Ciudadanos indiferentes

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21 November 2018

El Latinobarómetro 2018 muestra una caída en el apoyo a la democracia por siete años consecutivos. Es decir, hay más gente a la que le es indiferente el tipo de régimen democrático. Les da igual que la autoridad respete o no el Estado de derecho; lo que ansían es terminar el miedo con que viven por falta de comida, salud y seguridad. Se trata de ciudadanos que rechazan lo establecido y pretenden romper esquemas. Están desencantados y frustrados. No les importan los gobiernos ni las ideologías. Son la fuente que alimenta el surgimiento de populismos en la región.

En América latina hay un declive en el respaldo a la política y a las instituciones de la democracia. Los partidos, los Órganos Legislativo y Ejecutivo y las autoridades electorales están absorbiendo la desilusión de la población. Se ha debilitado por completo la lealtad ideológica y partidaria. En general existe mucha volatilidad, en otras palabras, los electores sustituyen sus preferencias entre una elección y otra, y votan por quien les ofrezca cambiar su situación particular de inmediato.

La nueva edición del Latinobarómetro reporta que entre 2008 y 2018 la insatisfacción con la democracia pasó de un promedio latinoamericano del 51 % al 71 %, un incremento de 20 puntos en 10 años. La ciudadanía demanda resultados. En la actualidad la democracia se mide en función del progreso. Cuando la percepción es baja y no se advierte una buena situación económica se pasa la factura a los gobiernos. Entonces surge el concepto de “democracia económica”. Los que se encuentran mal socioeconómicamente son indiferentes al tipo de régimen. Cerca de 200 millones de latinoamericanos están desarmando el sistema de partidos y eligiendo líderes personalistas por esta causa.

El estudio indica que un alto grado de desideologización de las preferencias políticas es propicio a la aparición de autoritarismos. Cuando a los votantes no les interesa si el futuro mandatario aumentará o reducirá los impuestos, si impulsará la libre empresa u otorgará mayor protagonismo al Estado, si cree en la propiedad privada o expropiará las tierras de los adversarios políticos o si fomentará las elecciones o anulará la posibilidad de elegir a las autoridades en las urnas, y lo único que buscan es el progreso de su familia, sin reparar en el daño que ocasiona la falta de posición sobre estos temas, entonces se allana el camino para desmantelar al Estado y se transita poco a poco de la democracia a la dictadura.

En la lista de países con más ciudadanos a los que les es indiferente el tipo de régimen democrático ocupan los primeros lugares El Salvador, Honduras, México y Brasil. En los dos últimos las elecciones arrojaron dos triunfadores cuyo mensaje se enfocó en la antipolítica. Ambos torpedearon a los partidos tradicionales y prometieron remedios con efectos veloces en contra de los dilemas que padece el pueblo. En Honduras se criticó la manipulación de la justicia constitucional que terminó habilitando la reelección del presidente en unos comicios plagados de irregularidades.

Las lecciones en la región son bastante claras. Quienes le apostaron a este estilo de liderazgo terminaron entregando lo poco que tenían. Por otro lado reina la incertidumbre sobre los actos de AMLO y Bolsonaro. Los regímenes que gobiernan Nicaragua y Venezuela ejemplifican muy bien las consecuencias que se cosechan cuando se intercambia la democracia por una prosperidad temporal. No se trata de pedirle a los que viven en la pobreza que sigan así con tal de mantener viva la república. De lo que hablamos es de exigir una administración pública responsable. Un manejo del Estado que promueva remedios sostenibles en el tiempo, que priorice lo social, la seguridad, que erradique la corrupción y, en general, que preste servicios públicos de calidad. La afirmación que sostiene que “a quien está mal no le importa estar peor” y por tanto da igual si se elige a un presidente autoritario o a uno demócrata, es equivocada. Los miles de muertos por el desabastecimiento de comida y medicinas en Venezuela y el desmoronamiento de Nicaragua nos muestran todo lo contrario.

Los políticos deben reaccionar y cumplir lo prometido. Y los ciudadanos debemos cuidar las instituciones para que existan límites al poder.

Doctor en Derecho y politólogo