La definición en tiempos de ambigüedades

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06 November 2018

En estos tiempos de troles, mensajes masivos y “fake news”, la probabilidad de que un ciudadano promedio tome decisiones electorales con absoluta independencia de criterio es casi nula. Hablo de probabilidades, ojo, y no de posibilidades, porque estoy personalmente convencido de que la capacidad de juicio para elegir presidente, en el caso de los salvadoreños, es bastante más alta de lo que piensan algunos políticos.

En los comicios del próximo 3 de febrero van a ponerse a prueba numerosas tesis. Una de ellas postula que un candidato tercerista puede romper para siempre la bipolaridad ideológica del país sin proponer ningún ideario como alternativa. Este planteamiento olvida un detalle no menor, y es el hecho que el desgaste sufrido por los dos partidos mayoritarios se debe, en gran medida, a que estuvieron lejos de consolidar en el tiempo una identidad ideológica coherente.

Hasta hace apenas unos años, la autodefinición de ARENA como nacionalista, republicana y anticomunista era a todas luces insuficiente. Se vio obligada entonces a reconocer que su ideario era liberal, pero sin saber muy bien cómo articular una mínima adaptación teórica y práctica a este supuesto. El resultado es que hoy el principal partido opositor se debate innecesariamente entre un republicanismo que no entiende y un progresismo informe que sus estatutos no admiten.

El FMLN ha tenido similar experiencia contradictoria, pero en un sentido inverso. Del socialismo revolucionario que postulan sus achacosos estatutos se ha visto obligado a admitir el peso de la evidencia, arañando la socialdemocracia sin atreverse a abrazarla (camino este último que le llevaría a emprender la única reforma posible para garantizar su supervivencia). De esta suerte, enmarañado en su propia retórica, el oficialismo ha sido incapaz de reinventarse para sustituir el inviable proyecto histórico por una propuesta moderna, equilibrada y electoralmente potable.

Mientras todo lo anterior pasa en ARENA y FMLN, el contubernio Nuevas Ideas-GANA pretende aprovecharse de la ambigüedad imperante evitando resolverla. Entonces tenemos un candidato que nadie sabe a qué santo le reza ni con qué candelas va a alumbrarlo. Y este aspirante no solo ha llegado al arranque oficial de la campaña sin definirse, sino que ambiciona a que el electorado le compre esa indefinición como virtud política.

Otra tesis que será probada en las elecciones presidenciales se relaciona con la verdadera penetración de las redes sociales en el imaginario colectivo salvadoreño. La virtualidad, entendida como sustitución de la presencia tangible de quien envía un mensaje de cercanía, construye imágenes y apariencias que en un principio pueden subyugar, pero que a la larga terminan jugando en contra de esa misma “realidad”, precisamente porque está edificada sobre cimientos ilusorios y frágiles.

La digitalización de la política ha procurado sonoros triunfos en algunos países, pero es evidente que tiene sus límites. También en El Salvador, por cierto, aunque a veces no lo parezca. La creencia según la cual, para ganar unos comicios basta inundar las redes con ficticios mensajes de apoyo y ataques a los adversarios, obviando las propuestas que reforzarían esa presencia virtual, me parece de una poltronería y soberbia descomunales. Quizá en campañas cortas y de mediana importancia esta “estrategia” podría generar éxitos relativos; en una presidencial de cuatro meses, sin embargo, el tiempo corre a despecho de la arrogancia y la superficialidad.

Todavía no ha nacido en El Salvador, insisto, la alternativa tercerista destinada a desafiar los proyectos históricos de ARENA y FMLN, al menos no con esa eficacia que quisieran las estructuras virtuales detrás del candidato Bukele. Ello implica, reitero también, que areneros y efemelenistas hagan con solvencia la “tarea” de la definición, esto es, que arriesguen el peso de sus respectivas narrativas en la apropiación de conceptos y símbolos que fortalezcan su imagen partidaria, pero modernizándola y volviéndola atractiva para quienes no están clamando por saltos al vacío cuando manifiestan su hartazgo de la política.

Escritor