El poder de las masas

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05 November 2018

De la sola lectura del título, posiblemente vengan a la mente, ideas sobre postulados nacional socialistas, marxistas y, en general de ideologías políticas sobre todo de izquierda, que vieron en las masas, un objeto de manipulación para la penetración, divulgación y éxito de sus planes. Pero no es ese el punto. Deseo referirme al poder de la masa, como manifestación de un colectivo humano que más allá de su motivación, logra como grupo más o menos amplio y compacto, romper con la invisibilización o irrelevancia del accionar individual de las personas.

Gustave le Bon, médico, sociólogo y psicólogo Francés (1841-1931), uno de los fundadores de la psicología social, es reconocido por su obra “La Psicología de las masas”, en la que planteó esencialmente que los seres humanos, reunidos colectivamente, desarrollan comportamientos que individualmente no realizarían, sosteniendo que los grupos ejercen una determinante influencia sobre los sujetos. Expone básicamente como razones de esto: que el ser humano percibe a la masa como un poder mayor casi invencible, con lo que deja de sentirse responsable porque en ésta es una figura anónima; que las masas contagian su manera de sentir y actuar, casi de manera inconsciente; que ésta sugestiona al individuo, en tanto que formar parte de una masa lleva a experimentar sentimientos de omnipotencia; que en la masa, lo irreal puede prevalecer sobre lo real; y que la masa es percibida como mecanismo de supervivencia, por lo que no pertenecer a ésta sería equivalente a estar en grave peligro.

Pero, según las conclusiones a las que arribó Le Bon, la masa no dependía solo de la espontaneidad, pues para su cohesión y sentido de permanencia, necesitaban de un líder, carismático, fuerte, atractivo y enérgico. Así fue —señalan los expertos— cómo sin pretenderlo, la obra de Gustave le Bon inspiró nada menos que a Adolf Hitler y su posterior holocausto, al grado que siendo Le Bon, creyente del determinismo geográfico, postulaba que existían razas claramente diferenciadas, con lo cual unas terminaban siendo superiores a las otras. Francia, la misma patria de este pensador, debió sufrir la discriminación racial del genocida alemán.

Esta teoría fue compartida pero complementada por el psicoanalista Sigmund Freud. Pero como en estas líneas, no pretendo ahondar en ese estudio —que no es mi campo— ni pretendo postular sobre su crítica, pues caería seguro en el ridículo del ignorante que se atreve a opinar lo que no sabe. He estimado, sin embargo, necesario encontrar un cauce que al menos oriente el actuar de éste fenómeno social que estamos presenciando: las caravanas de migrantes centroamericanos.

Ya sabemos que nuestros hermanos se van del país, no de paseo, a aventurarse en esas rutas tortuosas y peligrosas, sino como consecuencia de la desesperación y desesperanza en que aquí se encuentran, hartos de no encontrar empleo y salarios dignos, de ser extorsionados aun en medio de su pobreza; de vivir una vida de amenazas, miedos y coacción, rodeados de violencia y sangre a causa de las pandillas, y hasta acosos por parte de la autoridad; cansados de ser jóvenes, pobres y sin oportunidades, y a causa de ello, fácilmente sospechosos. Cansados de un presente de miserias y sin esperanza real de un futuro mejor. Ya por décadas los políticos les han prometido y mentido, por lo que no alcanzan a ver para sus vidas, más que la misma supervivencia, en el sentido literal de la palabra.

Si bien este fenómeno inició en Honduras, hace pocas semanas —los nuestros emigran 100 por día en promedio, en los últimos 30 años— pero ya el método del éxodo masivo tocó tierra en El Salvador, y a pesar de que haya quienes aseguren que esto solo es posible por una hábil manipulación, por sí sola no bastaría para armar a centenares de personas con sus mochilas al hombro, garrafas de agua, su mejor par de zapatos, y hasta a sus hijos en brazos, para lanzarse al pavimento a recorrer miles de kilómetros de esperanza. Esa que su tierra no les dio; pese a lo cual, saben que les espera un camino duro, y un muro final, hostil y nada compasivo. Ya lo dijo indolentemente Donald Trump, “que con soldados los espera en sus fronteras, como invasores que son”.

¿Qué los hace moverse en caravanas? ¿Qué les genera esa valentía de enfrentarse a las inclemencias del camino, del tiempo y desafiar a la autoridad? ¿Qué es esa fuerza invisible que los anima a avanzar? Es sin duda, el poder de la masa, que no necesitaba de un líder o un sagaz manipulador. Solo necesitaban que les dieran una idea, porque motivos ya desde antes les sobraban. Dios les bendiga hermanos migrantes.

Abogado y notario