¿De qué se enorgullecen los diputados?

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20 November 2018

Casi resulta ofensivo que los diputados de la Asamblea Legislativa, la semana pasada, se felicitaran entre sí por haber elegido diez magistrados a la Corte Suprema de Justicia (cinco propietarios y cinco suplentes) tras más de 120 días de entrampamientos, negociaciones secretas, razonamientos cínicos y ataques a la sociedad civil organizada. Con semejante acumulación de faltas, los partidos políticos debieron, antes que agenciarse méritos, pedirnos disculpas por su turbiedad y negligencia.

Ni siquiera pueden congratularse nuestros flamantes legisladores por el resultado final de su “esfuerzo”. Después de un proceso de selección tan indecoroso, el grupo de abogados que ahora forma parte de la CSJ es, por decirlo pronto, una mezcla de todo. Hay entre los elegidos profesionales que siempre estuvieron en la cúspide de las evaluaciones independientes; pero también los hay que además de no figurar en los primeros lugares se mantuvieron entre los últimos con impecable contumacia. ¿Por qué tanta insistencia en esta clase de aspirantes? Nadie ha podido explicarlo con argumentos que valga la pena reproducir.

Con la honrosa excepción de Leonardo Bonilla, diputado no partidario, fue una lástima que ningún parlamentario se atreviera a exigir a sus colegas que la discusión de criterios y perfiles fuera pública, a puertas y ventanas abiertas, de cara a la población, de manera que cada legislador tuviera la oportunidad de ofrecer las razones por las que apoyaba a determinados juristas en detrimento de otros.

Por enésima vez, en cambio, los partidos prefirieron el cómodo sendero bajo la sombra, el toma y daca rastrero lejos del escrutinio ciudadano, esa forma indigna y trasnochada de hacer de la política un triste espectáculo circense, frente a un público cada día más harto de la misma exhibición de vulgaridad y desvergüenza.

Luego se preguntan los propios diputados por qué la gente —¡cuánta desconfianza, Dios mío!— les acusa de repartirse cuotas. Se declaran injuriados y reclaman nuestro respeto, cuando la mejor forma de ganárselo es poniendo toda la luz posible sobre sus deliberaciones, de manera tal que a nadie quede duda sobre los nobles motivos detrás de sus importantes decisiones. Pero no. Por varios meses no solo colocan al borde de la crisis a nuestra institucionalidad democrática, sino que esparcen una capa de neblina a lo largo del proceso y después nos exigen a los ciudadanos que les aplaudamos la gracia.

Mención aparte merecen los legisladores de GANA, ARENA y FMLN que llegaron al descaro de proferir amenazas contra los movimientos de la sociedad civil que pidieron cuentas de sus acciones. A ellos, y al señor Alcalde de San Salvador, les deseamos de corazón que se vayan acostumbrando a la democracia, porque la ciudadanía organizada ha llegado para quedarse y no abandonará la lucha para hacer valer sus derechos. Si tanto escozor les causan las críticas a algunos, les invitamos respetuosamente a que dejen sus puestos y permitan que los ocupen personas que sí entiendan de pluralismo y libertades cívicas. Políticos con hipersensibilidad en la piel son tan nefastos como aquellos con epidermis de lagarto.

Los magistrados recién juramentados tendrán magnífica ocasión, muy pronto, de demostrar que no había fundamento para recelar de su idoneidad e independencia. En las próximas semanas entrarán a conocer los casos de probidad que se encuentran detenidos en la CSJ y que involucran a diputados y funcionarios de todos los partidos que votaron por ellos en la Asamblea. Esa será la prueba de fuego que nos permita evaluar si las inquietudes que se despertaron en estos meses tenían cabida o no. La atenta invitación es a que nos sorprendan, poniéndose del lado de la justicia, la democracia y la integridad.

La Sala de lo Constitucional 2009-2018 ha pasado ya a la historia porque convirtió el Estado de Derecho en algo real, tangible y al servicio de los ciudadanos. Hoy ningún salvadoreño bien nacido aspira a tener menos.

Escritor