El General

descripción de la imagen

Por

26 November 2018

Ayer mi abuelo paterno habría cumplido 116 años. Vivió hasta los 97 y aunque solo coincidimos cerca de una década en este mundo, los honores que recibió durante su entierro me dejaron a mis 11 años la sensación de que más allá de quedarme sin abuelo, era El Salvador también que acababa de perder a un grande. Se le reconocía en ese momento su legado como pionero de la aviación salvadoreña, habiendo sido de los primeros en surcar los cielos al servicio del país. Una escuadrilla de 4 Cessna sobrevoló el entierro en el Cementerio General en orden impecable y mientras sus restos mortales eran sumidos bajo tierra uno de los aviones se separó del grupo elevándose al infinito hasta que lo perdimos de vista mientras los demás seguían su curso. Un último adiós simbólico al General Gustavo López Castillo.

Era de pocas palabras y contaba poco. Lo que sé lo sé por las historias que nos contaba mi papá. Nunca se me olvidan, en específico, aquella sobre cuando en los 20 participó en un tiroteo en San Salvador contra alumnos militares sublevados, episodio que le dejó un balazo en la rodilla. O de la vez que, por su altura arriba del promedio y complexión clara chalateca, una vez lo confundieron con el piloto estadounidense Charles Lindbergh cuando vino de visita a El Salvador en 1928, luego de completar el primer vuelo trasatlántico pilotado por una sola persona.

Pero fuera de las aventuras militares, los méritos del general son los del día a día, en la disciplina en lo ordinario. El General se levantaba a la misma hora todos los días y es por su ejemplo de disciplina constante que en mi casa, el desorden, exceso de pereza, o falta de colaboración siempre se catalogaban —medio en broma y medio en serio— como “falta de espíritu militar”. La referencia era al espíritu militar del General, que siempre dijo que sí al servicio público y le dedicó al país su carrera profesional: tanto como General en la Fuerza Armada, como en el servicio civil luego de su retiro, sirviendo como Gobernador Político del departamento de San Salvador y luego como Director General de Correos en los Cincuenta.

Mucho se puede debatir sobre el rol de las fuerzas armadas en una república democrática, y aún más sobre las maneras en las que, en El Salvador post-Acuerdos de Chapultepec, los líderes del Órgano Ejecutivo de nuestro país han ejercido su poder como Comandante General de la Fuerzas Armada. En específico porque, como parte de esos Acuerdos de Paz, se recalcó que el objetivo de la institución sería “la defensa de la soberanía del Estado y la integridad del territorio”. Además, se agregó la aclaración del carácter de obediencia, profesionalidad, no política y no deliberancia.

Me hubiera encantado tener la oportunidad de debatir y preguntarle al General su opinión sobre las maneras en las que el carácter de la Fuerza Armada se ha abusado al ponerlas al servicio del combate al crimen doméstico, como ejecutora de regímenes de excepción para preservar la seguridad pública (algo que debería permanecer en manos de civiles) y no en nombre de la defensa nacional. No tengo idea de cuál habría sido su opinión sobre el envío de nuestras tropas a pelear guerras nunca justificadas en nombre de nuestras alianzas con naciones más poderosas. Tampoco sé qué habría opinado si hubiera oído a cierto candidato decir que desde la presidencia, no habría nadie que pudiera detener al poder popular porque sería él el comandante general de las fuerzas armadas y podría hacerlas marchar en su defensa a la Asamblea para garantizar que se legisle de acuerdo a sus posiciones, desplegando un autoritarismo de caricatura en pleno siglo XXI. No me queda duda de que en su espíritu militar, habría dicho, como siempre, sí a cualquier cosa que fuera a favor del servicio de la República. Ojalá que como el General, más ciudadanos respetaran el servicio público como servicio a la República, en vez de ver el servicio público como auto-servicio.

Lic. en Derecho de ESEN con maestría en Políticas Públicas de Georgetown University. @crislopezg