A la memoria de John Ronald McCormack

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08 December 2018

Su pasión profesional era el agua.

Estaba convencido de que el mal manejo del bien hídrico era producto del desconocimiento de los diversos actores que incidían en él.

Estaba consciente del valor del agua para la existencia humana, y que el acceso al mismo era un derecho humano para todos y que había que darle prioridad al agua para consumo humano.

Trabajó con tesón para garantizar que ese recurso no fuera un vehículo de transmisión de enfermedades; para ello se ocupó en la construcción de parámetros y límites máximos permisibles, para certificar que ese bien público fuera sanitariamente seguro.

Durante 20 años, incansablemente asesoró al sector privado y a la Asamblea Legislativa en el tema del buen manejo de los recursos hídricos y promovió la idea de la necesidad urgente de una ley general de aguas.

Defendió, ante la Asamblea Legislativa, el proyecto de la Ley de Riego, Avenamiento y Actividades Conexas, en un afán de incrementar la producción y la productividad agropecuaria mediante la utilización racional del agua y que los beneficios de ese incremento alcanzaran al mayor número posible de salvadoreños.

Le molestaba, pero no le desanimaba, que las decisiones de temas tan fundamentales como el del agua, estuvieran en manos de quienes no entendían ni parecían querer entender las explicaciones que una y otra vez les brindaba.

La huella de John McCormack se encuentra plasmada en diversas normas jurídicas de El Salvador relativas al buen aprovechamiento del recurso hídrico, como la Norma Salvadoreña Obligatoria referente al agua y la de vertidos a cuerpos receptores. Y esta labor la realizó mayormente, de manera gratuita.

Pero su legado no se queda ahí. El bien más valioso que heredó en los que lo conocimos, fue su permanente alegría y su persistente convencimiento que para todo había una solución.

Le encantaban las personas. Junto a su amada esposa Martita, su “Maco”, y sus hijos John y William, gozaba recibiendo a sus amigos, a los miembros de su iglesia, a los sacerdotes amigos; “7/24 para mi Dios…”. Sus ahijados y los jóvenes cercanos lo adoraban, pues él despertaba afecto al estar pendiente de sus hazañas, sus cumpleaños y sus navidades.

Gustaba contar anécdotas divertidas, siendo que al finalizarlas soltaba una fuerte carcajada, con el usual “¡Ajúa!” o empuñando la mano y empujando el codo hacia atrás por 3 veces seguidas, exclamando, fuertemente: “¡Yes!, ¡Yes!, ¡Yes!”, haciendo reír a todos los presentes.

Desde pequeño fue muy devoto y sirvió en su iglesia como acólito. En sus últimos 14 años de vida, junto con su “Maco”, retomó su devoción, colaborando arduamente en las actividades que se desarrollaban en la Capilla Montelena. El chasquido de sus tacones era característico durante sus servicios de monitoreo de misas.

John Ronald no era estadounidense, era un salvadoreño de corazón y con raíces escocesas. Amaba esta Patria nuestra, pero también se enorgullecía de su herencia de la vieja Escocia y mostraba con orgullo los colores del Kilt de su clan.

Se graduó como Ingeniero Químico en 1970, en la primera promoción de esa carrera que graduó la UCA. Era un trabajador enérgico e investigador incansable, asesorando a la industria, resolviendo sus necesidades medioambientales, creando y perfeccionando fórmulas químicas relacionadas con su trabajo. “Voy a descansar cuando me muera. Ahora no puedo”, decía y proseguía con su siguiente misión.

Descanse ya, compadre, los que lo conocimos lo llevaremos siempre en nuestra memoria y nuestro corazón.

El Salvador perdió sin duda al mayor conocedor del tema hídrico a nivel nacional; pero su legado perdurará.

Médica, nutrióloga y abogada