“La libertad se debe conquistar cada día”

El 15 de septiembre es lo que nos hace darnos cuenta de que hay una dimensión más profunda que las pasajeras famas que nos rodean: nos recuerda que se ofrendaron vidas por defender principios.

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Por Mirna Navarrete

14 September 2017

El 15 de septiembre, la efeméride de nuestra Independencia, es una fecha propicia para reflexionar sobre el valor del patriotismo y lo que son las virtudes cívicas. El objetivo principal de las celebraciones es recordar a la población los principios en que descansa la República, y despertar en los jóvenes, especialmente los escolares, los sentimientos propios de la hermandad. Todos compartimos un destino común y en la medida que nos compenetremos en ello, lograremos realizarnos como salvadoreños.

Es evidente que, a pesar de la distancia que nos separa de la gesta independentista y de las insalvables diferencias entre el mundo de ayer y la época contemporánea, tenemos una igual vocación por la libertad, hemos luchado por preservar un orden de leyes y rechazamos los absolutismos. Es motivo de profundo orgullo que casi medio siglo antes que Lincoln, los centroamericanos abolimos la esclavitud y reconocimos la intrínseca igualdad de todos los hombres.

Pero la libertad, como advirtió Goethe en “Fausto”, se debe conquistar cada día. Se ha dicho también que el precio de la libertad es la vigilancia eterna. Y el afán permanente de los buenos ciudadanos es servir esa guardia, estar alerta a que no muestre señales de debilitamiento y procurar siempre fortalecerla.

La libertad nunca acabó de florecer plenamente en este suelo, a pesar de los esfuerzos y los sacrificios de tantos de sus devotos y del juramento de los Padres Fundadores. Nunca, tampoco, fue extinguida en su totalidad, aun en los momentos más oscuros y cuando el despotismo ha querido enseñorearse sobre la Nación. El levantamiento de Los 44 en Santa Ana contra la dictadura de los Ezeta, que pareció una empresa destinada a la catástrofe, vino a demostrar que cuando un puñado de ciudadanos decide salvar a la República, Dios está con ellos. La más mortal de las amenazas contra las libertades ciudadanas se produjo al lanzarse la ofensiva totalitaria en el Istmo. Dentro del marxismo y en todas sus variantes “se manipula la sangre con demasiada desenvoltura. Muchos piden sangre y además están prestos a derramarla” (Jaime Campmany, ABC de Madrid) con tal de conseguir sus diabólicos propósitos. Y sangre se derramó, no sólo de los millares que fueron inmolados por la barbarie, sino también la de aquellos que defendieron a la Patria, que ofrendaron sus vidas para preservar la libertad. Centro América se salvó de los nuevos filibusteros, aunque sería un grave error suponer que los peligros han sido superados.

Nuestra tarea es agregar,

no sólo conservar

Las luchas y los sacrificios de los ciudadanos al enfrentarse contra los grupos de poder son parte de la historia de El Salvador, que deben conocer las nuevas generaciones. Nuestros hijos tienen que saberlo para apreciar el legado que les toca, para inspirarse y montar la “vigilancia perpetua”, para entender cuándo es que comienza a erosionarse ese estado de cosas y para aquilatar la gesta de los próceres.

Se dice, con razón, que un pueblo que fundamentalmente no sabe historia, tiene un sentido muy diferente de la fama y de la gloria que los acostumbrados a vivir rodeados de su pasado. Eso ocasiona que los hombres de la “now fame”, “now glory” —la fama aquí, la gloria instantánea— sean insensibles al juicio de generaciones posteriores.

El 15 de septiembre es lo que nos hace darnos cuenta de que hay una dimensión más profunda que las pasajeras famas que nos rodean: nos recuerda que se ofrendaron vidas por defender principios, y se ofrendaron vidas para dejar a las generaciones que siguieron —separadas en siglos de esos hombres—, un respeto por la libertad y una dedicación a la libertad, que representan para nosotros, los de la presente generación, una responsabilidad enorme, la de recoger la Antorcha, llevarla con orgullo todo el tiempo que nos toque y entregarla al corredor que salvará ese otro trecho en el camino de la Historia. Somos los guardianes temporales de un tesoro que es nuestro pero asimismo de las generaciones futuras. Nuestra tarea es agregar, no sólo conservar.