ningún pueblo de ninguna generación se libra de fanáticos lo demuestra el que los alemanes nazis hayan cometido atrocidades con los judíos en Europa.

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Por Mirna Navarrete

21 September 2017

Centenares de miles de miembros de la minoría Rohingya están huyendo de la zona norte de Birmania o Myanmar hacia Pakistán, lo que espanta al mundo, que no acaba de entender el porqué del conflicto y las matanzas que han tenido lugar desde hace años pero que se han recrudecido en los últimos meses, una carnicería que no respeta ni niños ni mujeres ni ancianos ni personas indefensas.

La causa de los horrores es la usual en Asia y África: grupos políticos que usan cualquier pretexto para hacerse con el poder o mantenerlo en sus manos.

Y en el caso birmano se trata de un encarnizado conflicto entre creyentes de dos religiones, cada una pretendiendo ser la “verdadera”, lo que Dios mismo ha designado como tal.

En vez de convivir en paz budistas y musulmanes, de tolerarse unos a otros, las disputas entre ellos han llegado a las matanzas y son políticos los que aprovechan esos odios.

Por un lado los militares birmanos se sienten incómodos con que la líder de un movimiento pro democracia, la señora Aung San Suu Kyi, sea la persona más poderosa de dicha nación, lo que los lleva a usar los odios para ponerla contra las cuerdas.

Por el otro, varios países árabes están apoyando la guerrilla formada por exaltados de los Rohingya, que a su vez pretenden hacerse con el poder.

A lo que pueden llegar los yihadistas islámicos lo demuestran las matanzas de personas inocentes perpetradas en Europa por estos enloquecidos, lo que por regla general no es lo usual con los budistas, que suelen seguir las mansas enseñanzas de Gautama, el Buda, quien vivió en el Siglo V antes de Jesucristo.

Hasta quieren prohibir la Navidad,

una época de amor y ternura

El mundo es una especie de gigantesco tablero en el cual, cuando una parte no está ardiendo, otras cogen fuego.

Y las guerras religiosas sacudieron al Imperio Romano en los primeros siglos del Cristianismo o durante el Medioevo con las Cruzadas y particularmente desde que Lutero clavó sus nueve tesis en el portón de la Catedral de Worms.

(La objeción de Lutero se dio por la venta de indulgencias que realizaba la Iglesia Católica, algo por lo que el Papa Juan Pablo II pidió perdón en 1999).

La práctica recuerda la frase de Miguel Servet, el descubridor de la circulación de la sangre en el cuerpo y un gran pensador español, cuando estando en la hoguera por decisión de los calvinistas, vio que una viejecita tiró más yesca al fuego: “Oh Sancta Simplicitas”, “oh, santa ingenuidad”, que bien es “oh, santos tontitos”. En ese lugar se levanta una estatua a Servet, como en el Campo dei Fiori de Roma otra estatua recuerda el martinio de Giordano Bruno, este quemado por la Inquisición.

Que ningún pueblo de ninguna generación se libra de fanáticos lo demuestra el que los alemanes hayan cometido atrocidades con los judíos y, en menor escala, con lo que pasa en Estados Unidos, donde embrutecidos pretenden derribar monumentos erigidos a líderes sureños como el general Lee, o la prohibición que por presiones de los musulmanes escandinavos hay para celebrar públicamente la Navidad, fecha que es además de cristiana, un homenaje a la maternidad, a la niñez, a la ternura, a los humildes en esta tierra, a los que no odian sino que aman.