Constituciones Populistas

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14 November 2018

En la edición de marzo de 2018 del Chicago Law Review, David Landau, profesor de la Florida State University, publicó el artículo titulado Constituciones Populistas. Hace un análisis comparativo sobre cómo el populismo usa las herramientas constitucionales para cumplir con sus fines.

Dice que al discurso populista le caracteriza “un antagonismo entre ‘el pueblo’ representado por el líder, y una ‘élite corrupta’”. Asimismo destaca que el populismo utiliza una “ideología floja”, y eso le permite “acomodarse una número distinto de proyectos políticos”. Es esa ambigüedad la que le da margen para criticar el orden constitucional existente y, a su vez, utilizar sus instrumentos a fin de consolidar el poder y minar los controles a la autoridad del líder.

Cuando aquí tratamos este tema, usualmente citamos como referencia los casos de Venezuela, Bolivia, o Nicaragua; regímenes populistas vecinos, y que enarbolan banderas sociales. El análisis comparativo del profesor Landau trasciende del hemisferio, e incluye los casos de Hungría, Polonia y Turquía; lugares en donde el populismo tiene un matiz más relacionado al nacionalismo y a la religión. Pero los métodos en uno y otro lado del mundo son similares.

El artículo señala que los populistas instrumentalizan los cambios constitucionales para cumplir tres funciones: 1. Derrumbar el viejo orden institucional; 2. Desarrollar un proyecto alternativo basado en la crítica a ese orden; y 3. Consolidar el poder.

El profesor señala que “eventos como la desinstitucionalización de un sistema de partidos, la percepción de una profunda corrupción, y una recesión económica profunda nutren a los movimientos populistas y les ponen en posición de ganar poder”. Sobre esa plataforma el populismo propone el derrumbe del sistema, y eso incluye su régimen constitucional.

Así, la oferta populista propondrá que será sobre un nuevo orden constitucional la edificación de la utopía que sirve de antítesis a ese vetusto y reprochable régimen. Pero es en la construcción de esas nuevas reglas constitucionales donde se mueven las teclas para cumplir con el verdadero fin: consolidar el poder. “Inicialmente las constituciones populistas se presentan como versiones ‘avanzadas’ del originario orden constitucional liberal-democrático, pero, veladamente, socavan los controles al poder del líder populista”, dice Landau.

Son distintas las estrategias para consumar los cambios constitucionales. La más drástica y estructural es la convocatoria a una Asamblea Constituyente. Aquí aparecen Venezuela, Bolivia, y Ecuador. Pero también señala entre tales a Hungría, en que el argumento utilizado era que la Constitución era herencia del tiránico régimen comunista que negaba el papel de la cristiandad en el Estado húngaro.

Pero existe otra vía de cambiar el orden constitucional: El control de los tribunales constitucionales. Así, en la Turquía gobernada por el partido islamista AK Parti, Erdogán amplió los miembros de la corte constitucional para controlar la mayoría y lograr interpretaciones constitucionales “amistosas” con el poder. Una estrategia similar es la que a unos cuantos kilómetros de aquí utilizaron Hernández en Honduras, y Ortega en Nicaragua.

Estos, lastimosamente, son tiempos de caudillos. Bolsonaro es el más reciente miembro del club. Muchos dejaron de creer en las instituciones y hoy confían en hombres fuertes. El futuro de ese espejismo lo podemos ver en quien hace unas décadas fue la vanguardia de esta tendencia mundial: Venezuela.

En un mundo en que el populismo y sus caudillos avanzan, quienes defienden principios republicanos —como la separación de poderes— y liberales —como el respeto a la libertad— deben permanecer en vigilia. Aquí eso significa mantenerse alertas en la elección de los magistrados de la Sala de lo Constitucional, y ante cualquier intento de reformar la Constitución, o, peor aún, de sustituirla convocando a una Asamblea Constituyente.

Abogado @dolmedosanchez